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TESTIMONIO
Ana Marta, ser mujer y comerciante agrícola en Cuba
Ana Marta tiene 45 años y lleva más de dos décadas trabajando en un puesto de viandas en el mercado municipal de Caimito. Cada día se despierta antes del amanecer para preparar el punto de venta. Marta vende hortalizas y granos mayoritariamente, productos que compra directamente a campesinos de la zona. Aunque su trabajo es esencial para garantizar que muchas familias puedan llevar comida a la mesa, su labor está plagada de desafíos que afectan tanto su vida laboral como personal.
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Ser mujer y trabajar en este oficio no es fácil, comenta Ana Marta.
Los agricultores prefieren negociar con hombres porque creen que nosotras no entendemos de precios ni de calidad. He tenido que aprender a regatear y a ser más dura en mis tratos para que no me tomen por boba. Ana Marta también enfrenta el peso del trabajo físico. A menudo tiene que cargar sacos pesados de productos, lo que le ha causado problemas en la espalda y las articulaciones. Sin embargo, no puede permitirse contratar a alguien que la ayude porque apenas le alcanza para cubrir el alquiler del puesto y los gastos de su familia.
Ana Marta es madre soltera de dos hijos, y el tiempo que dedica al trabajo le deja pocas horas para atender su hogar. Mis hijos dicen que estoy siempre cansada, y tienen razón. Entre el mercado y las tareas de la casa, no tengo un chance para mí. Además, Ana Marta enfrenta el acoso constante de algunos clientes. Hay hombres que creen que, porque trabajo en esto, tienen derecho a faltarme el respeto. Una vez un cliente me dijo cosas tan vulgares que tuve que pedirle a un compañero que lo sacara del mercado.
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Lo último que ocurrió es que en el puesto estatal donde me encontraba sentía tanto acoso y repugnancia que me fui de ahí, y mi puesto era uno de los que más vendía; por eso no me gusta que me tomen fotos, para evitar un problema mayor, quién sabe. Ahora te asomas y solo ves en ese sitio, tierra colorá y varios hombres tomando alcohol desde tempranito. Nunca voy a entender por qué una mujer haciendo cosas supuestamente masculinas, sea tan mal vista.
A pesar de todo, Ana Marta no se rinde, trabaja ahora mismo aledaña al agro donde solía trabajar, es carretillera, aunque ella no le gusta que la llamen así. Sueña con poder mejorar su puesto y ofrecer un servicio más organizado, y poder ganar más dinero para ayudar más a sus hijos, pero sabe que el camino será difícil mientras no haya más apoyo para mujeres como ella.