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¿Cómo cocinar en Cuba? El colapso energético empuja a los cubanos a alimentarse mediante técnicas obsoletas e insalubres

03 de junio de 2025

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  esde el año pasado, Cuba atraviesa una de las fases más agudas 

de su crisis energética, cuyo colapso se venía gestando desde hace décadas. Hoy, con “apagones” de hasta 20 horas diarias y sin suministro de gas licuado desde febrero, millones de familias enfrentan enormes dificultades para algo tan básico como cocinar. Las soluciones que emergen en medio del desabastecimiento —usar leña en espacios cerrados, improvisar fogones, ajustar los horarios domésticos a la breve disponibilidad de electricidad o agua— no solo son precarias. También son peligrosas.

Desde hace tres años, el Food Monitor Program (FMP) documenta cómo esta crisis energética se ha convertido en uno de los factores centrales del deterioro generalizado de los servicios básicos en la isla.[1] Pero lo que vive Cuba no se resume a un problema de infraestructura o abastecimiento. Se trata de una policrisis que ha reconfigurado la vida cotidiana, afectando desde lo más íntimo hasta lo colectivo.

La existencia de los cubanos está determinada por la incertidumbre: sin un cronograma claro las vidas giran en torno a cuándo se podrá realizar una tarea esencial como cocinar, bañarse, lavar, o dormir. El resultado es más que material: se esfuman tradiciones, se erosionan saberes colectivos, se diluyen los marcos culturales que daban forma a la vida en comunidad. Y con ello, se desvanece también la noción de derechos fundamentales o la memoria de una vida digna. ¿Cómo se cruza el umbral de una crisis que ya parecía haber tocado fondo?

Las raíces del colapso cubano

Desde octubre de 2024, Cuba ha sufrido cuatro apagones totales del sistema eléctrico nacional, dejando a millones de hogares sin acceso a la energía. El primero duró cinco días, aunque algunas provincias permanecieron en penumbra durante más de una semana. Los más recientes se extendieron hasta 48 horas. Que un país entero se quede sin electricidad de forma repetida no es solo una falla técnica: es el síntoma visible de una crisis estructural marcada por décadas de desinversión y tecnología obsoleta. Así lo reconoció el propio director de la Unión Eléctrica de Cuba (UNE), Alfredo López, en una declaración televisada el 21 de mayo: “La situación es grave en estos momentos, muy difícil, largas horas de apagón”, señaló. Y añadió: “Desde el 2017 hemos dado muy poco mantenimiento. Ahora tuvimos un poco de recursos”, lo que permite hacer algunos “trabajos con cierta complejidad”.[2]

López se refiere a un contexto en el que las principales centrales termoeléctricas que abastecen la isla sobrepasan los cuarenta años de operación. Y donde la red que conecta la generación con el consumo doméstico también depende de equipos anticuados, desgastados y cada vez menos confiables. Durante años, el sistema ha sobrevivido a base de piezas recicladas, parches técnicos y medidas de emergencia que apenas contienen la próxima falla.

A esto se suma la matriz energética del país: aún anclada en un 95 % a los combustibles fósiles, principalmente diésel y fuelóleo importados desde Venezuela y, más recientemente, México. Esta dependencia de aliados políticos ha hecho a Cuba especialmente vulnerable ante la subida de los precios del crudo, la reducción de los envíos subvencionados y las sanciones internacionales. Además, la posibilidad de atraer inversiones extranjeras para renovar la infraestructura se ha visto limitada por trabas burocráticas, acuerdos ideologizados y un historial poco convincente de reformas estructurales.

Modernizar la red eléctrica cubana costaría al menos 8000 millones de dólares, una cifra impensable para una economía estancada, golpeada por sanciones económicas, errores estructurales y sin acceso a financiamiento externo ni inversión privada significativa.[3] En vez de abordar un necesario cambio estructural, el Estado ha optado por respuestas de emergencia que, si bien alivian lo inmediato, profundizan el deterioro a largo plazo.

