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Alfredo y el oficio de subir cocoteros

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Alfredo tiene 20 años. Desde la adolescencia se ha dedicado de manera ininterrumpida a un solo trabajo: la recolección de cocos. Siendo un niño, aprendió las artes de subir a los cocoteros de su padre. De esta manera lo ayudaba bajando los cocos de la finquita que tenían en Banes, en la provincia oriental de Holguín.

Esta tarea no divertía especialmente a Alfredo, que prefería jugar con sus amigos sin mayores responsabilidades; pero su papá era mayor y debía ayudarlo en esta tarea. La venta de cocos era la actividad económica principal de familia.

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Alfredo y el oficio de subir cocoteros

La muerte de su padre lo obligó a reenfocar la actividad. A los 16 años asumió las responsabilidades de un adulto en su casa. Nos confiesa: -No soy el mayor, pero casi como si lo fuera. Tengo dos hermanas mayores y dos menores; ellas tienen que estudiar y hacer su vida. A mí me toca trabajar para ayudarlas a ellas y a mami.

Su madre trabaja como maestra en una escuela primaria, le gusta su trabajo, pero nunca ha ganado lo suficiente para mantener a sus cinco hijos. Alfredo asumió entonces la carga de su padre y comenzó a trabajar.

Durante los dos primeros años se limitó a continuar atendiendo los cocoteros de su casa. -La pandemia de coronavirus tenía parado todo por lo que la venta de cocos era muy escasa. Hasta que pasó el coronavirus y volvió la afluencia de personas y viajeros no levanté verdaderamente cabeza- señala sonriendo.

Hoy también ofrece su servicio de bajar cocos a algunos de sus vecinos. Por cada coco le pagan entre 5 y 10 pesos. Para él esto es solo un trabajito extra. Lo que realmente le es rentable es venderles sus propios cocos a los turistas del cercano polo turístico de Guardalavaca.

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La actividad aún es muy complicada para él pues por su edad se expone a que lo multen y le decomisen lo ganado. Sacar una licencia para ejercer este oficio es un proceso burocrático largo, que además impone contribuciones con la ONAT (Oficina Nacional de Administración Tributaria) que él no puede asumir teniendo en cuenta su nivel de ganancias.

Por eso, la mayoría de las veces tiene que venderles sus cocos a terceros, que sí tienen patentes para estas ventas, o a otros que, aunque no las tienen, no temen tanto a las represalias o están protegidos de estas por alguna razón que Alfredo prefiere no comentar.

¿Cómo vendes tus cocos? -De varias maneras, a veces los vendo completos, pelados o no. Principalmente los vendo así cuando es para otros vendedores que compran al por mayor. Otras veces les saco el agua y la masa y vendo ambas cosas por separado. Los vecinos y viajeros cubanos lo suelen comprar más así para hacer dulces o comer y tomar como merienda. La fruta del coco es lo más valioso. Finalmente, a veces los vendo solo pelados por una esquina para que se pueda tomar agua directamente de ellos, esta es una opción bastante demandada tanto por turistas como por cubanos. Aunque los primeros prefieren esta y casi nunca se comen la masa dentro del coco.

¿Cómo te ves dentro de unos años? - Si Dios quiere estaré trabajando en otro país. Una de mis hermanas se casó con un cubano americano que la sacó a través de México. El me puso el parole porque me ha visto trabajar aquí y sabe que yo echo para adelante. Si esa vía no se da ya veré que invento. Sin dudas encontraré alguna manera para irme de este país. No sé qué estaré haciendo, pero lo que sí te aseguro es que no me veo más en Cuba.

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