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Flopi ya no tiene qué comer

31 de octubre  de 2022

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lopi, así se llama el perro de mi vecina, la maestra. Imagino que 

lo nombró de esta manera por la nostalgia de aquel muñequito que pasaban casi todos los días por la televisión cubana, en el Canal 6, en la década de los 80.

Hace ya casi diez años que lo tiene y, al igual que el original, su sato solía estar gordito y bien cuidado. Ahora sigue estando bien cuidado, pero de gordito ¡nada! Flopi también fue reordenado y va a la vanguardia en la tarea de pasar hambre.

Ella es una señora que ronda los 70 años, jubilada, no hace mucho tiempo. Toda su vida fue maestra en una escuela primaria. Su único hijo, siendo aún un adolescente, se tiró al mar en el 94 y más nunca supo de él. Solo tiene a Flopi para acompañarla; tal vez por eso lo cuida con tanta dedicación.

Sin embargo, el amor y la buena voluntad no le alcanzan a la hora de la comida. Hay que estar de visita en su casa para ver la angustia y la tristeza de ambos. Ella lo mira, con el corazón encogido, pensando en qué le dará. Él, levanta la cabeza, atento, mirando a ver si finalmente cae algo en su plato.

Antes de ese invento gubernamental del reordenamiento económico, su sueldo no le alcanzaba para mucho. Pero al menos podía comprarle boniato y, alguna que otra vez, vísceras de puerco en el agro. Si no, podía darle arroz con frijoles y los cartílagos y restos de sus comidas con pollo o picadillo.

Ahora, el dinero de la jubilación no le alcanza para comprar su comida, mucho menos para alimentar al perro. Y es que, por ejemplo, la libra de boniato pasó de costar 80 centavos a casi 100 pesos cubanos. Asimismo, puede decirse del arroz, que de 5 pesos la libra ha llegado a valer hasta 250 pesos y un poquito más.

Esta no solo es la vida de Flopi y mi vecina, la maestra. Es la vida de miles de cubanos, para quienes sus mascotas se han convertido en una carga económica alimentaria.

Ahí está también el gato de la casa de enfrente, Michi, para constatar esta dura realidad. Cuando su dueño lo recogió en el basurero de la esquina, con apenas unas semanas de vida, nadie podía adivinar que unos años después ese horrible lugar se volvería su lugar primario de alimentación.

 

El pobre, de la dieta de pescado que solía tener, tuvo que aprender a luchar su jama entre los desperdicios del contenedor. No hay remedio. No es que su dueño no quiera darle comida, es que, simplemente, el dinero ya no le alcanza ni para una libra de claria. Esta carne, en un par de años, subió de cerca de 20 pesos a 300, si es que alcanza en la cola de la pescadería; de otra manera, puede costar más de ese precio en algunas mipymes. Eso, lo más barato, pues, en las tiendas en divisas, un kilogramo de pescado puede valer más de 40 MLC.

Claro, que peor lo tienen las palomas, cuya base alimentaria históricamente han sido los chícharos. Lo que pasa es que, hasta ahora, ni ellas ni sus dueños se habían enterado que este grano venía de Canadá. País donde, de enero a mayo, los ríos se congelan y, por tanto, como bien mintiera Betsy Díaz Velázquez —la ministra de Comercio Interior cubana—, es imposible traerlos en esos meses. Cierto, alguien pudiera decir que a veces sacan chícharos en las tiendas en MLC; pero, seamos sinceros: qué por ciento de la población puede gastar 500 pesos en un paquete de solo 500 gramos, que no alcanza para el mes entero. Así, no es de extrañar que, en lo adelante, las palomas cubanas se vean forzadas a hacer un ayuno involuntario de casi medio año. Faltaría por ver si aquellas que pululan por la plaza San Francisco de Asís, como pertenecen al sector turístico, tendrán o no garantizada su cuota de comida.

En una especie de vuelta al pasado, e incluso impulsado por la narrativa oficial que lo promueve, el panorama de las mascotas en Cuba, en algún punto, tratará de retornar a tener animales de granja en las casas, en vez de gatos, perros, palomas o peces. Las gallinas y los cerdos volverán a adueñarse de patios, balcones y bañaderas; tal como sucedió en los años 90, durante lo más profundo de la crisis del Período Especial.

Sin embargo, este método de intento de autoabastecimiento proteico funcionará esta vez menos aún que en aquellos años. Es simple, de la misma manera en que no hay comida para sostener a gatos y perros, no hay comida tampoco para alimentar a estos otros animales. Baste recordar, por ejemplo, en el caso de los cerdos, que apenas existen en la actualidad centros de trabajo donde recoger o comprar sancocho para ellos. Sin ahondar mucho tampoco en que el precio de un saco de maíz para las gallinas ronda los 3 000 pesos; o sea, mucho más que la pensión de la mayoría de los jubilados y que el salario mínimo en Cuba.

Lo cierto es que, ya sean animales afectivos o de granja, la realidad es una sola: la grave crisis alimentaria, y económica en general, afecta también a las mascotas.

En primer lugar, aquellos que logran seguir teniendo un hogar, en la mayoría de las ocasiones no cuentan con una dieta saludable y equilibrada según sus necesidades. Ejemplo claro puede verse en los perros medianos y de gran tamaño, cuyo peso tiende a ser más bajo de lo normal por falta de comida; o en los pekineses, una raza de estómago bastante delicado y que tiende a hacer gastritis crónica, por lo que los veterinarios recomiendan darles pollo hervido.

En segundo lugar, la falta de comida puede inclinar a que los dueños abandonen a sus mascotas en la calle o las regalen, pensando que tendrán una vida mejor y mayores probabilidades de sobrevivir que con ellos. Sin embargo, la calle, muchas veces, significa la muerte para la mayoría de esos animales; sobre todo porque el Estado no tiene instituciones para acogerlos, cuidarlos y darlos en adopción.

Con mucha suerte, encontrarán un hogar de tránsito entre los animalistas. Pero estos también, por las mismas razones, cada vez son menos, pues muchos de ellos ya no están en condiciones económicas de proveerlos con un plato de comida. Así lo demuestran las desgarradoras historias compartidas en las redes sociales, donde piden ayuda para sostener a los animales recogidos o, tristemente, declaran no poder seguir ayudándolos, viéndose obligados a cerrar sus refugios privados.

Por otra parte, los animales no solo sufren la falta de comida; también tienen que enfrentar a un depredador mayor: el hombre. Y la palabra depredador está utilizada a plena conciencia, pues en épocas de crisis alimentarias, a semejanza del Período Especial, gatos, perros, palomas, gallinas, puercos, comienzan a desaparecer de las calles, de las casas; robados, la mayoría de las veces, para ser sacrificados y vendidos como carne para el consumo humano en el mercado informal.

No en vano, Ghandi dijo que la grandeza de una nación se mide por la forma en que trata a sus animales. Lamentablemente, oscuro es el destino de mascotas y dueños en la Cuba no muy lejana, donde mi vecina, la maestra, cada vez tendrá menos comida para darle a Flopi; y donde Michi, el gato de enfrente, tendrá que mudarse para siempre al basurero o robar el primer trozo de alimento en las casas del barrio, bajo el riesgo de ser linchado.

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