Los parches que sostienen la crisis energética

Una de las respuestas más visibles han sido los grupos electrógenos, generadores que se han instalado desde la llamada Revolución Energética a inicios de los 2000, para cubrir picos de demanda o suplir caídas en el Sistema Eléctrico Nacional (SEN). Sin embargo, estos dispositivos están lejos de ser una solución real: su durabilidad es baja, los costos de mantenimiento y consumo de combustible son elevados, y su cobertura no alcanza para sostener el consumo nacional. Contra todo pronóstico, su proliferación refuerza una lógica de dependencia energética y soluciones temporales que, en vez de avanzar hacia una matriz diversificada, perpetúan el estancamiento. Pese a ello, el gobierno continúa apostando por estos parches. En abril de 2024 se anunció la “reparación capital” de numerosos grupos electrógenos que habían sobrepasado las 14.000 horas de funcionamiento. Pero el comunicado no informó el costo total de la inversión ni su impacto real sobre un sistema energético ya colapsado. [4]

Otro recurso paliativo han sido las centrales eléctricas flotantes, conocidas como patanas, arrendadas a la empresa turca Karpowership. Estas plantas móviles se conectan a la red nacional desde la costa para suplir generación eléctrica. Aunque su llegada en 2019 se presentó como una solución temporal, su papel se ha vuelto permanente y opaco. Varias de estas embarcaciones han tenido que desconectarse por falta de combustible, agravando el déficit. Mientras tanto, su arrendamiento continúa drenando recursos del país, sin una estrategia clara para reemplazarlas por soluciones más sostenibles.

Según lo comentado, lo que Cuba enfrenta no es una simple crisis sectorial. Es también una crisis de estrategia, marcada por la repetición de medidas paliativas e improvisadas, que mantienen al país en un estado de fragilidad crónica sin miras a una transformación integral. Esta no es una postura aislada, sino que tiene impacto también en la administración socioeconómica interna.

Ante el colapso del sistema, la respuesta oficial ha sido menos técnica que simbólica: una política de privación que traslada el peso de la crisis directamente a la ciudadanía. En lugar de asumir responsabilidades estructurales, el Estado ha optado por disciplinar el consumo doméstico. Ha impuesto medidas de ahorro energético, suspendido actividades consideradas “no esenciales” y recomendado preparar comidas ligeras para reducir el uso de electricidad en los hogares.

Como medida ad hoc, esta estrategia representa un riesgo aún mayor que las técnicas previamente descritas: un enfoque político hacia la contención y la normalización de la escasez como forma de gestión cotidiana. El eufemismo de la “resistencia” como romantización del deterioro crítico de las condiciones socioeconómicas en el país es un recurso frecuente en el discurso oficial. En diciembre de 2024, durante el IX Pleno del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, el presidente cubano Miguel Díaz-Canel enfatizó la resistencia como única opción a las adversidades:

No la resistencia como sinónimo de soportar, tolerar, sufrir, sacrificarse (…) La resistencia cubana es la respuesta que ha dado la nación a lo largo de su historia: una resistencia desde la rebeldía, desde la intransigencia, desde la fortaleza, la solidez, la energía, la vitalidad; fuerzas motrices que bien aprovechadas permiten crear, superando los obstáculos.[5]

Pero para los cubanos de a pie, el colapso energético no tiene connotaciones gloriosas. El impacto de un sistema que genera un tercio de la demanda eléctrica –que promedia los 3000 MW diarios– tiene otros valores para las familias de la isla y repercute no solamente en las actividades más básicas de la sociedad sino también en el bienestar individual de los cubanos.

