Los límites de comer en crisis alimentaria
27 de octubre de 2025
n tiempos de carencia extrema, el hambre no solo vacía los
estómagos: también corroe los valores que sostienen a una sociedad. En Cuba, donde las crisis estructurales cada día se multiplican e interconectan, el deterioro psicosocial avanza al mismo ritmo que la pobreza material. Los cubanos, enfrentados a una escasez crónica de proteínas, aprenden a sobrevivir entre la necesidad y la depredación: la caza ilegal de especies protegidas, la captura furtiva de mascotas ajenas, entre otros fenómenos, empujan las normas sociales a límites impensados.
Prácticas que décadas atrás habrían sido impensables, hoy aparecen en redes sociales y otros espacios del mercado informal, profundizando una cultura de supervivencia donde las fronteras éticas y ecológicas se desdibujan. El deterioro no responde solo al hambre, sino a un largo proceso de colapso institucional. Tras años de controles estatales que sofocaron la producción privada, las importaciones agrícolas y la tenencia de animales, la capacidad del Estado para garantizar una dieta mínima se ha agotado. A ello se suma la inflación, la dualidad monetaria, la falta de incentivo para la producción, la parálisis del transporte y la carencia de agua.
En consecuencia, las familias cubanas, tanto en zonas rurales como urbanas, viven al límite, resolviendo “como pueden” para llenar la mesa, aunque eso implique destruir el entorno, poner en riesgo su salud o comprometer su bienestar sociocultural. Food Monitor Program expone cuatro casos que ha registrado sobre las consecuencias menos visibles de la inseguridad alimentaria.
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Caza furtiva del pitirre abejero
En el oriente del país crece un fenómeno tan alarmante como poco documentado: la caza del pitirre abejero (Tyrannus dominicensis), un ave migratoria cuya carne se vende en el mercado negro por alrededor de 400 pesos la libra, suma que ya equivale al 20% del salario mínimo oficial.[1] El pitirre abejero, especie migratoria que cría en Cuba y cada invierno se desplaza hacia Sudamérica a través de las Antillas Menores, se concentra durante su paso estacional en ríos, lagunas y espejos de agua.
Esa característica lo convierte en una presa fácil para cazadores locales, especialmente en las zonas húmedas del oriente cubano. Para su captura se emplean armas improvisadas, entre ellas rifles de aire comprimido calibre 4.5 mm, oficialmente considerados “deportivos” pero letales para aves pequeñas, y escopetas de cartuchos, reguladas por el Decreto-Ley 262 sobre armas de fuego. Como ha ocurrido con otros recursos naturales del país[2], la escasez estructural y el hambre han transformado al pitirre en un “salvavidas temporal” para familias desesperadas por llenar la mesa.
Sin embargo, este recurso de subsistencia tiene un costo oculto: la alteración del equilibrio ecológico. El pitirre abejero no es solo carne: es un controlador natural de insectos y cumple un papel esencial en la estabilidad de los ecosistemas. Su caza indiscriminada, sumada a la creciente deforestación en Cuba, pone en riesgo no solo a la especie, sino también las rutas migratorias que conectan el Caribe con Sudamérica. El fenómeno ilustra una de las paradojas centrales de la crisis cubana: un recurso natural convertido en alimento de subsistencia; un ecosistema debilitado; y una especie en peligro por la necesidad humana.


Caza y venta de gatos
Durante la década de los noventa, la caza y venta de gatos callejeros fue una alternativa desesperada para garantizar fuentes proteicas en medio del colapso alimentario. El propio desespero que aqueja a una sociedad sumergida en crisis conllevó a atribuirle a esta carne ciertas propiedades. Según testimonios recabados por FMP, en Guantánamo, su comercialización responde tanto a la escasez alimentaria, como a las creencias populares transmitidas de generación en generación: se dice que la sopa hecha con la cabeza del animal puede curar enfermedades neurológicas o aliviar la artritis: “Todo el mundo tiene un caso, una abuela o una tía que se puso mala y con una sopa de gato mejoró. Esta es una receta milagrosa”.[3]
Hasta hace pocos meses, la carne de gato se vendía de manera oculta y restringida a un mercado muy específico. Sin embargo, desde hace un año han aparecido anuncios explícitos en redes locales, especialmente en los grupos de Revolico Guantánamo y en Facebook, donde se ofrece abiertamente este producto. La carne de gato vuelve hoy como símbolo de una crisis que se repite. Es una medida desesperada que refleja la magnitud de la carencia, pero también plantea serios riesgos sanitarios: los gatos pueden ser portadores de toxoplasmosis, rabia y parásitos, y el manejo doméstico e higiénico de esta carne es deficiente o inexistente.
Los cazadores entrevistados buscan a los animales en los alrededores, los roban y sacrifican sin medidas sanitarias. La piel se retira para ocultar signos de enfermedad y facilitar la venta. Este fenómeno, aunque parece increíble, ocurre hoy en pleno siglo XXI y ha despertado alarma entre las sociedades protectoras de animales en el país. Según Mayte, cuidadora de dos gatos y miembro de Bienestar Animal Cuba (BAC), “es imposible dejar salir a los animales al jardín, porque se los roban”. Su única medida de protección es mantenerlos encerrados.
El Decreto-Ley 31/2021 de Bienestar Animal establece penas por maltrato, pero su aplicación es irregular. Las denuncias se acumulan, mientras en redes circulan videos que muestran escenas de crueldad. Resulta paradójico que, en un país donde se presume una ley de protección animal, se normalicen actos como estos. Pero la crisis alimentaria, la pobreza y la desesperación han difuminado los límites entre el hambre y la violencia: “Nadie va a detener la venta de carne de gato (…) Para muchos es una opción más si quieren comer o ayudar a un familiar enfermo. Si el Estado no da soluciones, la gente resuelve con lo que tenga a mano.”


