
Indispensables e insuficientes: cuando las estadísticas ya no pueden ocultar el hambre
20 de octubre de 2025
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n junio, FMP publicó una columna mía sobre el velo de
opacidad que envuelve una parte significativa de las estadísticas oficiales cubanas. Hace unos meses afirmé que la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI) era, en lugar de una entidad técnica y neutral, un engranaje del aparato estatal que produce cifras que legitiman más de lo que informan. Luego, en el desarrollo de un estudio más minucioso, el panorama se ha vuelto aún más crudo. Y no es que la ONEI haya hecho un acto de confesión y publique con mayor transparencia, sino que la magnitud de la crisis económica obliga a que los datos públicos sean menos opacos.
La comparación de los anuarios estadísticos y de las bases de datos desactualizadas revela una contracción histórica de la producción agropecuaria y de alimentos. Entre 2018 y 2023, los productos esenciales muestran caídas de vértigo: el arroz elaborado, alimento fundamental en la dieta cubana, cayó un 90 %; las pastas alimenticias, un 91 %; la carne de cerdo en bandas, un 93 %. Los lácteos, convertidos en alimento casi legendario, muestran descensos del 52 % en quesos, 69 % en yogur y 90 % en leche evaporada. El pan —alguna vez “insignia” de la canasta normada— se redujo en un 30 %. Estas cifras son de la ONEI, no de medios independientes ni de académicos en el exilio. El derrumbe productivo es tan dramático que ni las estadísticas oficiales pueden ocultarlo.
Así de grande es la crisis humanitaria que vive el país. Basta revisar los anuarios o los “especiales” oficiales (siempre que la página no esté caída) para documentar alertas a las instituciones internacionales. En los últimos años, la ONEI se ha convertido en el testigo involuntario de la debacle económica y alimentaria: es el propio Estado el que, en sus números, narra el colapso. Pero incluso este panorama estadístico nos sigue ocultando algo. Valdrá la pena contrastar, al cierre del año, con otras fuentes de información externa. Es muy probable que el panorama real sea peor de lo que estas cifras sugieren.
Esto no implica que los datos de la ONEI sean desechables. Son, por el contrario, el primer indicio de una crisis sistémica. Pero hay que leerlos con suspicacia. Ninguno de los indicadores sobre producción o consumo se desagrega por provincias o municipios; no hay indicadores oficiales sobre cortes de electricidad o agua; no existen cifras del desperdicio de alimentos por rompimiento de la cadena de frío. La ONEI tampoco reporta de manera regular la proporción de alimentos que provienen de importaciones, ni el peso real de la economía informal en la provisión de alimentos a los hogares.
Este vacío es el que lleva a Food Monitor Program a realizar entrevistas y encuestas sobre la situación de hambre en el país: cuántas proteínas se consumen en los hogares, cuánto de los ingresos se destina a la compra de alimentos, qué tanto aportan las remesas al consumo mensual o anual. Todo esto en un contexto de hostigamiento y represión: el Estado persigue a quienes intentan medir de manera independiente estas realidades.
No se trata solo de un problema técnico. Es un problema político. La estadística en Cuba es un artefacto que, más que reflejar, construye una narrativa. Por eso hay indicadores que siguen calculándose a precios constantes de 1997 o 2010, o tasas de desempleo que nunca superan el 3 %, a pesar de la existencia de cientos de miles de trabajadores subutilizados o de quienes dependen del trabajo por cuenta propia. En este escenario de opacidad, el desafío es doble: leer las cifras y leer sus silencios. Identificar las series truncadas, los cambios metodológicos sin explicación, las omisiones deliberadas.
Esta columna no busca llamar a un rechazo absoluto ni a una aceptación ingenua. Los datos oficiales son un punto de partida, el registro sistemático más amplio que existe dentro del país. Pero deben ser contrastados con investigaciones independientes, testimonios ciudadanos, reportes de derechos humanos y datos de comercio exterior. Podría sugerirse triangular con FAO o PMA, pero hay que recordar que estas agencias trabajan, en su mayor parte, con los mismos datos que produce el gobierno cubano.
Solo a través de esta triangulación es posible reconstruir una imagen más completa de la policrisis que vive la isla. Y con esa imagen, comprender no solo el colapso productivo, sino sus efectos en nutrición, acceso y desigualdad, así como en la frecuencia creciente de las protestas sociales. Desde el 11J, las manifestaciones se han multiplicado; las de Santiago de Cuba y Bayamo en marzo de 2024 tuvieron como detonante la escasez de alimentos y los apagones. Si tenemos en cuenta que este año ha sido el peor en materia energética, es probable que lo sea también en materia alimentaria.
Las estadísticas de la ONEI son necesarias, pero no suficientes. Son la puerta de entrada al problema, no su solución. Quien las lea debe preguntarse siempre qué hay detrás de los números y, sobre todo, qué quedó fuera de ellos. Porque en Cuba, los silencios estadísticos pesan tanto como las cifras que se publican. Y en un país donde el hambre ya no se puede ocultar, cada serie truncada es también un mensaje: lo que el Estado no mide, el ciudadano lo vive en carne propia.