Adaptarse bajo presión: efectos sociales del colapso energético

Sin la determinación épica del discurso oficial, y muy a pesar de los cubanos, la posibilidad de conservar, preparar e higienizar los alimentos se ha convertido en un campo de batalla. Estas actividades, que idealmente deberían apoyarse en fuentes limpias como el gas licuado del petróleo (GLP) o la electricidad, hoy dependen de un sistema en colapso. Unos 1,7 millones de hogares en la isla cocinan con GLP, el conocido “gas de balita”, mientras que otros 2 millones dependen de la electricidad como principal fuente de cocción. Exceptuando cerca de 220 mil hogares que aún utilizan gas manufacturado, el resto del país queda a merced de redes deterioradas, interrupciones constantes y una logística de distribución que ya no garantiza cobertura ni continuidad.[6] Según el censo oficial, esto implica que más de 9 millones de personas enfrentan hoy serias dificultades —y en muchos casos, una imposibilidad absoluta— para cocinar en sus propios hogares.[7]

 

Los cortes programados de entre 8 y hasta 20 horas diarias (excepto en La Habana, donde suelen limitarse a cuatro horas) han obligado a las familias a adaptar su día a los vaivenes del fluido eléctrico. Se cocina cuando hay corriente, sin importar la hora. No hay margen para recalentar: se come frío o de inmediato. Para aquellos hogares que dependían únicamente de “gas de balita” para cocinar, que no ha sido distribuido desde febrero pasado, así como para las comunidades que enfrentan apagones más prolongados una opción más precaria ha sido reducir las comidas del día. Según la última Encuesta de Seguridad Alimentaria del Food Monitor Program, elaborada antes del agravamiento más reciente, un 33 % de los hogares ya había comenzado a reducir las comidas como estrategia de supervivencia, mientras que un 25 % declaraba haberse ido a dormir con hambre. [8]

Aunque la situación ha continuado agravándose, desde hace dos años FMP recogía testimonios de familias que modificaban los quehaceres del hogar al punto de hacer:  “una sola comida al día que distribuyo entre almuerzo y cena”.[9] Para familias con horarios laborales, que no tienen esa capacidad de improvisación, la opción ha sido cocinar “en horarios que no son los normales para ingerir alimentos o muy tarde en la noche o en cualquier horario en que exista el fluido eléctrico (…) porque si cuando llegas a casa no tienes corriente pues a inventar con qué o cómo cocinar los alimentos para tu familia”.[10] Cocinar cuando dicte la programación oficial de “apagones” es la única opción para familias que dependen 100% de la cocción eléctrica: “ (…) he tenido que cocinar a las 7:00 de la mañana la comida que comeremos a las 8:00 de la noche, por miedo a quedarnos sin comer o tener que comenzar a cocinar a las 10:00 de la noche, como nos ha sucedido”.[11]

La frecuencia y duración de los apagones no solo afectan la cocción, sino también las formas y cantidades, el qué y el cómo de lo que se puede preparar. En muchos hogares se evitan las elaboraciones lentas y de alto consumo energético, características de la cocina tradicional caribeña, basada en legumbres y hortalizas. En su lugar, y ante la escasez de productos frescos como frutas y vegetales, las familias optan con frecuencia por alimentos de cocción rápida, como pastas, o por meriendas frías, como el pan.

Otra de las complicaciones derivadas de la inseguridad energética es la imposibilidad de conservar en frío los alimentos perecederos, especialmente durante apagones que superan las diez horas y en contextos de temperaturas sostenidas de hasta 38 grados Celsius. Esto no solo limita el aprovechamiento de la electricidad para preparar alimentos en mayores cantidades que puedan ser conservadas, sino que reduce drásticamente el tipo y la cantidad de productos que una familia puede almacenar previo a su elaboración. Por último, este régimen de recortes reciente la durabilidad de electrodomésticos como los refrigeradores, y ante “el quita y pon” como le llaman los cubanos, muchos optan por desconectar los equipos de forma indefinida.

