La cocina es mi pasión, pero últimamente también es mi carga
Mi nombre es Yordán Duvergel, y tengo 42 años. Trabajo como ayudante de cocina en un modesto restaurante particular de La Habana. Yo tengo más de 20 años trabajados en cocinas, he sido chef, limpia platos y ayudante. Pero detrás de las puertas de la cocina, hay una realidad más oscura.
En mi trabajo existen las llamadas regalías. Ese es el término que utilizamos para describir lo que sucede cuando las inspecciones gubernamentales se acercan. Es una práctica clandestina arraigada nuestra rutina diaria: Cuando las autoridades de salud o los inspectores de alimentos llegan, nuestros jefes no quieren que se descubra nada que pueda afectar su negocio, y como la cosa está muy mala, nadie quiere perder. Entonces ocurren las regalías: los ingredientes de calidad se guardan en la despensa, los utensilios sucios se esconden y los platos que no cumplen con los estándares se envían a la basura.
Luego está el catering, otra cortina de humo. Cuando viene una inspección, nos ordenan preparar grandes cantidades de comida para eventos políticos o gubernamentales. Hay, al parecer un trato verbal o algo por “detrás de la fachada”. Yo me siento involucrado sin querer, si digo algo, me botan. ¿Qué sentido tiene preparar banquetes para políticos corruptos mientras nuestros vecinos luchan por encontrar una comida decente? ¿Por qué no podemos usar esas “regalías” para alimentar a los hambrientos, a aquellos que no tienen un techo sobre sus cabezas?
La cocina es mi pasión, pero últimamente también es mi carga. Cada vez que veo un trozo de carne de buena calidad, pienso en los niños que no tienen suficiente para comer y en los gordos en guayabera que sí se lo van a comer. Pienso en los ancianos que se acuestan con el estómago vacío y por eso me molesta.
No puedo quedarme callado más tiempo, pero también pienso que si digo algo de esto me despiden. Me duele seguir siendo cómplice de ese descaro.
Quizás algún día, cuando las inspecciones ya no sean una amenaza constante, sabiendo lo que eso conlleva, pueda cocinar con alegría y satisfacción. Sueño con que mucha gente sin dinero pueda comer y llenarse, probar platos caros. Hay muchos cubanos que nunca han visto una langosta en su vida, y últimamente ni cerdo ven.