Caza furtiva de la iguana cubana
En las zonas rurales y costeras de Cuba, la escasez de alimentos y la falta de recursos económicos han empujado a los pobladores a buscar alternativas alimenticias no convencionales, a mano en su entorno. Este contexto de precariedad ha normalizado la caza de la iguana cubana (Cyclura nubila nubila) como fuente de proteínas. Entre los principales factores que inciden en el incremento de la depredación de estos reptiles destacan: el aumento de los precios de la carne en los mercados estatal e informal, la escasez crónica de productos cárnicos en las zonas rurales, y la pérdida de hábitat por la expansión agrícola hacia áreas de captura, incluidas fincas y terrenos privados. La caza se realiza mediante trampas, arpones o perros entrenados, conocidos localmente como perros jutieros, seleccionados por su pequeño tamaño para poder acceder a las guaridas subterráneas de estos reptiles. En las comunidades cazadoras, la carne de iguana se prepara hervida, en sopas, guisos o asada.
Aunque todavía se considera relativamente abundante, las poblaciones de iguanas muestran signos de declive y podrían entrar en riesgo crítico si no se aplican medidas de conservación efectivas. Esta es una especie endémica del archipiélago, está clasificada por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) como una especie vulnerable, amenazada por la pérdida de hábitat y la sobreexplotación. La prolongada crisis económica empuja a las comunidades rurales en Cuba a depender de los recursos locales sin que exista una conciencia ambiental o un sistema de protección efectivo. Todo ello lleva a la iguana cubana hacia un futuro incierto, reflejo de un país donde el hambre y la pérdida ecológica avanzan de la mano.



La pesca de camarones de río
Otra práctica poco documentada pero extendida es el uso de productos químicos para la captura de camarones de río. Esta forma de pesca se ha vuelto común en zonas rurales con presencia de ríos y arroyos. En estas comunidades, determinadas por la ausencia de alternativas económicas y donde la agricultura o la ganadería resultan inviables, los lugareños recurren a esta fuente de proteína como recurso vital de subsistencia.
El procedimiento es sencillo pero devastador: Se espera a la creciente del río, que arrastra camarones desde las montañas. Se navega río arriba y se vierten los químicos en la corriente. Con una cuarta parte de un frasco de permetrina o apenas unas gotas de cipermetrina, basta para envenenar un tramo entero. Minutos después, río abajo, los camarones emergen aturdidos o muertos, listos para ser recogidos.
Sin embargo, el impacto ambiental y sanitario de esta práctica es severo. El uso de insecticidas y otros compuestos tóxicos provoca la muerte de cangrejos, peces y microfauna acuática, alterando el equilibrio ecológico de los ecosistemas fluviales. La acumulación de estos químicos en el agua genera efectos crónicos en la salud humana, afectando a comunidades que dependen directamente de estos cuerpos de agua para su alimentación y consumo diario. Esta práctica también impacta negativamente la pesca tradicional, al diezmar poblaciones de camarones y reducir la disponibilidad del recurso. Lo que se percibe como una solución inmediata, destruye los medios de vida sostenibles y las prácticas culturales asociadas a la pesca artesanal.



Estos son algunos ejemplos de las variaciones catárticas constatadas por FMP en un contexto alimentario crítico, pero en redes se denuncian cada día eventos similares de personas, sobre todo en condiciones de vulnerabilidad económica y mental, que se alimentan de cuántos animales pueden encontrar en la calle.[4] Lo que emerge de estos testimonios no es solo una economía del hambre, sino una moral de la escasez que interviene en las anteriores concepciones culturales y gastronómicas de una población que no puede permitirse un plato regular en su mesa. En una sociedad que ha vivido en su tiempo reciente dos profundas crisis económicas, los códigos de lo correcto o saludable se trastocan.[5] En ese territorio gris, los cazadores de aves se vuelven proveedores, los vendedores de carne de gato se convierten en “emprendedores”, y los contaminadores de ríos en “pescadores ingeniosos”. La desesperación crea su propio sistema de valores.
El dilema para Cuba no está en reprimir estas prácticas, sino en reconstruir las condiciones materiales y éticas que las vuelvan innecesarias. Urge un enfoque de justicia alimentaria y ambiental que entienda el hambre como síntoma estructural y no como delito. Sin producción local, incentivos rurales ni educación ecológica, la depredación seguirá siendo la respuesta más inmediata a la pobreza.
[1] https://x.com/FoodMonitorP/status/1973458007821586534
[3] https://x.com/FoodMonitorP/status/1765793214089355409
[4] https://www.cubanet.org/cubano-caza-animales-en-la-calle-para-comer/
