¿Qué comen los cubanos en zonas periféricas y semirurales?
06 de agosto de 2024
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egún el último censo realizado en Cuba en el año 2012, más del
24% de la población de la Isla se ubica en zonas periurbanas y rurales.[1] Estos espacios comprenden combinaciones diversas de asentamientos informales y formales en condiciones diferentes a las de los centros urbanos que rodean. A partir de esta cifra se considera población rural a los cerca de 2,3 millones de personas que residen dentro del perímetro de este tipo de asentamientos. El mismo documento contabiliza 6 417 asentamientos rurales en el país, la mitad localizado en las provincias orientales.
En la crisis multifactorial que atraviesa actualmente el país, la precarización de los servicios básicos y de la distribución de alimentos normados tiende a aumentar en las zonas más alejadas de los circuitos de transporte y abasto citadinos. A su vez, su población es una de las más invisibilizadas (por el bajo nivel de ingreso y el limitado desarrollo tecnológico), envejecidas (por la migración constante a las ciudades y cabeceras de provincias) y en condiciones de vulnerabilidad marcadas por las desigualdades persistentes entre “el campo” y “la ciudad”.
Entre los meses de enero a marzo de este año, Food Monitor Program realizó entrevistas focales con perspectiva en el continuo semirural-urbano a 77 hogares del país. Estos se ubicaron, dentro de occidente, en comunidades como Los Tanques, Caonao, La 13, El Junco, Paraíso, Madruga, El Guatao; y del oriente como Las Coloradas (Moa), San Antonio del Sur (Guantánamo), Jesús Lores Yacabo Abajo, Yacabo Arriba (Ímías), Valle de Caujerí (San Antonio), entre otras zonas. Un 34% de las encuestas se realizaron a mujeres y un 43% a hombres, de entre 20 y 97 años.[2]
De esta manera, el observatorio evaluó las interrelaciones entre locación, suministro de alimentos, entrega de productos normados, abasto de agua y electricidad. Como resultado, se reflejó una diferencia sustancial en la calidad y frecuencia de productos en zonas semirurales, así como el empeoramiento de condiciones de infraestructura y tiempo destinado a desplazarse y adquirir alimentos, situaciones que ubican a los pobladores de estas zonas en condiciones de mayor inseguridad alimentaria. También se identificó la entrega de productos de mala calidad como el arroz y el azúcar, o las “afectaciones” en la entrega del pan normado.
Zonas rurales y su distinción en Cuba
Alrededor de una cuarta parte de la población mundial vive en zonas periurbanas. Esta disposición determina la centralidad de las comunidades en cuanto al desarrollo, así como la transformación de los sistemas agroalimentarios locales. Dado que las zonas dispersas y semirurales se extienden por el borde geográfico de una ciudad, forman áreas de transición importantes en la transportación, abasto y comercialización de alimentos.
En otros sistemas alimentarios en la región latinoamericana, las zonas semirurales tienden a tener mayor autonomía en la utilización de combustibles alternos y almacenamiento de agua, por el espacio natural y el terreno que habitan. También tienen mayor oportunidad de cosechar alimentos frescos como frutas y vegetales. Paradójicamente, la pobreza alimentaria en Cuba suele ser sustancialmente mayor en los entornos semirurales. El potencial de autoproducción se ve frustrado por la carencia de insumos para la labor agrícola, así como por la dependencia en la entrega de productos regulados por el Estado.
Las pautas negativas de acceso al agua potable y a la electricidad también se relacionan más con los hogares de ingresos bajos asentados en estas áreas, que no cuentan con las finanzas para instrumentalizar recursos naturales a su favor, ya sea en la generación hídrica de energía o el almacenamiento de agua potable. Especialmente desfavorecidos por la distancia y la falta de oferta e infraestructura, los gastos en los hogares rurales se duplican y se imposibilita el aseguramiento de una dieta saludable.
El desarrollo de las zonas semirurales y rurales en Cuba
Si bien el proceso político iniciado en 1959 en la Isla tuvo como uno de sus objetivos la reducción de las desigualdades urbano-rurales, la persistencia de falta de oportunidades en estas zonas en comparación con las ciudades mantuvo brechas en cuanto a condiciones de vivienda, atención a la salud (servicios especializados secundarios y terciarios) y a la escolaridad (principalmente primario y secundario). Estos indicadores han tenido impacto en el nivel educativo, así como en mayores diferencias económicas, etarias y de género, y en el sistema de cuidados para personas mayores de 65 años y personas con discapacidad.[3]
A pesar de la descentralización territorial llevada a cabo en Cuba, las redistribuciones de presupuestos a nivel municipal en las zonas rurales, los esquemas de ubicación de cuadros del Partido a nivel local y alejados de las realidades en comunidades de difícil acceso, entre otras medidas administrativas recienten el desarrollo de los cubanos en zonas rurales. Un ejemplo de ello es que, aunque el sector agrario es el principal empleador, con 17,8% del empleo total, es también el sector con el tercer peor salario medio sectorial, y con un serio desplome de la inversión nacional en la última década.[4]
En este aspecto es también crucial el deterioro de redes de transporte, lo que entorpece también la venta de las producciones agropecuarias que en numerosos casos representan la principal fuente de ingresos de los habitantes de zonas rurales. Estas condiciones promueven la formación de un círculo multigeneracional de pobreza y potencial desaprovechado con mayor impacto en las desigualdades de género; donde las mujeres tienen menos acceso a empleo, salario, posesión de bienes y prestigio social.
