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Nuestra zafra es amarga...

26 de marzo de 2024

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iteralmente me lo comentó así un campesino que ha sido 

trabajador de la caña toda su vida: “nuestra zafra es amarga... pero es nuestra zafra”. Lo que parecía imposible hace un par de décadas —pero que algunos suspicaces pronosticaron— se hizo realidad: no hay azúcar en el país de la caña. No solo no hay azúcar, sino que no hay centrales y los que quedan se están desmoronando poco a poco.

En un trabajo de tesis en 2016, R. Jiménez explicaba sobre los centrales de la provincia de Cienfuegos:

“A partir del triunfo de la revolución, la industria azucarera en el país ha sufrido transformaciones, los centrales de la provincia de Cienfuegos forman parte de ellas, es decir hace unas décadas se contaba en la provincia con 12 centrales, además de una mayor producción de caña lo que permitía lograr volúmenes elevados de producción así como poder entregar energía al sistema eléctrico nacional. En la actualidad quedan solamente 5 centrales operando con una capacidad de molida de 18 170 t/d según informe de la empresa azucarera”.[1]

En estos momentos (2024), están moliendo en la provincia solo tres centrales, cuando le queda aproximadamente un mes o menos a la zafra; de ellos, el más eficiente y moderno, el central 5 de Septiembre, ya se está quedando sin caña. La debacle del sector azucarero es notable en los campos cubanos:

“La zafra azucarera en Cuba comenzará en el mes de diciembre con la participación de solo 25 ingenios, según fuentes oficiales, con la aspiración de lograr 350 000 toneladas métricas de azúcar. La industria azucarera cubana, que fue por décadas la locomotora de la economía nacional, ha visto desde los 1990 el desmantelamiento de unos 100 centrales y toda la infraestructura, incluyendo un profundo impacto social con la pérdida de aproximadamente 100 000 empleos”.[2]

En conversaciones con varios trabajadores del sector, obtuvimos información de primera mano sobre los impactos que está teniendo en el campesinado esta contracción progresiva de la industria que fuera la más rentable del país. Sentados a una mesa de tablas, en taburetes y con un poco de café, bajo un techo de tejas en una casita rural, situada a unos metros del central azucarero, conocimos que los campos de caña que rodean al municipio están infestados de hierba mala y los sistemas de transportación a punto del colapso por falta de partes, piezas, lubricantes y combustibles.

La escasez de caña se ha convertido en una constante en los últimos años a pesar de algunos intentos del Estado por flexibilizar su recogida. En algunos casos, se ha “permitido” a los campesinos cosechar y vender directamente al central, sin pasar por la empresa de acopio; pero los precios de operación son prohibitivos, sobre todo por el encadenamiento logístico en un país donde la infraestructura se cae a pedazos. Por ejemplo, por un tiro[3] de caña de una distancia inferior a los 30 kilómetros, el camionero cobra alrededor de 20 000 pesos, a lo cual hay que sumar el pago a cortadores y estibadores, más otros gastos asociados que son más difíciles de cuantificar.  

No hay incentivos suficientes para atraer la cantidad necesaria de obreros al sector y mucho menos para generar pequeñas inversiones privadas dirigidas al área de siembra y recolección, lo que redunda en que se pierdan cosechas enteras y se malogren grandes parcelas de tierra. “Los centrales y la tierra deberían dárselas a los campesinos y los técnicos que han trabajado ahí toda su vida, igual que están haciendo con las mipymes”, me comenta un interlocutor que conoce muy bien los gajes del oficio. Ciertamente, suena lógico.

En estos momentos, el Estado ha dado muestras evidentes de que no es capaz siquiera de mantener un nivel óptimo de suministro a los centrales, los cuales, además, presentan significativos estados de deterioro, poca eficiencia y escasez de los derivados del procesamiento del azúcar. Bagazo, alcoholes y mieles se desperdician anualmente en cuantías industriales sin que nadie se haga responsable o se tomen medidas para corregir el problema.

En el pueblito, que ha latido la mayor parte de su historia al ritmo del central, solo existe un puesto de guarapo que vende pocos litros, a 15 pesos cubanos el vaso pequeño, durante unas horas al día. Sin dudas, la idiosincrasia de los pueblos azucareros de Cuba ha ido disipándose en las últimas décadas para dar paso a una somnolencia sociocultural y productiva que ha lanzado a la pobreza y el despropósito a una gran cantidad de personas cuya vida siempre fue el azúcar. 

Esta industria ha sido uno de los fenómenos socioeconómicos más importantes de nuestra historia, junto al tabaco o la ganadería en otros tiempos, que han dado forma a nuestra identidad y creado un rico patrimonio sociolingüístico y cultural de hondas implicaciones antropológicas en nuestra nación. La caña muere lentamente bajo el yugo inflexible del sistema totalitario, a la vista de todos.

En estos momentos, en que la población resiste apagones de 12 y más horas sostenidas, soportando todo tipo de escasez y limitaciones, sumado a la permanente campaña represiva que coarta la iniciativa ciudadana para hacer cambios fundamentales, cabría hacerse la pregunta: ¿cuánto más tiene que pasar para que el pueblo despierte de su letargo?

 

[1] https://www.researchgate.net/figure/Figura-II1-Ubicacion-de-los-centrales-de-la-provincia-de-Cienfuegos-Fuente-AZCUBA_fig2_320002899.

[2] https://www.martinoticias.com/a/cuba-se-encamina-hac%C3%ADa-la-zafra-m%C3%A1s-peque%C3%B1a-de-su-historia/378607.html.

[3] Un viaje de un camión mediano desde el surco hasta el central.

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