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La "revolución energética" y su herencia problemática

10 de enero de 2022

el inicio de la llamada revolución energética, una campaña dirigida por el Estado cubano para "transformar radicalmente el proceso de generación y ahorro de electricidad en el país". Este proceso implicó varios cambios en las dinámias de producción y costes de energía, mas se concentró particularmente en la reducción del consumo y para ello implementó un proceso de sustitución de tecnologías en los hogares cubanos. De esta forma, inició la sustitución de bombillos de alto consumo, el reemplazo de  2,5 millones de refrigeradores soviéticos y norteamericanos por otros nuevos, pequeños e ineficientes de producción china y la venta de módulos de electrodomésticos; todo esto por medio de créditos a pagar por cuotas, con plazos que se extendían hasta 10 años. Las ventas de cocinas electricas, enseres como casuelas y sartenes, ollas arroceras y de presión y la sustitución de los viejos refrigeradores, parecía ser un importante paso para garantizar la comodidad familiar y el ahorro de energía. La sustitución de los fogones de combustible y en muchos casos de gas licuado, por efectos electrodomésticos no fue una libre opción, más bien fue una imposición gubernamental como parte de su proyecto para la reducción del consumo energético, de forma tal que no había otras alternativas para los cubanos ante la intención de ahorro.

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n el año 2005, el presidente cubano Fidel Castro proclamó el 

Tras la fachada de la optimización de la energía y el avance tecnológico de la cocina familiar, entraron en los hogares cubanos un conjunto de efectos electrodomésticos que condicionaron la cocción y mantención de los alimentos como nunca antes. Las condiciones para cocinar estaban ahora limitadas por la inestabilidad del sistema eléctrico nacional y adicionaba al precio de la alimentación el de la tarifa eléctrica, especialmente agravada por los nuevos electrodomésticos que resultaron ser altos consumidores. Con este proceso se suspendieron, o quedaron reducidos de forma importante en la mayoría de las provincias del país, la venta de gas licuado y otros combustibles destinados a la cocción de los alimentos, pues ya no serían necesarios. La mirada triunfalista de los planificadores de esta campaña saciaron sus estadísticas con los resultados del proceso en la capital, mientras las provincias resultaron más afectadas que antes de la campaña.

Muchos de los electrodomésticos vendidos, por la fuerza, a cambio de los viejos y eficientes efectos norteamericanos y soviéticos se rompieron mucho antes de que el crédito fuera pagado por las familias “beneficiadas por la revolución energética”. Como parte de este programa energético surgieron un grupo de talleres especializados en la  reparación de estos electrodomésticos, pues todos eran de la misma marca y modelo. Un tercer problema apareció cuando se agotaron las piezas de repuesto compradas con los lotes de productos. La mala calidad de los nuevos aparatos dejaba a las familias en peores condiciones que antes de iniciada la campaña gubernamental. Las condiciones para cocinar se complejizaban nuevamente y las soluciones quedaban fuera de las manos de las familias afectadas, pues no existían las piezas para reparar sus fogones y refrigeradores.

La inventiva popular encontró soluciones a los defectuosos enseres y pronto fueron recuperados los fogones de combustible, las cocinas de leña o carbón y los fogones de gas, alimentados con balones comprados en el mercado negro de la capital. Los nuevos y defectuosos refigeradores chinos fueron tuneados y en muchos casos sus máquinas eran cambiadas por las de los viejos refrigerados descontinuados, las hornillas eran convertidas en fogones de combustible y sus resistencias cambiadas por las de las ollas de presión. Mientras en la capital se mantuvo la venta de gas licuado, para la mayoría de las provincias la cocción quedó únicamente limitada al uso de estos electrodomésticos defectuosos.

Asímismo, no tardaron en llenarse las tiendas en moneda convertible de electrodométicos de mejores calidades pero a precios que burlaban las escalas salariales gubernamentales. Este proceso marcó otro peldaño en la disposición diferenciada de los recursos. Dificultando el acceso a la infraestructura mínima necesaria para la adecuada cocción y mantención de los alimentos, se generaba otra situación de desigualdad pendiente a solución en la actualidad.

Esta crisis, extendida durante 20 años es hoy más fuerte y radical. Las familias que resultaron afectadas por “la revolución energética” y no lograron reunir las divisas para adquirir la contraoferta de las tiendas en monedas convertibles, hoy están más lejos de alcanzarlas. La crisis generalizada que afecta especialmente a la moneda, la estabilidad energética y la producción de alimentos, radicalizan el panorama que se buscaba solucionar con el plan de ahorros del 2005. Mientras, en las tiendas en MLC no faltan los más variados electrodomésticos de cocción, refrigeradores y neveras, cocinas de gas e implementos de cocina; las ofertas en pesos cubanos para satisfacer las necesidades de la población limitada a su salario,  son inexistentes. Solo el mercado de producción artesanal presenta una oferta que igualmente es cara y de poca calidad, pero resulta ser la única opción disponible para la población media. El reciclaje de utensilios familiares, el remiendo de los electrodomésticos dañados y la inventiva, ha sido la única opción que ha quedado a las familias cubanas para mantener una condiciones mínimas para la cocción y mantención de sus alimentos, pero ya siempre condicionados por el ineficiente sistemas energético nacional.

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