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Palpando la escasez: Historias de la Habana II

20 de julio de 2023

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aime[1] es mesero de una importante cadena hotelera en 

La Habana, gana cerca de 6 000 pesos cubanos (CUP) al mes y tiene el turno de la tarde. Nos recibe en una de las cafeterías del hotel y nos ofrece una limitada carta de platillos. Es él quien nos dice que, si en ese hotel no hay algo, hay que imaginarse que la situación de abastecimiento debe de ser peor en los demás hoteles. Tiene 25 años, vive con sus padres y tarda aproximadamente una hora para llegar desde su casa, en el occidente de La Habana, hasta su lugar de trabajo. Jaime dice que su problema no es el de conseguir comida, sino que sus gastos van hacia la compra de memorias flash (USB), que alguien le consigue para que pueda ver películas y series de televisión. Ahora mismo, está viendo un reality colombiano. En uno de nuestros encuentros nos pregunta: “¿Cuánto son 20 millones de pesos colombianos?” Le informo que son cerca de 4 000 USD. Sorprendido con la respuesta, dice que es mucho dinero. Aquí comienza un intercambio que resulta provechoso.

Las comparaciones comienzan por los precios del alquiler. Para ello, le contamos a Jaime que en Colombia hay un salario mínimo que ronda entre los 200 y los 250 USD. Esta oscilación de precios no es fija en pesos colombianos, sino dada la fluctuación de la divisa frente al dólar. En comparación, el salario mínimo en Cuba, establecido en 2021 por medio de la Tarea de Ordenamiento, es de 2 100 CUP. En USD, al cambio oficial, esto equivale a 87 USD. En el mercado informal de divisas, esto equivale a cerca de 10 USD.

Un alquiler, que es una de las formas comunes en las que las personas acceden a vivienda en Colombia, puede rondar entre los 250 000 pesos colombianos (COP) por una habitación de 6 metros cuadrados y 1 100 000 COP por un piso o apartamento. En dólares, estaríamos hablando de 50 USD por la habitación y cerca de 200 USD por apartamento. Todos estos valores son para los lugares más económicos en la capital y en ciudades importantes.

Jaime no hace un comentario al respecto, sino que nos pregunta por el acceso a alimentos en el país. Comenzamos por hacer una comparación de precios a partir de los alimentos normados en Cuba y los precios del mercado libre en Colombia, tomando como referentes los establecidos en La Habana y Bogotá, las respectivas capitales de cada país.

Como mencioné en la columna anterior, un huevo de la bodega tiene un precio de 2.20 CUP. Si todo lo demás fuera constante y la gente pudiera obtener, en lugar de 5 huevos al mes, un cartón de 30 huevos, valdría 66 CUP. Este mismo cartón en Colombia, puede valer, en supermercados que se consideran baratos, cerca de 12 000 COP. Si se compara, los precios son similares, pues al cambio oficial 66 CUP son cerca de 11 000 COP.

Sin embargo, en Colombia, la Federación Nacional de Avicultores de Colombia (FENAVI) subsidia al sector productor del pollo y el huevo mediante un aporte a las primas salariales, además de tener un Fondo Nacional para fomentar el desarrollo de nuevas tecnologías e industria en el sector avícola; o sea, no hay un subsidio directo de precios al consumidor ni una regulación de los precios del mercado. En Cuba, si bien hay un subsidio de precios al consumidor, existe una limitación en el acceso en cuanto a la cantidad de alimentos que se pueden obtener cada mes. Por tanto, tomando esto en consideración, aunque el precio del huevo es marginalmente más bajo en Cuba, su acceso es mucho más fácil y asequible en Colombia para la gran mayoría de la población.

En el núcleo familiar de Jaime aportan tanto él como su padre. Muchos de los alimentos los obtiene de las mipymes y de la bolsa negra. La leche en polvo, en el mercado informal, puede ascender hasta los 2 000 CUP por kilo. Además de ser difícil de conseguir, este producto equivale a un tercio del salario de Jaime. No sobra mencionar que la sola leche, obtenida en el mercado informal, es casi la totalidad de un salario mínimo.

A pesar de ser consciente de la situación de precariedad, Jaime nunca menciona al Gobierno en nuestras conversaciones.

También conocimos en La Habana a Joaquín, un profesor universitario que vive con su padre en las afueras de la ciudad, quien se reúne con nosotros en una cafetería en Playa. Joaquín, que gana 4 200 CUP al mes, nos hace caer en la cuenta de algo que damos por sentado en otros países: la libertad de movimiento y asentamiento. Para poder ser profesor en la capital, tuvo que tramitar un permiso de trabajo, dado que era residente de otra provincia. Él habla abiertamente del Gobierno, de las equivocaciones de la Tarea de Ordenamiento y de la responsabilidad que este tiene en la situación de escasez de alimentos y de suministros para la cocción. Cuenta que, mientras que en La Habana se recibe un balón o pipeta de gas cada 15 días, en su pueblo natal solo es cada seis meses. Asimismo, dedica parte de la conversación a la experiencia de las bodegas en cuanto al día a día de la porfiada gesta de ir a comprar los alimentos subsidiados.

