Nueva CRISIS de un viejo mal
02 de mayo de 2023
L
a nueva crisis energética que atraviesa Cuba viene a
sumarse a la crisis sistémica acumulada durante décadas. Llamada con un nombre u otro demuestra la ineficiencia del modelo, la insostenibilidad de las políticas públicas desarrolladas hasta el momento y la falta de propuestas viables que permitan transitar hacia condiciones más favorables para la vida.
El tema de la alimentación es el más debatido en las calles, en los centros de trabajo y en los hogares cubanos. No hay sitio en el que no se comience o se termine hablando de lo mismo: la escasez de productos esenciales, el elevado precio de los pocos productos que se ofertan y la mala calidad de los mismos, la comparación de ofertas entre el sector privado y el estatal, y el tema de los intermediarios y revendedores. Un círculo vicioso del que no se sale si uno mismo no se lo propone. Roba energías. Desgasta. Algunos actores políticos sostienen el criterio de que el hambre también es una manera de control político. El ciudadano está tan inmerso en buscar qué comer, que no tiene cabeza para entrar en un análisis social. Se reduce la participación ciudadana porque el ciudadano está en “la lucha” para llevar un plato de comida a su mesa.
Pero en esta “nueva” crisis energética -que además ya es cíclica- sale a flote, nuevamente, el impacto negativo que tiene en la alimentación, específicamente la afectación a la hora de elaborar los alimentos. En un momento dado de la historia pasada, el gobierno ensalzó, como uno de sus triunfos, la denominada “revolución energética”. Fue el tiempo de las famosas ollas arroceras, ollas "reina" llamadas así por su uso variado, y de las hornillas de inducción repartidas por los núcleos familiares. Era en aquellos tiempos en que se “creía” y nos decían que no volveríamos a ver los apagones, por aquello de que “todo tiempo futuro será mejor”.
Los cortes de electricidad tienen repercusión en todos los aspectos relacionados con la alimentación:
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Durante la conservación, los apagones rompen las cadenas de frío requeridas para cada producto, lo mismo antes que después de ser elaborados.
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Durante la elaboración, las afectaciones mayores son a la hora de iniciar la cocción o durante todo el tiempo que dura el proceso si solo se cuenta con electrodomésticos.
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Durante los procesos industriales a pequeña escala, como la producción del pan, por ejemplo, ya sea en las panaderías del Estado como en los centros de elaboración por cuenta propia, estos retrasan la entrega y afectan la calidad.
Otra de las medidas que ha sido implementada para combatir la escasez es el establecimiento del plazo de 26 días para la compra de un nuevo cilindro de gas. Es decir, como hace algún tiempo fue aprobada la tenencia de dos contratos de gas (dos cilindros por núcleo), si uno de los dos se desocupa, no puede ser rellenado hasta que no pasen los 26 días establecidos. En los hogares donde viven muchas personas, cosa frecuente en Cuba, puede ser que un cilindro no dure ese periodo. Si se acumulan las horas sin electricidad, y hasta el agua para el baño se calienta en un fogón de gas, el rendimiento es menor y entonces, ni gas, ni corriente para la elaboración de la comida.
En algunos centros de estudio, ante la situación de estos tiempos, han determinado establecer una sola sesión de clases, porque los comedores escolares no pueden garantizar la alimentación de toda su matrícula. En otros que pertenecen al régimen interno han decidido volver a la modalidad de la etapa pandémica, clases no presenciales.
Desgraciadamente, se trata de un país que no avanza. Como dice mi vecina de enfrente: “Con el hambre no se juega. Lo bueno que tiene esto, es lo malo que se está poniendo”. No esperemos a que el daño sea irreparable, aunque ya casi estamos en ese último grado de afectación. Es urgente y necesario que el gobierno aplique medidas en beneficio de sus ciudadanos: apertura a la inversión extranjera en el sector de la alimentación, con participación del sector privado; aumento de los salarios pero en correspondencia con el precio de la vida, cuyo costo mayor en Cuba es la alimentación; y liberación de las fuerzas productivas que hagan renacer al campo cubano.