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El desabastecimiento, las ofertas diferenciadas y los revendedores

15 de noviembre de 2022

venta de cualquier lugar de Cuba, permite compilar testimonios que redundan sobre la alimentación como un problema irresuelto y en constante agudización. La falta de insumos para estimular la producción nacional, la mala gestión de recursos económicos y agropecuarios, la desigual distribución de los recursos alimentarios existentes, el consiguiente desabastecimiento, el crecimiento del mercado negro y la inflación (tendiente a una crisis de estanflación), han degradado de forma crítica el nivel medio de vida de la población cubana, incidiendo de forma especial en su acceso regular, seguro y rentable a alimentos de calidad que permitan no solo evadir el hambre, sino lograr mantener una dieta nutritiva. Si bordeamos la retórica de los medios de prensa oficiales se advierten leves señas de una crisis alimentaria en constante agudización, oculta tras discursos que buscan esconder la debacle del sistema productivo nacional y que instrumentalizan las condiciones mínimas que el Estado logra mantener, como si estas fueran garantía de un crecimiento económico y productivo. Exaltando microcontextos poco representativos de la media del territorio nacional, o mostrando estadísticas que desatienden la inflación, la prensa oficial construye una imagen cada vez más alejada de la realidad las familias cubanas.

 

La disposición diferenciada de los productos ofertados en las tiendas en pesos cubanos, entre La Habana y el resto de las provincias occidentales, genera un mayor impacto de esta crisis para los lugares ajenos a la capital.  Mientras algunas zonas logran estar medianamente abastecidas, hay otras que solo se abastecen una vez por mes.  A causa de este fenómeno da lugar al crecimiento desmedido de la especulación, se multiplican los precios de los productos que escasean hasta 10 veces. Las ofertas regulares del mercado capitalino llegan a las zonas desabastecidas con precios impagables por los salarios medios, por lo que gran parte de la población de estos lugares queda limitada a las ventas esporádica en las tiendas de su municipio. Por otra parte, La Habana concentra en sus mercados la gran mayoría de la producción agropecuaria de las provincias de Artemisa y Mayabeque; esto deja a los municipios de las provincias productoras a disposición de los excedentes o rezagos de la producción enviada a la capital, agudizando una crisis de abastecimiento que se extiende a la escasa producción nacional.

 

Bauta, por ejemplo, presenta dinámicas de comercialización de alimentos semejante a la mayoría de los municipios del país. Por una parte, repartición deficiente, inestable e inferior, respecto a la capital, de los productos normados por la libreta de abastecimiento. Por la otra, a merced de la escasa producción local, que se ve particularmente afectada por la comercialización referenciada de los productos al agro de la capital, donde se reciben a precios más altos. De esta forma los vendedores particulares de productos agropecuarios (carretilleros y mercados particulares) encarecen sus mercancías pues, en muchos casos, se abastecen de los productos locales enviados directamente a la capital.

 

Tras la municipalización de la venta en las tiendas por pesos cubanos y la regulación de la compra de productos por cantidad y frecuencia, Bauta quedó en un estado de cuasi total desabastecimiento. Productos como aceite, pollo, picadillo son ofertados una vez por mes, pero las cantidades disponibles nunca son suficientes y cada familia logra acceder a estos productos solo una vez cada dos meses, aproximadamente. El acceso a estos alimentos, cuya venta está limitada a las tiendas en pesos cubanos y reguladas para su compra por frecuencia y cantidad, depende del escaso abastecimiento planificado para los municipios fuera de La Habana, mientras en las tiendas de la capital se ofertan hasta una vez por semana para cada familia.

 

Los “agentes de venta” de este mercado negro viajan a La Habana para comprar en las tiendas en pesos cubanos y burlan las regulaciones de racionalización para revender en el cercano municipio. Muchos de estos revendedores logran vender todos sus productos antes de llegar a Bauta, pero la mayoría guardan la mercancía para el pueblo, porque gracias a la escasez los bautenses compran los productos mucho más caro. Es así como a precios exorbitantes y a diferencia de otros lugares, en Bauta se puede acceder a algunos productos que han desaparecido en la mayoría de los municipios de la provincia Artemisa.

 

 

Tras el paso del huracán Ian, estas condiciones se han visto especialmente agudizadas en las provincias afectadas por el evento meteorológico. En el peor de los casos por el paso del huracán y en los territorios que no resultaron afectados directamente por la concentración de los pocos recursos disponibles en la atención a los más dañados. El resultado de esta nueva ola de desabastecimiento es el encarecimiento, aún mayor, de los productos del mercado negro, que ahora especula de forma descontrolada, pues no hay ninguna otra oferta de compra de alimentos ni ningún mecanismo que tope sus precios. Mientras un pomo de aceite de un litro cuesta 50 pesos cubanos en el mercado estatal, en el mercado negro se podía encontrar antes del huracán en 500 pesos, días antes del paso de Ian pasó a costar entre 600 y 800 pesos y ahí se ha mantenido. Asimismo, el paquete de pollo de cinco libras que cuesta 90 pesos en la tienda y se vendía en entre 800 y 1000 pesos, ahora solo se encuentra por más de 1900; y el picadillo que cuesta 30 pesos en la tienda y se vendía entre 180 y 200 pesos, ahora solo se encuentra por más de 250 pesos. Asimismo, mientras en Bauta el comercio estatal solo oferta el pan normado por la libreta de abastecimiento, no faltan los vendedores ambulantes de pan que viajan a la capital y en arreglo con trabajadores de las panaderías que venden pan liberado en la capital, compran cantidades suficientes para revender en Bauta a precios elevados. En otros casos venden pan de elaboración artesanal, con materias primas cuyo origen desconocemos, pero suponemos que está relacionado con el déficit no planificado de harina. Mientras en la capital el pan habana o pan de molde cuesta 20 pesos, en Bauta se encuentra a 200 pesos, mientras la bolsa de palitroques cuesta 50 pesos en Bauta se vende a 200 pesos, igualmente con el pan de ajo que cuesta 4.50 pesos y se vende en 20 pesos y la bolsa de pan suave, que contiene siete panes pequeños, cuesta 180 pesos.

 

Entonces, el paso del huracán ha agudizado esta crisis alimentaria, desatando una dinámica especulativa sobre los precios de los alimentos en el mercado negro que no tiene tope. En Bauta, las autoridades no parecen preocuparse por ello y mientras los salarios medios se traducen en la comida de una semana, en la capital no se interrumpe el abastecimiento de todo cuanto haya, por poco que sea.  De esta forma, la crisis energética y de trasportación, la crisis sanitaria, las oleadas represivas ante cualquier tipo de reclamo popular y el desabastecimiento alimenticio rasante al hambre, imponen una realidad que se vuelve inhumana para las provincias aledañas a La Habana. 

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