Un verano difícil para Cuba
29 de septiembre de 2025
l verano de 2025 transcurrió en Cuba bajo la sombra de un
deterioro sistemático del bienestar humano. Lejos de la estabilización prometida por las autoridades en los servicios más básicos para la vida moderna, las condiciones energéticas y materiales empeoraron impactando la base de la vida cotidiana. Los apagones se consolidaron como la norma; en provincias orientales como Santiago de Cuba y Holguín superaron las veinte horas diarias, mientras que en La Habana las desconexiones se repartían en varios tramos, incluyendo madrugadas y noches. En el centro del país, llegaron incluso a prolongarse por 36 horas consecutivas.
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Los cortes, presentados oficialmente como “mantenimientos correctivos” por el pésimo estado de las termoeléctricas nacionales, desencadenaron problemas colaterales graves, entre ellos una crisis de agua sin precedentes. En ciudades como Cienfuegos, varias comunidades pasaron semanas desconectadas de la red hídrica; las autoridades lo justificaron por roturas de bombas y tuberías principales. Lo cierto es que sin energía eléctrica el bombeo al sector residencial se hace más esporádico y corto, complicando aún más el abasto y almacenamiento de agua. En numerosos barrios el líquido llega con la presión tan baja que solo alcanza hasta la entrada de las casas, obligando a familias a usar el agua en plena acera. En otras ocasiones, tras días de sequía o eventos de rotura en la plomería pública, el líquido llegó contaminado, con olor y color extraños, poniendo en riesgo la seguridad biológica y sanitaria de los residentes.


A ello se sumó la crítica escasez de gas licuado para cocinar. La falta de acceso forzó a muchos hogares a recurrir a alternativas precarias como la leña o el carbón, con consecuencias sanitarias y ambientales: afecciones respiratorias, accidentes domésticos, quemaduras de diferente grado y explotación de fuentes maderables de la zona. El saco de carbón se cotizó entre 1,000 y 1,500 pesos, prácticamente una pensión de jubilación.


El panorama alimentario no fue mejor. Las colas para adquirir productos básicos persistieron y las MiPymes, lejos de aliviar la crisis, se mantuvieron fuera del alcance económico de la mayoría. El desabastecimiento y el encarecimiento de alimentos esenciales fueron constantes: aceite, arroz, granos, cárnicos, leche y huevo subieron de precio con tendencia al alza. En el mercado en divisas, reconvertido a la llamada tarjeta clásica en USD, también se observaron carestías, afectando incluso a familias con remesas. El arroz fue uno de los productos más golpeados: su precio osciló entre 200 y 300 pesos la libra, estabilizándose alrededor de 280 tras la llegada de un barco importado, lo que obligó a sustituirlo por harina de maíz, purés de viandas y otras alternativas. La tasa de cambio de divisas en el mercado informal contribuyó a esta volatilidad, donde el euro alcanzó valores de más de 400 pesos cubanos.




Mientras tanto, el Estado intentó contener el descontento con una mínima oferta recreativa y una intensa carga simbólica: actos políticos, celebraciones del 26 de julio o del cumpleaños de Fidel Castro, y campañas propagandísticas en barrios y espacios públicos. Esta propaganda fue mayoritariamente criticada por la población al reconocer el desvío de recursos escasos como el combustible, para actividades ideológicas mientras los hogares carecían de lo más básico para sobrevivir.


La población, atrapada en la inercia de esta subsistencia, atravesó uno de los veranos más descoloridos y tristes de las últimas décadas. Sin soluciones concretas ni respuestas a sus reclamos cotidianos, vio deteriorarse aún más su calidad de vida en medio del calor y la oscuridad. La protesta cívica permaneció en niveles mínimos, contenida por la represión y el miedo a las sanciones. La resistencia ciudadana quedó reducida a una práctica silenciosa y sin dirección, cuyo único propósito fue arrancar días al calendario mientras el país se apaga lentamente, entre la explotación de la clase dominante, la complicidad forzada de los burócratas y la naturalización de la miseria de los oprimidos.