El fenómeno más alarmante que el Food Monitor Program (FMP) ha registrado en los últimos tres años es el avance sostenido hacia formas precarias de cocción con combustibles sólidos, como la leña o el carbón vegetal. A través del blog fotográfico La Acera de Enfrente, se ha documentado cómo cientos de familias, ante la falta de electricidad y gas, acondicionan espacios y utensilios improvisados para cocinar con materia vegetal. En ausencia de energía limpia para cocinar, los cubanos reciclan lo que tienen a mano: mesas viejas, sillas rotas, esqueletos de máquinas de coser, restos de marquetería. Así levantan fogones artesanales en terrazas, pasillos, balcones e incluso dentro de las viviendas o azoteas. Los más afortunados disponen de patios de tierra; quienes viven en edificios o zonas urbanas densas reproducen estas prácticas en espacios semicerrados, lo que ha provocado varios incendios domésticos con riesgo de propagación. [12]

El problema va más allá de lo logístico. Cocinar con leña o carbón en espacios mal ventilados libera partículas finas y gases tóxicos que se acumulan en el sistema respiratorio. Según la Organización Mundial de la Salud, este tipo de exposición está directamente asociado con enfermedades como la EPOC, el cáncer de pulmón y afecciones cardiovasculares.[13] Además, el impacto no es igual para todos. Las mujeres, responsables mayoritarias de la cocina en la mayoría de los hogares cubanos, son las más expuestas. Esta sobrecarga no solo representa un riesgo sanitario, sino también una forma de violencia estructural invisibilizada: cocinar en condiciones peligrosas, con recursos contaminantes y sin alternativas seguras, se convierte en una obligación que erosiona la salud mental y física de los cubanos, restringe sus energías y ocupaciones.

La intermitencia del agua: otra dimensión de la crisis

Otro servicio público que depende críticamente de la electricidad —y que incide de forma directa en la forma en que los cubanos cocinan y se alimentan— es el suministro de agua. Según el censo de 2022, del 79,4 % de la población con acceso a la red de acueductos, poco más de la mitad recibe el servicio en ciclos que oscilan entre dos y hasta quince días. Esta irregularidad, sumada a las características arquitectónicas de muchas viviendas, obliga al uso de motores de bombeo y dispositivos improvisados —conocidos popularmente como “ladrones de agua”— para almacenar el líquido en pisos altos o tanques elevados. [14] El deterioro de las tuberías públicas –con más de 2000 salideros activos que generan pérdidas de hasta un 40% del agua bombeada[15]–  agravan el problema: el 54 % de los hogares encuestados por el Food Monitor Program afirma que debe potabilizar el agua antes de consumirla. [16]

La inestabilidad del suministro eléctrico también impacta directamente el funcionamiento de las estaciones municipales de bombeo, que constituyen el segundo mayor consumidor de energía del país. Por ello, cuando un circuito eléctrico presenta irregularidades, el acceso al agua puede retrasarse o incluso interrumpirse, aún después de haberse restablecido el servicio. Asimismo, los hogares que dependen de sistemas de bombeo internos para utilizar el agua ya almacenada tampoco pueden acceder a ella durante los apagones.

Las dificultades para acceder al agua corriente en el momento de preparar los alimentos repercuten directamente en la capacidad de esterilizar productos que no se cocinan, pero también en garantizar condiciones mínimas de inocuidad al momento de consumir cualquier alimento. En un país que se aproxima a un verano cálido y húmedo como el cubano, la mala conservación de los alimentos y la contaminación del agua representan las principales vías de propagación de enfermedades virales, como la Hepatitis A, y otros brotes de transmisión digestiva.

Esto es sabido y confirmado por las autoridades oficiales. Durante una comparecencia televisiva, el director de Epidemiología del Ministerio de Salud Pública subrayó la importancia de lavar adecuadamente los vegetales crudos y asegurar la higiene del agua de consumo, aunque reconoció: “Sabemos las dificultades que hay con el agua. No estamos ajenos.”[17] Una vez más, los cubanos son simultáneamente víctimas y responsables de sortear los riesgos derivados del deterioro de los servicios públicos —riesgos que, por definición, deberían ser gestionados por el Estado.

