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Estudiantes extranjeros en Cuba y la crisis alimentaria

04 de julio de 2023

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urante los años que estudié mi carrera universitaria en la 

Universidad de La Habana (2015-2020), siempre hubo estudiantes extranjeros en mis clases. En su mayoría eran estudiantes de intercambio (unidireccional porque ellos venían, pero ninguno de nosotros íbamos a sus países) que estaban en Cuba por no más de seis meses en la mayoría de los casos. Siempre fueron muy sociables y se integraban a los distintos grupos de estudiantes cubanos. Por lo tanto, no era difícil entablar amistad con jóvenes de varias partes del mundo, a menudo provenientes de los Estados Unidos, Canadá y Europa.

Siempre me produjo mucha curiosidad el choque que para un extranjero podía representar el hecho de estar un período de tiempo extendido en Cuba. Si bien es cierto que el contexto cubano en esos años no era ni remotamente similar al actual, Cuba jamás ha sido un país de abundancias, y personas que vienen de contextos sociopolíticos diametralmente opuestos al cubano, siempre sufren un impacto emocional y sensorial bastante fuerte.

Si bien en el contexto actual, por distintos factores, el volumen de estudiantes extranjeros que llega a Cuba es bastante inferior al de años anteriores, aún sigue siendo considerable. Tal es el caso de Zoe, una estudiante de Países Bajos, a quien tuve la oportunidad de conocer durante su estancia en la Universidad de La Habana desde septiembre de 2022 hasta marzo de 2023.  Su caso es especial, ya que había estado anteriormente entre los años 2018 y 2019, lo cual le permitía comparar los años justo antes de la pandemia del Covid-19 que marca el inicio de la crisis, y la actualidad.

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Entre otros temas, hablamos del cambio cultural que significó vivir en Cuba, sus modos de sortear la crisis y de vivirla como extranjera, las viscisitudes que compartió con los cubanos y el uso luego de sus privilegios, así como las diferencias entre sus dos estancias en la Isla. Zoe tuvo dos estancias largas en Cuba, primero por un año y tres meses, y la actual de cinco meses. Sin embargo, ya en 2016 había venido como turista junto a su hermana. En este viaje pudo conocer las costumbres alimenticias cubanas y sus platos típicos. Por lo tanto, cuando regresara a Cuba en 2018, sabía en principio qué esperar en lo referente a las costumbres culinarias cubanas. No obstante,  Zoe reconoce que no es lo mismo la cara que percibe el turista acerca de cómo se alimentan los cubanos yendo a restaurantes, que haciendo una estancia de larga duración y teniendo que convivir y adquirir alimentos en las mismas redes que los cubanos utilizan. Para entonces, para Zoe no fue tan difícil, ya que llevaba una dieta casi completamente vegetariana. En aquel momento no era tan difícil conseguir algunos alimentos en las tiendas estatales, también en ellas compraba pastas, quesos, salsas de tomate y demás. Sin embargo, percibía la escasez de productos en comparación con otros países de la región latinoamericana en los que había estado, incluso en contextos de aguda pobreza. Para cuando regresó en 2022, no podía creer que esta hubiera incluso empeorado.

Algo muy interesante que surgió de nuestra conversación fue que, según ella, todos los estudiantes extranjeros que conoció durante su estancia, tenían que consumir complementos vitamínicos extras, ya que no podían, mediante los alimentos que comían en Cuba, alcanzar los nutrientes que normalmente debían. Esto es algo que muestra muy bien la complejidad de este tema, y que confirma además que la mayoría de los cubanos, y sobre todo ancianos y niños, tienen dietas deficientes de nutrientes básicos.

Para su viaje en 2022 Zoe sí venía más preparada sicológicamente, sabiendo a lo que se tenía que enfrentar. Por esto vino con muchos más alimentos desde Holanda, y al llegar a Cuba ya tenía una red de amigos que la incluyeron en grupos de compraventa de alimentos en WhatsApp, Facebook, y otras redes sociales virtuales o físicas de mercado informal. Según Zoe, a pesar de la falta de inocuidad de los alimentos,en este periodo no se enfermó propiamente por consumir productos de mala calidad, pero sí le costó recuperarse de una fiebre de dengue porque no pudo adquirir ni consumir alimentos adecuados para su recuperación. Por otra parte, sí se enfermó por la mala calidad del agua, que le provocó varias veces indisposiciones estomacales.

Aun teniendo una situación financiera muy superior a un cubano común, Zoe comentó que gastó muchísimo dinero para alimentarse durante su estancia actual en Cuba. Ella estima que sus gastos contemplaron entre los 1500 y 2000 euros por una estancia de aproximadamente cinco meses.

Una de las cosas que más me interesaba saber era las diferencias que encontró entre ambas estancias en Cuba. Si bien reconoce que ya para 2018 notaba muchos contrastes entre la Isla y otros países dentro de la misma región caribeña y latinoamericana, en 2022 encontró una Isla prácticamente desolada. Tiendas vacías, y otras a las cuales los cubanos de a pie no podían acceder. Sin embargo, dice que lo que más le llamó la atención fue la cantidad de personas, no solo pidiendo dinero en las calles, sino pidiendo comida también. Se encontró a ancianos sin prácticamente nada que comer, y a madres pidiendo dinero con niños en brazos también. Quizás en la mayoría de los países del continente latinoamericano esto sea lo habitual, pero en Cuba jamás, en la historia reciente, habían sucedido estas cosas. Por el momento Zoe no piensa regresar a Cuba. Dejó a un país cayéndose a pedazos y teme que cuando regrese no quede mucho que rescatar. 

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