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Los niños cubanos no tienen derecho a la felicidad

21 de marzo de 2023

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os niños cubanos no tienen derecho a la felicidad” - así dice 

la vecina de enfrente que tiene un varoncito de cuatro años y una niña de once. Ella no solo habla de la ausencia de opciones para el disfrute, parques, cines, museos, zoológico o acuario, se refiere a lo más mínimo para hacer más amena la vida de los pequeños de casa: “las cosas de comer”, “las chucherías” o “lo de picar”.

En Cuba es tal la carencia que cada vez resulta más difícil conseguir un litro de aceite o una libra de arroz, por no hablar de los cárnicos que parecen haberse extinguido de la dieta insular. ¿Qué podemos decir entonces de las confituras y golosinas para los niños? Si los alimentos básicos escasean, debemos imaginar entonces cómo puede ser la oferta de estos productos en el mercado, que algunos consideran gustos específicos. Y no lo son. Los niños tienen derecho y también necesitan acceder a los caramelos, los chocolates, las galletas, y otra serie de golosinas que gustan a todos, pero que añoran en gran medida los inocentes que no entienden nada de política, de gestión económica y de crisis.
 

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Cuando surgieron las tiendas en MLC – ese fallido experimento que vino a polarizar más aún la sociedad cubana, dividiéndola en dos bandos, los que tienen divisas y los que solo cuentan con su salario o pensión en moneda nacional – algunos pensaron que habría de todo. Y no sucedió así. Igualmente escasea este tipo de productos concebidos en primera instancia para los niños. En las pocas ocasiones que se pueden encontrar en las tiendas en MLC, son extremadamente caros, con poca variedad y con límite de compra. A ello se suma la corrupción que proviene de la escasez, que hace que pocas personas puedan acceder, porque casi todo queda repartido entre los trabajadores de las tiendas y sus relativos, dejando para el cliente común una variedad mínima y en pequeñas cantidades. A veces no alcanzan ni las primeras personas de una cola, porque ya todo está reservado para amigos y familiares.

Al tema de la escasez se le ha sumado lo de antaño, los revendedores. Ellos no son la causa de la crisis; eso debemos tenerlo claro. El problema es sistémico, estructural, de desabastecimiento y mala gestión, que desencadena males sociales como el acaparamiento, la compra de productos no pensados para el consumo propio sino para ganar dinero, aumentando el precio de venta debido al “privilegio” de haberlos obtenido fácilmente. En fin, corrupción matizada de diferentes formas. El asunto es bastante polémico: unos lo ven como el peor de los problemas, otros como una solución para quienes no tienen divisas ni tarjeta en MLC, y pueden acceder en la moneda que se les paga.

Lo cierto es que, ninguno de los extremos tiene totalmente la razón. El mal es mayor y va más allá del blanco y el negro. No deberían existir este tipo de dilemas en una sociedad medianamente normal. Podrían existir otros muchos problemas, pero el acceso a la alimentación, y a productos tan sencillos como una confitura, además de un derecho humano básico es un asunto de magnitud menor cuando se compara con temas más cruciales como gobierno, elecciones o emigración.

La vecina tiene razón. ¿Cómo explicarle a un infante que no hay dónde comprar un caramelo? ¿O que la moneda en que papá y mamá cobran no sirve para comprar lo poco que hay cuando lo sacan en la tienda? ¿O que papá y mamá no pueden emplear la décima parte de su salario en un paquetico de galletas?
Esos asuntos no lo entienden ni los adolescentes, ni los jóvenes, ni los adultos que intentan buscar soluciones, pero a veces se escapan del alcance de su bolsillo. Siempre lo he dicho, en estos tiempos difíciles de Cuba, todo se torna más preocupante cuando tenemos en casa a menores, ancianos o personas enfermas. Garantizar lo más mínimo para ellos es una responsabilidad extrema, que entraña sacrificio hasta las lágrimas y un gran costo económico que a veces es imposible de garantizar.

De las tiendas en MLC mi vecina no tiene fotos, porque no hay oferta como para poder tomarlas, ni tiempo cuando alcanza acceder a comprar algo, agotada después de una cola kilométrica y con sus típicas historias. Pero sí guarda muchas fotos de esos precios exorbitantes que el mercado, a través de las redes sociales, establece. El dinero en Cuba ha perdido su valor. No tiene sentido comparar el precio de productos de gamas diferentes. No hay proporción entre la primera necesidad y el mero gusto, o entre la medicina y la comida. Es penoso, pero cada familia cubana tiene su historia y puede hacerse eco de lo que dice mi vecina: hasta en lo que ha comida concierne, tenemos limitada la felicidad en Cuba.

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