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TESTIMONIO

Yo soy mi propia ayuda

María es una mujer adulto mayor que, a pesar de su edad, tiene la estirpe de una luchadora. Es cristiana, ha sabido encontrar fuerzas en su fe para levantarse todos los días a buscar opciones para sobrevivir, en medio de una crisis estructural cuyas consecuencias el gobierno ha trasladado a la población, afectando especialmente a las personas más vulnerables.

En la ocasión en que la encontramos, se disponía a pescar jaibas cerca de la orilla de la costa. Al caer la tarde comienzan a arribar los crustáceos a la superficie y es el mejor momento para su captura. El procedimiento, a pesar de no ser muy complicado, sí presenta retos para una mujer de su edad. Ella tiene una pequeña estatura y debe cargar con una cubeta de más de 10 litros durante toda la jornada, regresándola luego a su casa, a unos 800 metros del lugar, si tiene suerte, llena de jaibas y cangrejos.

Lo primero que debe hacer cuando llega es buscar restos de pescado y otros mariscos cerca de la orilla para el engobe, proceso que consiste en arrojar al mar estos desperdicios para que vengan las jaibas a comer en la superficie. Luego debe asechar a los crustáceos con mucha paciencia y capturarlos con el jamo, lo cual no siempre es tarea fácil. En esas tareas puede pasar horas; hay días en los que no se captura absolutamente nada.

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La pesca de jaiba exige una cuota de esfuerzo físico pequeña para un pescador saludable, pero para un adulto mayor este trabajo puede ser agotador. Hay que doblar la cintura, adoptar posturas antinaturales y hasta penetrar al agua con suelo fangoso, donde es difícil moverse o reaccionar ante algún peligro. Existe también la posibilidad de caída cuando se hace desde el muelle, cosa que ocurre con más frecuencia de la que podría esperarse.

Al caer la noche, el regreso se hace por un área solitaria de la ciudad en la que ya han ocurrido atracos y asaltos en otras ocasiones. Si hubo suerte, podrían capturarse suficientes crustáceos para unas 4 comidas con porciones pequeñas. El kilo de masa de jaiba se puede vender a precios variables que van desde 400 a 800 pesos, dependiendo de la temporada y la demanda; sin embargo, no siempre se llega a esa cantidad.

María confiesa que no tiene quien la ayude a realizar estas actividades, y afirma ser “su propia ayuda”. Mujeres luchadoras como ella hay muchas en nuestra sociedad, que han debido romper las barreras del género y la edad para asegurarse su propio sustento. El haber vivido siempre cerca del mar se ha convertido en una ventaja para una parte de los pobladores, que ahora vuelven una y otra vez a la bahía, la naturaleza cómo único recurso.

Aunque es inviable documentar todos los casos como el de María, de personas que han recurrido a prácticas muy antiguas de supervivencia, obligados por la situación; sí se puede decir que estos ejemplos crecen todos los días a medida que se deterioran las condiciones de vida de los cubanos, viéndose afectado de manera más marcada su acceso a los alimentos básicos. La resiliencia de las mujeres cubanas de manera especial, ante los desafíos cotidianos, constituye un testimonio vivo del carácter nacional y la determinación de la ciudadanía de no dejarse aplastar por las necesidades y carencias que le rodean.

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