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Falta de incentivos para los pequeños productores: un caso local

23 de abril de 2024

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n estos momentos la libra de carne de cerdo en la provincia de 

Cienfuegos se cotiza entre 600 y 750 pesos; un paquete de huevos puede llegar a costar 3 500 pesos, si lo encuentras; y el pollo se puede hallar a 1 500 pesos el paquete de 2 kilogramos, lo cual representa 100 % de la jubilación de un pensionado y la mitad del salario medio de la ciudad. La carne de res brilla por su ausencia, al igual que el carnero; la producción es tan poca, que los restaurantes y hostales de la cabecera municipal consumen casi toda la cuota que se produce en los campos.

La falta de fuentes de proteínas es alarmante. Los precios no dan lugar a alternativas, pues los propios productores enfrentan serios obstáculos para comercializar sus mercancías. El problema, como se sabe, no son los privados, las Mipymes, los revendedores ni el embargo; el problema es el sistema colectivista que desestimula la creación de riqueza individual y, por tanto, priva a las economías locales de los imprescindibles incentivos para trabajar, especialmente en la rama agropecuaria.

Sumado a esto, aparecen productos cárnicos de dudosa constitución y procedencia desconocida que están alarmando a la población. Hace unos días, un usuario comentaba en un grupo de Facebook de la ciudad cabecera:  

“HOLA SOY EL YOA....Y PREGUNTO yo que lo pregunto todo... yo seré la única persona en Cienfuegos a la que le cayó mal el picadillo que vendieron en cajas de cartón a 290 la libra en la calzada el sábado pasado. Pues desde entonces no soy persona mi estómago está en malas condiciones y el resto del picadillo intacto... es medio rojo de que parte del pollo sale carne roja???? Caímos de veras no sé si fue eso pero no puedo llevo una semana mal del estómago quien me dice si le paso algo similar”.[1]

Esta no es la única denuncia de esta naturaleza y los comentarios en las calles afirman que se está incluyendo carne de perros y gatos en diferentes productos procesados de origen animal, por la escasez y la demanda tan grande que hay. Aunque es difícil corroborar tales afirmaciones, lo cierto es que existen precedentes de estas prácticas en el pasado distante y cercano en Cuba.

Ante esta situación algunas personas buscan alternativas para suplir la demanda de carne con productos que no son del gusto general de la población, pero suelen resolver el problema en ciertas ocasiones de necesidad. Este es el caso de Antonio, criador de conejos autodidacta que abandonó su empleo con el Estado para dedicarse a esta labor de manera particular y, hasta cierto punto, ilegal.

Desde hace un año y seis meses, aproximadamente, a Antonio le cambió la vida cuando comenzó a ver los frutos de su nuevo negocio. El proceso de instrucción fue duro: aprender a levantar un pie de cría en los tiempos que corren cuesta sacrificio y dinero; pero, como él mismo comentaba:

“Yo no tenía más remedio, era esto o vender la casa e irnos por la frontera. Aquí somos seis en la familia y el dinero no daba. Tuve que vender hasta la ropa para comprar las jaulas, las primeras conejas preñadas y la comida del principio, pasamos hambre para priorizar a los animales, hubo que hacer la cerca de malla para evitar robos y montar guardia... Lo que te diga, es poco”.

Aunque el conejo no es del gusto de toda la población, se vende con facilidad porque hay muy pocos productores y es de las pocas fuentes de proteína disponible para personas anémicas o con déficit de hierro. De hecho, muchos de sus clientes pertenecen a ese grupo. Son, precisamente, médicos de la comunidad o del policlínico local quienes recomiendan a los pacientes los conejos de Antonio.

La alimentación de los animales es un reto grande, por lo que Antonio aprendió a elaborar su propio pienso con paja y puntas de arroz, chícharo molido, maíz y cuanto grano de segunda pueda moler en su molino casero. Hierbas, bejucos, vegetales y frutos también le sirven de fuente alimenticia para sus animales, que deben estar comiendo el día entero. Otras condiciones adicionales son la sombra, el fresco y el agua a una temperatura agradable, por lo cual tiene envases de cerámica.

Ha tenido que buscar alternativas a las medicinas y plaguicidas en la herbolaria tradicional, pues estas escasean o son muy caras, lo que podría subir mucho el precio al producto final. Vende la mayoría de los conejos vivos a precios que oscilan entre 600 o 1 000 pesos, según el tamaño del animal. Amablemente, nos muestra las crías con las manos ásperas del trabajo diario. Los animales llevan supervisión constante y mucha dedicación.

Nos comenta que le gustaría aumentar su producción, lo cual le ayudaría a bajar los precios y diversificarse un poco; pero lo frena el miedo. Miedo no al trabajo y el esfuerzo, sino a la testarudez del Gobierno y a las opresivas leyes que regulan la producción de alimentos en Cuba e impiden que la iniciativa privada florezca.

Este es un caso paradigmático de lo que ocurre con otros pequeños productores locales que, al carecer de incentivos para crecer, prefieren mantenerse en un régimen de supervivencia que les asegure un ingreso estable y una forma de vida desligada del enorme aparato productivo estatal; el cual termina por poner demasiado peso en el privado hasta asfixiarlo por completo, cosa que frena el crecimiento de la economía cubana en todos sus niveles.

La incomprensión de esta realidad por una parte de la población le asegura al régimen autoritario cubano un permanente estado de opinión desfavorable hacia los particulares, que termina siendo capitalizado por la maquinaria propagandística para mantener la presión sobre el sector privado. Las condiciones de vida empeoran todos los días por estas razones; pero el autismo político también campea a su gusto entre la ciudadanía.

 

[1] Facebook: https://www.facebook.com/groups/4613552088735383/permalink/7355114094579155/

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