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Restaurante del Jardín Botánico de Cienfuegos: testigo mudo de la decadencia nacional

03 de julio de 2025

no de los mayores estragos que ha provocado la policrisis que 

que atraviesa Cuba en los últimos años —agravada por el descalabro de la red de suministro energético nacional— es el abandono y deterioro de tradiciones locales, especialmente las culinarias. La escasez de productos e insumos, la falta de inversión y la persecución sistemática a emprendedores y pequeños negocios gastronómicos han conspirado para producir una contracción alarmante en la oferta y variedad de servicios disponibles para la población.

El deterioro constructivo ha obligado al cierre de muchos establecimientos estatales que, durante décadas, fueron emblemas de la comida criolla tradicional. La ciudadanía ha presenciado con asombro esta degradación que afecta no solo su calidad de vida, sino también el sustento de los trabajadores del sector, muchos de los cuales han debido migrar hacia otras actividades económicas, a veces menos remuneradas. 

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En la provincia de Cienfuegos —que en otros tiempos contó con los afamados restaurantes Covadonga, El Cochinito, La Verja o el elitista 1800—, el declive es particularmente visible. Uno de los espacios gastronómicos más singulares era el restaurante del Jardín Botánico Provincial, ubicado entre la ciudad cabecera y el municipio montañoso de Cumanayagua. Su encanto residía en su ubicación apartada, su ambiente tranquilo y su entorno exuberante de flora y fauna; un lugar ideal para desconectar y disfrutar de un espacio natural privilegiado.

En años pasados, este restaurante ganó popularidad por ofrecer platos tradicionales y opciones vegetarianas elaborados con criterios ecológicos y de sostenibilidad. A pesar de la distancia con respecto a la ciudad, el público acudía por la calidad de la comida y el valor añadido de encontrarse dentro del Jardín Botánico. Este jardín es, en sí mismo, una joya natural. Fundado a finales del siglo XIX por el empresario estadounidense Edwin F. Atkins, en 1901 se convirtió en un centro de investigación internacional bajo el nombre de Harvard Botanical Station for Tropical Research and Sugar Cane Investigation. Hoy abarca unas 4,5 hectáreas y, según Wikipedia, “es el más importante de la red existente en Cuba, el más antiguo y el que cuenta con colecciones de plantas más completas enfocadas a la investigación y la exportación”.

Todo esto hace aún más paradójico el estado actual de abandono del restaurante y del propio Jardín; ambos, víctimas del desinterés estatal y de la falta crónica de inversión. El principal problema que enfrenta hoy el restaurante es la falta de agua potable, consecuencia directa de la crisis energética que impide el funcionamiento regular del sistema de bombeo. A su alrededor, la sequía y la ausencia de un sistema de riego alimentado por la red de acueducto agravan el panorama. El sistema de abasto con pipas es prácticamente incosteable, pues la distancia del acueducto provincial eleva mucho los costos de transportación, a lo cual hay que sumar que no siempre hay camiones disponibles para brindar ese servicio. En la zona no existen acuíferos importantes y, por tanto, la perforación de pozos tampoco es una opción, lo que, de alguna manera, condena al lugar a permanecer cerrado de manera indefinida.  

A pesar de que el restaurante es actualmente gestionado por un emprendimiento privado, los esfuerzos han sido insuficientes para garantizar un suministro estable de agua. Según trabajadores del lugar, las ofertas eran bastante asequibles en comparación con las paladares situadas en la ciudad. Los platos completos —que incluían carne de res, cerdo, pollo, pescados, mariscos y hasta conejo— rondaban entre los 1 500 y 2 000 pesos cubanos. La ubicación rural favorecía el acceso a viandas y hortalizas locales, lo que mantenía los precios competitivos.

Sin embargo, desde el recrudecimiento de la crisis, el restaurante permanece vacío. Solo quedan los trabajadores, viendo sus ingresos desplomarse mientras las mesas continúan vestidas, como testigos mudos de una decadencia anunciada. La falta de transporte intermunicipal ha terminado de aislar el lugar; ya casi nadie lo visita y las semanas pasan sin una sola venta. Las perspectivas no apuntan a la mejora. Algunos empleados, que han permanecido fieles al sitio y al Jardín durante años, hoy piensan seriamente en abandonar el trabajo.

Esta es una de esas historias silenciadas, invisibles para la prensa oficialista, ignoradas por el telecentro local y ausentes en cualquier cobertura del periodismo institucional. Nadie ha documentado la pérdida de un espacio querido por tantos, donde se conjugaban el disfrute gastronómico y el contacto íntimo con la naturaleza.

La policrisis cubana tiene muchas caras y esta es una de las más dolorosas: la pérdida paulatina de nuestra identidad, de nuestros lugares y costumbres, de lo que da vida y memoria a la nación. El país se apaga poco a poco bajo la bota inflexible de un régimen que no ofrece soluciones reales al descalabro general. El restaurante del Jardín Botánico sigue ahí, con sus mesas dispuestas y vacías, esperando a un comensal que no llega. Pero su verdadero valor ya no es comercial, sino simbólico: es el retrato de una nación que se hunde sin ruido, donde todo se deteriora, se descompone y, finalmente, se olvida.

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