Ya que la población de zonas rurales no parece ser un actor de primera línea en el proceso de toma de decisiones en el país, y tiende a tener una baja representatividad política, también llega a ser “chivo expiatorio” para las medidas que han resultado ineficaces en el sector. La narrativa oficial llega a criminalizar a este sector laboral rural, como las declaraciones del recién nombrado ministro de la Industria Alimentaria, quien asoció la escasa fuerza de trabajo en el sector a la presencia de “vagos (…) porque no le da la gana a la gente a trabajar duro”[5].
La precarización de las condiciones de vida en las zonas rurales durante la crisis actual
Entre los entrevistados por Food Monitor Program a inicios del 2024, variaron las percepciones de hogares de bajos (-4250 cup), los de medianos (4250-9960 cup) y los de altos ingresos (+9960 cup). Por ejemplo, un 21% de los entrevistados aseguró encontrar mejores condiciones para el acceso a la alimentación en su zona rural, que en la capital de su provincia, ante otro 21% que lo asumió como igual, y un 54% que consideró peores las condiciones en la primera. Aunque habría que aclarar que dentro del 21% satisfecho con las condiciones de su entorno, la mayoría poseía terrenos y cultivos en propiedad, así como un medio de transporte y acceso a tiendas en MLC. Sin embargo, la mayoría que encuentra un empeoramiento en sus zonas de residencia acusa que los productos que podría adquirir en redes estatales de comercio son priorizados para las cabeceras de provincia. A su vez, muchas veces el suministro en sus poblados se deja para último tras haber priorizado a otras ciudades.
El desabasto en zonas semirurales se muestra en el hecho de que la mayoría de los entrevistados prefiere destinar varios días de la semana para comprar los alimentos, ya que, tanto los atrasos en la bodega como la falta de variedad en las placitas, puestos y ferias, crea inseguridad y dificulta realizar una compra más ordenada y quizás más económica). Un hombre de 36 años, residente en Imías explica:
Tengo que proveerme de alimentos para el hogar casi todos los días, porque no tengo suficiente dinero para comprar en grandes cantidades, ni medios para preservar los alimentos (entrevista #31, Guantánamo)
Esta operación, aún con el agravio del desplazamiento, es secundada por varios entrevistados, un hombre de 35 años, natural de Artemisa aclara:
Semanalmente, pero depende de cuánto dinero tenga. Muchas veces compro “a buchito” porque no me alcanza para más que lo del día a día, y también porque con estos calores y los apagones uno no puede arriesgarse a que la poca comida que consiga se le eche a perder (entrevista # 12, Artemisa).
En una inseguridad alimentaria más marcada se encuentran los adultos mayores viviendo solos o acompañados de otros adultos mayores, quienes dependen de familiares y/o vecinos para la compra de alimentos en estos caseríos. Aunque la mayoría de las personas respondieron tener sus puntos de venta y bodegas “relativamente cerca”, a no menos de 2 km del hogar, otros casos llegaron a 5 y hasta 14 km. En esta última situación se encuentra un adulto mayor de 74 años residente en El Mijial:
Mis hijos siembran los productos y lo demás que necesito lo obtengo por trueques entre los vecinos; la bodega se encuentra a 14 kilómetros, en el pueblo. Aquí casi todos somos vulnerables, este lugar está bastante abandonado. Entre los vecinos nos ayudamos con lo que podemos. Uno aquí come lo que siembra y si eres como yo, que no puedo ya sembrar, pues no comes (entrevista # 41, Holguín)
Una constante en todas las comunidades entrevistadas fue el retraso de alimentos de la canasta básica. Los productos racionados y distribuidos por la libreta de abastecimiento presentan demoras de hasta tres meses en varios casos. Las entregas más dilatadas en ese sentido responden a alimentos necesarios como arroz, frijoles aceite, azúcar, carne de pollo, sal y café. En los casos en que se entrega leche o yogurt u otros productos que necesitan refrigeración, los pobladores de zonas rurales visitadas cuentan que en ocasiones llegan vencidos sin que por ello se suspenda su entrega. Los habitantes de estas zonas optan por reciclar, reelaborar, o “inventar” con lo que les llega ante la falta de opciones:
De los pocos productos frescos que llegan, como el yogurt, ha habido casos donde las bolsas vienen infladas, el yogurt cortado, por el calor. Eso ya viene malo y no hay quien se lo tome, pero la gente inventa, lo que sea para asegurarle algo de comer a los niños (entrevista # 12, Artemisa).