Para seguir con las comparaciones, miremos el sistema estatal de la asignación de cupos de enseñanza escolar primaria y media en Colombia. En Bogotá, por ejemplo, existe una red de colegios distritales que ofrece educación primaria y media (bachillerato) a la gran mayoría de sus habitantes. A diferencia del sistema escolar de asignación de cupos que se usa en Estados Unidos, donde tal criterio obedece al lugar de residencia lo más cerca posible, en la capital colombiana sigue el criterio de la capacidad instalada; es decir, no está en relación con la cercanía del colegio, sino que depende de las instituciones que cuenten con los cupos para recibir a los estudiantes.

Según el relato de Joaquín, las bodegas obedecen al mismo criterio de los colegios en Bogotá, lo que implica un detrimento en la calidad de vida de las personas por suponer un desplazamiento que implica un innecesario gasto energético y temporal.

Así, su núcleo familiar quedó asignado a una de las bodegas más alejadas del sector. Su padre, hombre de avanzada edad, tiene dificultades para desplazarse hasta ella. Cualquiera de los miembros de su núcleo familiar debe disponer de tiempo y de fuerzas suficientes para aguantar las colas que se hacen en la bodega; además de estar física y mentalmente preparados para saber que algunos de los alimentos que obtienen por medio de la libreta de abastecimiento llegarán a fin de mes, en unos meses o, en definitiva, no sabrán si o cuándo volverán a estar disponibles.

Con Joaquín también conversamos sobre los productos que se pueden obtener en las tiendas MLC, las mipymes y el mercado informal. Será él uno de los primeros en contarnos sobre los tentáculos del régimen en los mercados aparentemente libres. Hablamos de la producción de pan y repostería, uno de los negocios más prósperos de La Habana.

En mi recorrido por la ciudad, los pocos establecimientos que se veían bastante ordenados, con un sistema de aire acondicionado y un abastecimiento surtido, eran las reposterías. Estos negocios quedaban eclipsados únicamente por las tiendas MLC y los restaurantes para turistas, en cuanto a la estructura, organización, limpieza y variedad de productos. Las panaderías que ofrecían pan de molde y algunos bollos no contaban con este tipo de características, pero lo compensaban en el volumen de producción.

Joaquín, con facilidad para evocar imágenes mentales, relataba el proceso de producción de pan y repostería. El pan, que comúnmente requiere de aceite, harina, sal, azúcar, levadura y, en algunos casos, otro par de ingredientes, tiene de por sí una cadena compleja de suministro de materias primas para su elaboración. ¿De dónde provienen todos estos insumos? Hay tres respuestas posibles.

La primera, de los centros de acopio de materias primas que maneja el Estado, insumos destinados a la producción de pan para las bodegas y las cadenas de suministro de alimentos del sector turístico. La probabilidad de que las mipymes obtengan el producto por este medio es baja. La segunda, de otros pequeños y medianos productores de insumos para producir el pan; bastante probable, si se tiene en cuenta que dicha producción es destinada, precisamente, para la fabricación de productos procesados, como el pan y los postres. Tercera, de la bolsa negra —es decir, del mercado informal—, muy probable dado que, como en la mayoría de contextos en los cuales prospera el contrabando, el suministro de materiales suele tener un flujo importante de bienes.

En el segundo y tercer escenario siempre aparece un antecedente en términos de la cadena de producción. ¿De dónde salen los insumos para la producción de estas materias primas? Para ilustrar esto, usaremos el trigo como ejemplo. En Cuba, según el diario oficial Granma, hay ocho especies de trigo cultivable, todas ellas aptas para la cosecha en tres meses y con una producción de 2 toneladas por hectárea. El mismo diario reconoce que la producción de pan y otros productos derivados del trigo ha sido difícil en lo corrido del año 2023 y en 2022. No sorprende tampoco que la responsabilidad se la atribuyan al “bloqueo”. Además de la supuesta producción local, Cuba ha importado 500 toneladas métricas de trigo en lo que va de 2023. Tanto la importación como la producción local de trigo pasan forzosamente por manos del Estado.

Esto significa que toda la cadena de suministros está controlada por el mismo Estado, aunque sus tentáculos no sean visibles directamente en los puestos de repostería y panadería. También permite explicar el porqué de los inflados precios del pan y de las tortas. Recuérdese que una hogaza de pan está por el orden de 420 CUP (17 USD al cambio oficial y 2 USD al cambio informal), o una quinta parte del salario mínimo cubano. Una torta puede valer entre 1 900 CUP y 2 200 CUP, un salario mínimo completo. Esta inflación de precios se da por cuenta de la reventa de insumos en una o varias partes de la cadena de producción de estos alimentos y siempre implica la participación de agentes del Estado en ella.

La situación de alimentos en Cuba tiene un responsable directo. El régimen fomenta el desabastecimiento por partida doble: limitando la disponibilidad de alimentos en las bodegas debido a la inoperancia de los centros de acopio y distribución, así como de los impagos en aumento con sus socios comerciales internacionales; y, por otro lado, fomentando o permitiendo la reventa de ciertos insumos en la bolsa negra, que son, dadas las circunstancias, un mal necesario para que la población pueda acceder, siempre que cuente con los recursos necesarios, a ciertos productos alimenticios de primera necesidad para complementar el escaso suministro de la bodega.

¿Cómo sería de diferente el panorama de la población cubana si hubiera una verdadera liberalización del mercado de productos? ¿Cuántas penurias evitaría si el acceso a alimentos y a los insumos de producción fuera desregulado, si los tentáculos del régimen retrocedieran?

[1] Por razones de seguridad, todos los nombres que aparecen en esta columna han sido cambiados. Igualmente, dado el nivel de información, los seudónimos, en algunos casos, representan a más de una persona.

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