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La ilusión arrancada

30 de enero de 2024

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unque las ciudades del interior de Cuba cada vez se parecen 

más a barcos fantasmas, sin jóvenes, sin buenas ofertas de esparcimiento, sin alegría y sin recreación sana para las familias, aquellos que viven en la Isla necesitan espacios asequibles al bolsillo del trabajador donde puedan, esporádicamente, escapar del tedio que significa vivir en una sociedad totalitaria, gris y sin esperanza. Los padres y madres jóvenes, sobre todo, tienen muy pocas opciones para llevar a sus hijos a disfrutar un fin de semana o unas vacaciones en las que la familia se reúne.

Con respecto a los espacios de esparcimiento infantil, en la ciudad de Cienfuegos solo existe un parque de juegos diseñado para este propósito, que cuenta ya con más de cuarenta años. Mi generación, nacida en la segunda mitad de los 80, logró disfrutar los últimos años de esplendor de lo que siempre se llamó popularmente entre los locales “Los Caballitos”, en alusión a sendos carruseles de tecnología soviética que constituían uno de los principales atractivos. Junto a los carruseles existía una “estrella” (noria), un trencito de tamaño real, una pequeña montaña rusa y otros aparatos que dejaron de funcionar total o parcialmente en los primeros años del Período Especial en los 90.

Además de estas atracciones, la otra razón por la que adorábamos ir al parque de diversiones era la relativa variedad de alimentos y ofertas gastronómicas que se podían encontrar dentro, a precios razonables. Churros, helados, galleticas, pizzas y pastas, dulces variados, refrescos, palomitas de maíz, caramelos, batidos, bocaditos, croqueticas, algodón de azúcar y otras confituras cargadas de carbohidratos, grasas y azúcares que los niños disfrutan y anhelan con la natural candidez de la infancia.

Mi generación creció y se fue del país. Detrás vinieron otros que no conocieron la niñez como nosotros lo hicimos. La adorable música infantil de los años 80 fue sustituida por el estridente y grosero reguetón con sus mediocres letras explícitas, que los improvisados “técnicos de audio” contratados para “amenizar” el parque imponían a todo volumen; más para el consumo propio que para satisfacer el gusto y la demanda de los infantes.

El despropósito y la decadencia se apoderaron de “Los Caballitos”. Pasaron muchos años sin que supiéramos qué había sido de aquel lugar emblemático que permanecía en la memoria como un bello recuerdo del pasado. 

Hace poco, hicimos una visita al parque de diversiones con algunos niños de la familia y amigos. La decepción de todos mis contemporáneos sería difícil de describir en unas cuartillas de texto. Siendo un lugar tan significativo para nosotros, que no tuvimos acceso a computadoras ni consolas de juego hasta bien entrados los años 90, ver en lo que se ha convertido hoy es francamente lamentable. Sin embargo, esta situación no es más que un reflejo de la triste realidad que vive el pueblo de Cuba en estos momentos, sumido en la miseria material y moral, profundamente lacerado por el daño antropológico y el miedo irreflexivo a la represión y la censura.

El día de nuestra visita no había música, los nuevos equipos y juegos son aburridos y poco estéticos. Mucho plástico barato y tóxico importado de China. No había trencito, ni estrella, ni la pequeña montaña rusa que a los niños les encantaba. Han demolido un laberinto legendario que era una de las marcas icónicas del lugar y han cortado árboles a la sombra de los cuales solían descansar las familias tendidas en el césped. Tampoco había payasos ni juegos infantiles. Pero lo peor de todo fue la escasa oferta gastronómica, que le daba al lugar un aire de decadencia y abandono.

Los quioscos de helado, pizzas y bocaditos yacen abandonados y vacíos en los rincones del parque como si fueran piezas en un museo. Solo funcionaba una triste cafetería, con unos cuatro productos consistentes en paquetes de sorbeto, de caramelos y de galleticas. Todos a un precio exorbitante, sin ninguna variedad ni presentación atractiva.

Un vendedor ambulante se “coló” con algunas pizzas caseras, visiblemente poco higiénicas y caras, apiladas dentro de una caja de cartón sucia que los presentes agotaron en pocos minutos, a falta de otras ofertas para saciar allí el hambre. No había agua potable para los niños ni ventas de los antiguos llamados “módulos”, que consistían en una bolsa con algunos dulces de mediana factura, vendidos a precios más o menos razonables para las familias que no pueden permitirse pagar los precios de mipymes y cuentapropistas.  

Luego de la salida, la decepción, caras de tristeza, resignación y el deseo irresistible de alejarse de allí lo antes posible nos embargó a todos. En este contexto, es bueno recordar a otras familias, que no cuentan con los medios ni siquiera para darse el “lujo” de llevar a sus niños al viejo y decadente parque de diversiones.

Se fue el 2023, un año que la dirección política del país prometió “iba a ser mejor” que el 2022; lo cual era, de por sí, una meta bastante modesta. Para nadie es secreto que el escepticismo, la inconformidad y el resentimiento crecen en la población cubana. El aparato propagandístico realiza esfuerzos gigantescos por desviar la atención de los temas urgentes y la represión aumenta con la complicidad de instituciones y organizaciones de masa que solo responden al dictado del Partido Comunista.

Habrá que reflexionar sobre el impacto emocional que esta cruda realidad tendrá sobre las generaciones que están creciendo en medio del ocaso del sistema totalitario. ¿Cuáles serán sus memorias? ¿Qué tipo de infancia van a recordar? ¿Qué sentido de arraigo puede proporcionarles un país cuyos hijos huyen en estampida? La felicidad de las personas no es una prioridad para el Estado autoritario que solo demanda obediencia y disciplina de sus súbditos.

El cultivo de los valores familiares, la creación y disfrute de espacios donde padres e hijos puedan pasar un tiempo de calidad y atesorar escenas memorables quedan supeditados al esfuerzo obligatorio por resistir el cambio a toda costa. La ciudadanía cubana hasta ahora ha elegido la sumisión al poder dictatorial. La ilusión arrancada a sus hijos y nietos parece no ser incentivo suficiente para activar las fuerzas transformadoras que yacen dormidas en el seno del pueblo. ¿Por cuánto tiempo? Quizá en el futuro cercano tendremos la respuesta.

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