Otro producto prácticamente inexistente en las zonas periurbanas es el pan. Su producción en casi todas las comunidades visitadas es muy inestable, y depende de la distribución de harina de trigo en los municipios y de la programación de los cortes de energía eléctrica. En varias zonas hace meses que no se vende pan liberado, siendo el pan normado (80 gramos diarios) la única opción.
Estas carencias se relacionan directamente con el aumento de la criminalidad, lo que deja a comunidades prácticamente en el abandono, como describe una encuestada de 26 años, residente en la comunidad La 13:
Aquí atrás no viene nadie a nada, también hay mucho robo y la gente no vende nada por miedo a que les roben en la casa, aquí no hay ni una cafetería particular. Si te quieres tomar un refresco tienes que irte para el pueblo o al reparto porque es donde se venden cosas, tampoco hay ruta para acá así que solo se puede venir a pie (entrevista # 70, Cienfuegos).
Según el 69% de los encuestados se recibe el agua en estas zonas de forma estable, pero la mayoría se refiere a la estabilidad dentro del programa de suministro de agua de entre 2 a 5 días de espaciado. Un 23% de los mismos poseen pozos o capacidades similares de almacenamiento por lo que no se ven afectados, contra un 8% de pobladores en zonas rurales que no tienen capacidad de almacenamiento y a su vez han experimentado recortes en el sistema de abasto de agua de hasta 15 días. El 90% de los pobladores, sin distinción de cercanía con ciudades cabeceras, comenta que recibe agua que no es apta para el consumo, por lo que deben potabilizarla mediante hervido y filtrado, o en otros casos comprarla de “aguateros” cómo es el caso de varias comunidades rurales en Holguín.
La inseguridad alimentaria se acrecienta en estas zonas cuando se agregan otras ausencias como la seguridad energética. En Matanzas, pobladores de Perico se quejaron de recortes de electricidad de hasta 14 horas en el horario de la tarde noche. Ello conlleva además de la pérdida de alimentos no perecederos, a que los hogares, aún teniendo alimentos, no cuentan con los medios para cocinarlos y por tanto deben saltarse esa comida. Otra opción que tienen las familias, que no cocinan con carbón o leña, es cocinar en conjunto las dos comidas del día y la cena consumirla fría.
Conclusiones
En Cuba, las ciudades cabeceras pueden presentar un desabastecimiento marcado, unido a la dependencia de productos agrícolas que lleguen “del campo” y sus precios inflados. Sin embargo, las comunidades rurales se encuentran afectadas de forma similar, ya que lo que producen entra en el plan de acopio y distribución territorial trazado por las políticas de la región del país. A menudo la vulnerabilidad se amplifica por la distancia de los caseríos, la ausencia de vías de transporte, la migración hacia las ciudades que dejan a los ancianos detrás, entre otros fenómenos socioeconómicos actuales. Productos que escasean en las cabeceras están largamente desaparecidos de las redes de distribución en las zonas rurales. Mientras, sus pobladores se encuentran invisibilizados y dejados a soluciones con recursos propios. Aquellos que no cuentan con ingresos suficientes no tienen esa suerte. Sus formas de vida se reducen al punto de naturalizar las carencias, por ejemplo, a la pregunta de cuán frecuente era el abasto de agua o de electricidad, un gran número de encuestados contestó de forma positiva, acomodándose a los recortes en la energía hídrica o energética, a menudo muy pronunciados. El campo cubano es el principal motor de la producción agrícola en un país que importa más del 80% de sus alimentos. Sus habitantes se encuentran cada vez más relegados de los procesos de toma de decisiones, y a la vez, empantanados en un círculo vicioso de menor acceso a oportunidades y a el disfrute de una vida digna.
[1]Consultar: https://adsdatabase.ohchr.org/IssueLibrary/ONEI_Censo%20de%20Poblacion%20y%20Viviendas%202012.pdf
[2] https://www.foodmonitorprogram.org/entrevistas-alimentacion-en-zonas-rurales
[3] Luisa Íñiguez Rojas, Edgar Figueroa Fernández y Enrique Frómeta Sánchez (2019). “La heterogeneidad territorial en las actuales estrategias de desarrollo rural en Cuba”, Temas 98: 56-64, abril-junio 2019. También se analiza acá que la migración desde las zonas rurales es mayoritariamente de poblaciones en edades activas y reproductivas, por lo que en las comunidades suelen permanecer más las personas envejecidas.
[4] https://twitter.com/pmmonreal/status/1773101867125322127
[5] https://twitter.com/RNapoles/status/1694401499151900942