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¿Cómo afecta la inseguridad energética la alimentación en la familia cubana?

20 de septiembre de 2022

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a energía es un motor de oportunidades económicas que 

transforman y desarrollan la sociedad. Según el Programa Mundial de Alimentos la energía empleada para cocinar representa aproximadamente el 90 por ciento del consumo de la energía doméstica en los países en desarrollo, por tanto la capacidad de acceder a esta es un factor fundamental para lograr una alimentación segura y sostenible. Entre las energías para una cocina eficiente, asequible y confiable, se encuentra la energía eléctrica. La electricidad es crucial en lo doméstico, para producir, procesar y conservar alimentos, para la iluminación que requiere la cocción, para la refrigeración de los productos perecederos, para el funcionamiento de electrodomésticos, e incluso para el almacenamiento y el fluido del agua potable que se necesita para la elaboración de la comida. En lo comunitario, la electricidad garantiza la cocina institucional (de escuelas, centros laborales, entre otros institutos oficiales), así como la comercial (cafeterías y otros puestos de venta), además de ejercicios de sobrevivencia y resiliencia en tiempos de crisis e incertidumbre.

Cocinar es una actividad central en la cultura cubana, que dispone tradicionalmente dos platos calientes al día, además de una cocción mayormente lenta. Sin embargo, en la actual crisis energética nacional las diferentes formas de elaboración de alimentos en la familia cubana se han visto seriamente afectadas. Ya desde el 2016 Cuba presentaba problemas en la disponibilidad de petróleo que demandaba “un estricto ahorro y un uso eficiente de la energía y los combustibles” (Granma, 08.07.2016). En el verano de este año, de una capacidad instalada de 6 558 MW, la disponibilidad fue solo de unos 2 500 MW. Esta cifra representaba el 38% de la capacidad programada, y fue similar a la que estuvo disponible en 1994 durante el Período Especial. Actualmente, la inseguridad energética en Cuba ocasiona afectaciones que implican hasta cuatro cortes de electricidad semanales en el sector residencial, en horario diurno o nocturno, con una duración de cuatro a ocho horas en cada caso. A consecuencia de estos apagones, que a menudo coinciden con horarios picos, familias sobre todo en distritos apartados de provincias como Mayabeque, Cienfuegos, Las Tunas, Holguín y Granma han visto limitada su capacidad para cocinar, y han recurrido a alternativas como cocinar por adelantado y preservar, o cocinar con leña o carbón vegetal.

De la revolución a la inseguridad en la energía 

 

El acceso a la energía está estrechamente vinculado a la justicia social, al acceso a los alimentos y al agua como condicionantes para elevar el nivel de vida y reducir las desigualdades de género. En su ausencia, la inseguridad energética se entiende como la falta de acceso a fuentes de energía adecuadas, asequibles y confiables para un sustento saludable y sostenible, y es un desafío sobre todo para subgrupos como mujeres y niños, particularmente vulnerables.

 La inseguridad alimentaria puede tener una percepción más grave en casos como el de Cuba, donde los hogares ya habían adoptado por décadas energías modernas para la cocción y por tanto, tienen menor capacidad de improvisación, experiencia, recursos o espacio para la usabilidad de soluciones alternativas frente a los cortes de electricidad o “apagones”.

La adopción de electrodomésticos se realizó en Cuba de forma casi mecánica hace veintidós años, durante la llamada “Revolución Energética”. Este fue un programa ad hoc en respuesta a las afectaciones que sufría el Sistema Electro-energético Nacional mediante el cual se dispuso sustituir las viejas centrales termoeléctricas por generadores eléctricos más eficientes. Pero el aspecto más recordado en los hogares cubanos fue el cambio de refrigeradores viejos por aparatos chinos más modernos, así como la entrega de módulos de cocción eléctrica.  Desde entonces, alimentos tradicionales en su cocina, como el arroz o los frijoles han requerido en buena parte del país de mayor dependencia de energía eléctrica, con el uso de electrodomésticos como arroceras, ollas reinas y cocinas eléctricas o de inducción, entre otros menajes entregados bajo supervisión del Estado. La principal consecuencia del programa al interior de los hogares cubanos fue la transición de la forma de cocción del gas licuado a la energía eléctrica. 

Mientras que, hasta principios de 2006, la gran mayoría de los hogares cocinaban con gas licuado y combustibles contaminantes como el queroseno, en pocos meses unos tres millones de hogares, poco menos de un tercio del país, se convirtió casi totalmente a la cocción eléctrica. Los hogares se equiparon con hornillas eléctricas, una olla arrocera (eléctrica), una olla a presión (eléctrica), así como calentadores de inmersión entre otros enseres. 

Este cambio modernizó la forma de cocción, reduciendo y optimizando los tiempos. Las cocinas familiares abandonaron las antiguas ollas de presión y comenzaron a depender de los nuevos equipos electrodomésticos, sobre todo aquellos hogares con distribución regulada de gas manufacturado. Como resultado, se creó un aumento de la demanda pico de electricidad con dos puntos pronunciados en el día durante los horarios de comida. Tres años después, la demanda total de electricidad había aumentado en un 33%.

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Impacto de la inseguridad energética en el derecho a la alimentación

En una cocina modificada y dependiente, por decisión estatal, de energía eléctrica, los apagones impactan gravemente en los productos alimenticios. La necesidad de conservar la frescura a través de frigoríficos es una prioridad no siempre al alcance de todas las familias. La incapacidad para almacenar alimentos de forma segura tiene una serie de consecuencias. La disminución de aprovisionamiento y la pérdida económica son las más inmediatas. Si a esta situación se le suma la imposibilidad de conservar o almacenar alimentos de mayor perdurabilidad o fácil cocción dado el desabastecimiento y la inflación de los precios, las implicaciones entre cortes eléctricos y alimentación se agravan. También debemos tener en cuenta que las ventas de módulos de cocina con energía eléctrica actualmente se realizan de forma preferencial para familias atendidas por la Asistencia Social. Entonces son los grupos más vulnerables y con limitados ingresos los que mayor inciden en un acceso inseguro a la energía para cocinar, y por ende, a la alimentación.

 

Podemos concluir que la seguridad energética, por muy revolucionaria que sea, no garantiza a largo plazo la seguridad alimentaria. Irónicamente, la búsqueda de la primera puede frustrar la ambición por la segunda. La pérdida de alimentos perecederos y la inhabilidad de utilizar estufas y otros utensilios domésticos, sumado a los altos precios de los alimentos implica serias consecuencias para la seguridad alimentaria. A lo que debe añadirse la inevitable modificación de la dieta por la ausencia de alimentos frescos, y el estrés e incertidumbres diarias del grupo trabajador al no poseer el tiempo de cocción necesario. Además, Cuba carece de otras iniciativas vecinales que podrían ayudar en la subsistencia en estas condiciones, como bancos de alimentos en el vecindario, recaudaciones de productos perecederos, comedores vecinales. En general, estas circunstancias no parecen ser sostenibles cuando existe inacceso generalizado a factores básicos para una vida digna. Los apagones sistemáticos pueden dañar o empeorar la salud de las personas a través de la inseguridad nutricional. Si a esto se le agrega las inequidades socio-económicas de sectores ya vulnerables, podemos estar hablando no solamente de un serio desamparo, también de una difícil solución a mediano plazo.

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