La vida entre la incertidumbre y la urgencia del racionamiento

 

El caos cotidiano que enfrentan los cubanos se asemeja a atender muy de cerca las luces de un árbol de Navidad: se encienden por momentos, de forma intermitente y en sectores imprevisibles. Si el agua llega a un vecindario a las tres de la madrugada, es en ese preciso instante cuando los residentes se despiertan para aprovechar cada gota y llenar todos los depósitos posibles. Los vecinos se alertan mutuamente a través de grupos de WhatsApp y Telegram, avisando cuándo comienza a fluir el agua y cuándo se corta, pocas horas después. Las casas se iluminan en plena noche, y las familias retoman sus rutinas domésticas, sincronizadas con un suministro tan incierto como esencial.

 

Lo mismo ocurre con la electricidad: antes de realizar cualquier gestión en otro barrio, muchos consultan si el bloque asignado por la UNE para el racionamiento eléctrico contará con servicio ese día. Esta programación semanal, publicada por la empresa estatal en sus redes sociales, es luego compartida en distintos grupos digitales, en un esfuerzo colectivo por mantenerse lo mejor informados posible.

 

En suma, la energía y el equilibrio que deberían aportar los servicios más básicos de la vida moderna se han convertido en fuentes constantes de estrés y frustración para los cubanos. Tras meses de colapsos interconectados en los servicios públicos, el estado precario de supervivencia se ha vuelto cotidiano. La desestabilización acumulativa que esto genera comienza a naturalizarse entre los habitantes de un país que ya no tienen tiempo para digerir, cuestionar o negociar nada: simplemente navegan, día a día, un terreno fragmentado que se asemeja cada vez más a una situación de guerra no declarada.

Más allá de la energía: el colapso del tejido social

 

En el caso cubano, la crisis energética no se limita a los apagones, la escasez de combustibles o al colapso de infraestructuras: está estrechamente vinculada a la crisis de orden económico, alimentario, migratorio y demográfico. La inseguridad hídrica y energética paralizan sectores productivos clave (impactando la irrigación, transportación de insumos, labores agrícolas, recogida y distribución de cosechas, así como la elaboración industrial de alimentos). Además, afecta el desempeño estudiantil y laboral de quienes pasan noches en vela, y erosiona los estímulos necesarios para sostener una ciudadanía activa y comprometida.

 

Los efectos de esta crisis multidimensional son visibles en el tejido demográfico del país. En los últimos tres años, Cuba ha experimentado un marcado decrecimiento poblacional como consecuencia de una ola migratoria masiva que afecta, sobre todo, a jóvenes y profesionales calificados. Este éxodo vacía al país de su fuerza laboral más dinámica, acelera el envejecimiento poblacional y debilita aún más una economía ya colapsada, incapaz de garantizar condiciones mínimas de bienestar, especialmente para los sectores más vulnerables.

 

Lo que ocurre hoy en Cuba interpela más allá de sus fronteras. No se trata únicamente de cifras sobre apagones o migración, sino del modo en que una población sobrevive —y resiste— en condiciones que deshacen su cotidianidad más elemental. Lo que está en juego no es solo el acceso a la luz o al agua, sino la posibilidad misma de imaginar un futuro compartido. Ante el creciente hartazgo y malestar general de la población, el discurso oficial ha sido proclive a enaltecer la labor de los trabajadores que, en condiciones precarias, intentan mantener corriendo los servicios básicos. Pero este mensaje ha estado acompañado también por la demonización de la crítica como inmoral frente a la “heroicidad” institucional. Frente a la normalización de la escasez y la deslegitimación al cuestionamiento como métodos de gestión, es urgente mantener una mirada crítica, informada y comprometida, que separe la politización de la respuesta ciudadana ante el descalabro de los derechos esenciales. Porque en cada apagón, en cada madrugada sin agua, se apaga también una parte del derecho a vivir con dignidad.

