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El guarapo, la caña y la nación cubana en el año que se va

Por: Food Monitor Program

03 de enero de 2022

Recuerdo como si fuera hoy mismo la primera vez que lo probé. El frescor en el paladar de la caña recién cosechada, y las memorias de la infancia, dulces como el cultivo que le dio a este país identidad, cultura y riqueza. El guarapo es como la sangre de la nación cubana, se solía pensar en Cuba cuando el sentido común y la tradición económica azucarera, arraigada durante varios siglos demostraba que, en efecto, sin azúcar no hay país.

Entrando en la tercera década de este siglo XXI, la caña ha pasado de ser identidad y cultura nacional a ser leyenda. Cuando Fidel Castro arremetió contra los centrales azucareros porque se dio cuenta de que no iba a ser capaz de mantenerlos en pie, produciendo de manera competitiva para los mercados internacionales consumidores de azúcar, el pánico cundió en los campos cubanos, pero como otras tantas veces, la represión, la autocensura y la resignación prevalecieron en el guajiro cubano, que ha olvidado sus raíces y su lugar primordial en esta pequeña nación agraria.

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is abuelos fueron los que me enseñaron el guarapo[1]

Abandonar la caña de azúcar ha probado ser un colosal error estratégico desde todos los puntos de vista. No solo por sus complejas implicaciones económicas sino, por sus menos conocidas implicaciones simbólicas. La caña, a lo largo de la historia de Cuba, ha sido más que un simple producto de la tierra. Ha sido una especie de deidad agraria de la fertilidad y la prosperidad, que ha provisto de trabajo y recursos a millones de seres humanos a lo largo de varios siglos de señorío en nuestros campos y bateyes. El historiador cubano Fernando Ortiz la mimó en sus escritos y la elevó a símbolo antropológico imperecedero para nuestra nación. La caña preñó esta tierra con sus mieles y sus alcoholes, y dio forma a nuestra cultura y nuestro folclor como una especie de santa u orisha hermafrodita que ha sabido ser, en otros tiempos, madre protectora y padre transformador de los engranajes de la economía y la sociedad.

En Cienfuegos, esta ciudad pequeña al sur de la isla donde sobreviven unos 150 mil habitantes, no existe un solo punto de venta de guarapo, como otras tantas cosas que ya no existen porque el comunismo las borró del mapa y de la memoria. Conozco jóvenes de veintitantos años que nunca han probado el jugo de la caña, así como viejos que lo recuerdan ligado a sus primeros años en los campos de Cuba, cuando el futuro parecía prometedor y luminoso. Mientras este año 2022 termina, en un país amargado y aletargado, los cubanos se sientan a la mesa a soñar con otros tiempos y a devorar con ansiedad las migajas que el gobierno les dejó caer en los platos para persuadir a los ingenuos de que el próximo año no será tan terrible como este.

Un país azucarero sin azúcar, un país alegre sin sonrisas, un país agrícola sin alimentos de la tierra, un país musical en silencio, es lo que ha dejado el comunismo luego de más de sesenta años de absolutismo sobre esta nación de españoles y africanos que se haya perdida en el desierto de lo absurdo y no encuentra el camino porque no lo quiere ver delante de sus narices.

A los dirigentes cincuentones incapaces que han secuestrado la posibilidad del cambio en Cuba y siguen apretando el cuello del pueblo atrofiado por la propaganda y la ignorancia, no les duele que esta hermosa isla, bendecida por la naturaleza se halla convertido en un manicomio orwelliano empobrecido, donde los niños y jóvenes no conocen el jugo de la caña, y los ancianos mueren solos, recordando los tiempos pasados y a los hijos y nietos que los extrañan desde otras latitudes en este mundo. La nación muere lentamente pero un pueblo hambreado y autista no puede más que estirar su mano como el negro Sabás al que aleccionaba en su poema Nicolás Guillén, esperando las migajas del amo para sobrevivir otro día.

Mis abuelos, que nunca le creyeron a Fidel, me enseñaron el valor de las cosas pequeñas, de las esencias y las raíces, del valor intrínseco que nuestros símbolos culturales tienen para el futuro de la nación. Mis padres, que crecieron bajo la influencia del totalitarismo, recuerdan con añoranza tiempos de vacas gordas y grandes promesas, pero están viendo con sus propios ojos, los resultados de la histeria colectiva y el abandono de la tradición en busca de un ideal que nunca ha sido nuestro.

Hoy se sentarán a la mesa millones de hijos de Cuba a ver pasar otro año de penuria y escases, habrá quien no pueda permitirse el lujo de una cena especial con sus seres queridos y habrá quienes se irán a la cama en silencio y en soledad con el estómago vacío. En estos momentos es bueno recordar que cuando la caña se corta en pedazos se deposita en la tierra y se riega, renace con brío para devolverle el verdor y la frescura a los campos cubanos azotados por el sol. La nación, ahora hecha pedazos, deberá renacer de su propio cuerpo, tendrá que empinarse para alcanzar la luz luego de años de profunda oscuridad moral y material.

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