Refrigeradores rotos y estómagos vacíos. El legado de la Revolución Energética del 2005
14 de octubre de 2025
n el tórrido clima de Cuba, donde las temperaturas promedio
rondan los 31 grados Celsius durante gran parte del año, el refrigerador deja de ser un simple electrodoméstico para convertirse en una necesidad vital. Pero ¿qué ocurre cuando se avería? En cualquier país con un sistema económico funcional y descentralizado lo lógico sería contar con múltiples opciones: repararlo en un taller especializado, sustituirlo en la empresa que lo vendió o, sencillamente, comprar uno nuevo. En la isla, en cambio, todas esas alternativas resultan inalcanzables para una economía doméstica en ruinas.
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Las familias cubanas viven en una lucha constante por conservar alimentos básicos en medio de una escasez crónica. A esta precariedad se suman apagones que pueden prolongarse hasta 20 horas diarias y fluctuaciones de voltaje que queman los motores de refrigeradores desgastados tras casi dos décadas de uso.[1] Lo que para muchos es un problema técnico, en Cuba se convierte en un drama cotidiano que expone las fallas estructurales de un sistema económico y energético en colapso, cuyas raíces se remontan a la llamada “Revolución Energética” de 2005.


Impulsada por Fidel Castro, aquella política buscó responder a una crisis eléctrica heredada del Período Especial y a una infraestructura envejecida. Se sustituyeron de manera masiva 2,55 millones de refrigeradores antiguos —muchos de ellos reliquias estadounidenses de los años 40 y 50, reconocidos por su durabilidad— por modelos chinos más eficientes, principalmente de la marca Haier. La motivación para este amplio programa de renovación fue, mucho menos la lucha contra el cambio climático que la necesidad técnica y económica, por causa del envejecimiento y del mal mantenimiento de las centrales y redes eléctricas, así como del impacto de los huracanes. Sin embargo, la “revolución” fue en realidad una sustitución forzada: el Estado confiscó los equipos viejos sin compensación y entregó los nuevos a crédito, descontando el costo directamente de los salarios. La medida, de carácter impositivo, provocó rechazo inmediato.


Hoy, en 2025, esos refrigeradores chinos —diseñados para durar apenas 7 a 10 años en condiciones óptimas— han cumplido con creces su ciclo de vida. En un contexto de inestabilidad eléctrica y sin acceso a repuestos, fallan en masa: compresores quemados, fugas de gas y termostatos dañados son parte del día a día. Repararlos puede costar más de 40.000 pesos cubanos, en un país donde el salario medio estatal apenas alcanza los 6.649 CUP. En otras palabras, una reparación equivale a más de seis veces el ingreso mensual promedio. Para la mayoría, es sencillamente imposible.


El panorama empeora con los apagones y los picos de voltaje, que convierten cualquier arreglo en un parche endeble condenado a fallar. El impacto humano es devastador: sin refrigeradores, las familias no pueden almacenar alimentos perecederos y se ven obligadas a comprar diariamente en mercados estatales desabastecidos o en mipymes y el mercado negro, a precios exorbitantes. El resultado es más gasto, más tiempo perdido en colas interminables y, sobre todo, más hambre.


Las averías en masa de estos dispositivos son consecuencias directas del pésimo manejo de la infraestructura energética en el país, otro ladrillo más en el extenso muro de obstáculos que los cubanos experimentan como herencia de esta administración. La respuesta institucional, sin embargo, ha sido limitada y efímera: racionalizando la escasez y anunciando nuevas roturas como si fueran un elemento ajeno a la responsabilidad pública del Gobierno; enviando brigadas de reparación que operaron en provincias como Matanzas, Pinar del Río o La Habana, pero que pronto se paralizaron por falta de piezas.[2] Soluciones cosméticas o justificaciones y evasiones frente a un problema estructural. No sorprende, entonces, que la Revolución Energética sea recordada hoy, más que como un avance, como otro proyecto personalista y enajenado terminado en fracaso[3]: una política improvisada que privilegió la inmediatez sobre la sostenibilidad, dejando tras de sí un país con refrigeradores rotos y estómagos vacíos.
[1]EFE (2025) Apagones, promesas, averías y hastío: doce meses de la crisis energética total en Cuba https://efe.com/mundo/2025-08-26/crisis-energetica-cuba-doce-meses-apagones/
[1] Tomás Cardoso (2024) Electrodomésticos rotos, un costoso daño colateral de los apagones en Cuba que el Estado no asume https://www.martinoticias.com/a/electrodomesticos-rotos-un-da%C3%B1o-colateral-de-los-apagones-en-cuba/398135.html
[2] https://eltoque.com/los-planes-bizarros-de-la-politica-alimentaria-en-cuba