 

[1] FMP “Cuba sin combustible para cocinar: Es mejor ponerse flaco que volverse loco” El Toque, en: https://eltoque.com/cuba-sin-combustible-para-cocinar-es-mejor-ponerse-flaco-que-volverse-loco (15.08.2024); “Cuba: la nación de las crisis” El Toque, en: https://eltoque.com/cuba-la-nacion-de-las-crisis (21.08.2023); “Cocinar en apagón y conservar alimentos sin electricidad, dos odiseas diarias en Cuba El Toque, en: https://eltoque.com/cocinar-en-apagon-y-conservar-alimentos-sin-electricidad-cuba (13.10.2022)

[2] Mesa Redonda “Situación electroenergética nacional” Turquino TV (21.05.2025), en: https://www.youtube.com/watch?v=QUEgj2Fi8ME

[3] Emilio Morales (2024) “Cuba colapsa y también se apaga”. Dossier Cuba Siglo XXI, en: https://drive.google.com/file/d/11O2Z-HYIz5g61fKDezQQjasQeqDYYWy1/view

[4] https://www.acn.cu/cuba/iniciara-cuba-recapitalizacion-de-motores-de-grupos-electrogenos

[5] https://www.radiorebelde.cu/diaz-canel-en-ix-pleno-la-resistencia-cubana-es-la-respuesta-que-ha-dado-la-nacion-a-lo-largo-de-su-historia-13122024/?utm_source=chatgpt.com

[6] El gas manufacturado se produce centralmente y es distribuido casi ininterrumpidamente por tuberías utilizando un sistema antiguo de plomerías. Es un servicio limitado geográficamente a solo cinco municipios de La Habana —Plaza de la Revolución, La Habana Vieja, Centro Habana, Cerro y Diez de Octubre—.

[7] https://www.granma.cu/cuba/2025-02-21/cuba-cerro-2024-con-una-poblacion-efectiva-de-9-748-532-habitantes-21-02-2025-21-02-54?utm_source=chatgpt.com

[8] Food Monitor Program (2024) Encuesta de Seguridad Alimentaria en: https://www.foodmonitorprogram.org/encuesta-de-inseguridad-alimentaria-2024

[9] https://www.foodmonitorprogram.org/entrevista-no-11-he-debido-modificar-los-horarios-de-las-tareas-del-hogar

[10] https://www.foodmonitorprogram.org/entrevista-no-2-retornamos-a-vivir-como-los-indigenas

[11] https://www.foodmonitorprogram.org/entrevistas-no-15-en-bejucal-tenemos-apagones-y-alumbrones

[12] Dos de los casos más recientes fueron visibles en Pinar del Río y en Santiago de Cuba, este último en la vivienda de adultos de la tercera edad: https://www.facebook.com/groups/1666435540859342/permalink/1826960401473521/?mibextid=rS40aB7S9Ucbxw6v/ https://www.facebook.com/groups/1666435540859342/permalink/1826960401473521/?mibextid=rS40aB7S9Ucbxw6v

[13] https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/household-air-pollution-and-health

[14] http://www.cubadebate.cu/noticias/2024/04/10/cual-es-la-situacion-del-abasto-de-agua-en-cuba-video/

[15] https://www.ipscuba.net/sociedad/los-problemas-en-el-abastecimiento-de-agua-en-cuba-no-dejan-de-fluir/?utm_source=chatgpt.com

[16] https://www.foodmonitorprogram.org/encuesta-de-inseguridad-alimentaria-2024

[17] https://www.cibercuba.com/noticias/2025-05-30-u1-e42839-s27061-nid303949-minsap-advierte-riesgos-sanitarios-verano-cuba

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