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Festivales vs. Hambre: Pan y circo a espaldas del cubano

14 de septiembre de 2023

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ctualmente Cuba sufre una de las peores crisis alimentarias

de las últimas décadas. Según más de 2200 encuestas de Food Monitor Program sobre Seguridad Alimentaria a lo largo del país, un 94,4% de cubanos considera que existe desabastecimiento de alimentos esenciales. Un 51,7% admite haber perdido capacidad de adquisición de alimentos tras la Tarea Ordenamiento 2021, mientras que un 39,2% la ha visto más limitada.[1] Al desabastecimiento de alimentos básicos se le agrega la inflación monetaria, el desvío de productos hacia su comercialización en dólares bancarios, el encarecimiento de los mismos en el mercado negro – algunos productos como el huevo, el aceite o la leche han aumentado hasta 10 veces su valor en los últimos 24 meses. Las familias cubanas han perdido estrepitosamente su capacidad de acceso a la comida, ya siquiera saludable e inocua. La brecha social se ha dilatado, entre los que reciben remesas desde el extranjero y los que no, entre los jóvenes que trabajan en el sector privado o emigran, y los adultos mayores que quedan solos en sus hogares, sin asistencias ni cuidados, entre los residentes en ciudades cabeceras y aquellos en zonas rurales y de difícil acceso. Los indicios de precarización no impactan únicamente a las familias cubanas, sino que tienen influencia en el funcionamiento de la sociedad en temas como la ausencia probada de garantías de alimentación en instituciones educativas y hospitalarias, en el aumento volátil de índices de criminalidad, entre otros.[2]

 

La inseguridad alimentaria ha estado acompañada por la inseguridad energética e hídrica, haciendo una tríada de horror para el cubano de a pie.[3] Este debe suministrar su tiempo en peregrinajes y colas por sus ciudades para asegurar los pocos alimentos que se entregan de forma racionada desde fines de la pandemia, llegar a casa para almacenar como puede el agua potable que conecta el acueducto unas horas cada dos, tres o cuatro días, y conjugar sus tareas domésticas con la conexión eléctrica, también planificada entre largos cortes de energía.

 

Mientras arrecia la crisis multisectorial en las calles y la vida de los cubanos se reduce a asegurar algo que comer, el desabastecimiento no parece existir en hoteles, balnearios y resorts de las principales zonas turísticas del país. El Ministerio del Turismo, la Agencia Paradiso, el Grupo Excelencias, el Grupo Palmares, la Federación Culinaria de Cuba y varias cadenas hoteleras organizan, con extensa presencia de representantes del gobierno, como el Ministro de Economía y el propio presidente designado y familia, festivales destinados, según sus palabras, “a la salvaguarda de la cocina cubana”. Así se suceden eventos como el Campeonato Nacional de Coctelería “Fabio Delgado in Memoriam”, el Festival Internacional Varadero Gourmet, el Seminario Gastronómico Internacional Excelencias Gourmet, la Fiesta Internacional del Vino, el Taller Gastronómico Cuba Sabe, Sabor a la Villas, entre otros.

 

Estos festivales tienen lugar en espacios de convenciones a los que los cubanos normalmente no tienen entrada, son frecuentados por turistas, empresarios extranjeros y allegados al régimen lo suficientemente confiables para ganar carteras de negocios con amplias prebendas. Pero lo que más los distingue es la abundancia de alimentos y presentaciones elegantes de platos largamente desaparecidos en las mesas cubanas. Estos festivales anuncian promover “la comida criolla cubana” en preparaciones de productos como café, carne de cerdo, frijoles y otros referentes  que han devenido patrimonios culturales de la nación y que tienen un lugar privilegiado en la identidad culinaria cubana. Sin embargo, son estos alimentos los que se han extinguido en los últimos dos años, tanto de los mercados liberados como de los sistemas de racionamiento estatales. La carne de cerdo, cuya ausencia era impensable en fechas como el fin de año, ha sido en estas ocasiones sustituida por algún sucedáneo a mano.[4] El café no solamente ha perdido calidad sino que se ha restringido su venta y encarecido su precio. Solamente estos dos elementos dan cuenta de las modificaciones del imaginario social cubano, en alimentos que han pasado de identidad, a la memoria añorada de la sociedad. Además, mientras que productos racionados como el picadillo se soja, granos y otros son vendidos a granel, sin indicaciones de procedencia o producción, siquiera fecha de vencimiento, la cocina que promueven estos festivales es “saludable, sostenible y soberana”.

 

La promoción de una imagen halagüeña de cara al turismo no involucra únicamente productos identitarios, olvidados para los cubanos, sino alimentos básicos en la dieta diaria. Por ejemplo, en medio de un desabastecimiento importante de harina de trigo, que afectó la producción de las panaderías en el país, durante las Fiestas del Fuego en Santiago de Cuba, una mipyme de la ciudad elaboró la “pizza más grande realizada en Cuba”, de 1.60 metros de diámetro y cuya cocción necesitó más de 6 kilogramos de harina.

 

Ante la grave inseguridad alimentaria presente en Cuba esta especie de pan y circo no solamente resulta de mal gusto, injusta y expoliadora para el pueblo cubano, pero parece ser de gran interés utilitarista y mercantil para el gobierno. Las ferias y talleres internacionales en torno a la gastronomía son un cortejo al uso para promover la “marca país” de Cuba, una herramienta estratégica para limpiar su imagen, sobre todo tras la represión contra manifestaciones de insatisfacción ciudadanas; así como atraer inversiones y fomentar la visita de turistas y la entrada de divisas extranjeras.

 

Un recurso clave para la marca país es vender como postales de historias auténticas, la identidad, cultura y valores de la sociedad cubana, elementos que en realidad se conservan solamente en la memoria de una sociedad hambrienta, sin esperanzas o certidumbres. El argumento del desarrollo de la nación tampoco parece ser creíble en un sistema personalista y autoritario que se blinda con legislaciones para el uso indiscriminado de recursos nacionales. Por ejemplo, recientemente se aprobó la Ley General de Protección al Patrimonio Cultural y al Patrimonio Natural que blinda al gobierno para una gestión del patrimonio material e inmaterial, sin debida rendición de cuentas ciudadanas. Además, las inversiones que aseguran podrían llegar al país mediante el turismo por estos medios parecen destinarse para la construcción de más hoteles y para el pago de viajes de altos representantes del gobierno cubano, mientras que el sistema agrario productivo colapsa y las políticas sociales retroceden. En tanto, el gobierno vende una imagen de “Cuba única”, pero en burbujas de pan y circo dentro de una “finca bananera” que dista mucho de la nación añorada por los cubanos.

[1] https://www.foodmonitorprogram.org/inseguridad-alimentaria-2023

[2] Ver, por ejemplo, nuestro artículo “Inseguridad alimentaria y delincuencia: ¿el que no roba no come?”, en: https://eltoque.com/inseguridad-alimentaria-y-delincuencia-el-que-no-roba-no-come

[3] Ver, por ejemplo, nuestro artículo “Cuba, la nación de las crisis”, en: https://eltoque.com/cuba-la-nacion-de-las-crisis

[4] Ver, por ejemplo, nuestra reciente columna de opinión sobre el tema: https://www.foodmonitorprogram.org/Columna-carne-de-cerdo-en-cuba-identidad-o-memoria

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