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Estrategias de supervivencia en asentamientos suburbanos vinculados a la industria alimenticia​

24 de septiembre de 2024

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n las últimas décadas han proliferado en las zonas periféricas 

de los municipios cabecera cubanos asentamientos urbanos que ostentan diversos grados de legalidad, a los que se les llama comúnmente en provincia “llega y pon”. Son barrios creados desde la necesidad de las familias —sobre todo jóvenes— de asentarse en su propio espacio y crear estrategias de supervivencia hasta cierto punto “marginales”, que les aseguren un nivel básico de ingreso y abastecimiento alimenticio. En este sentido, la “marginalidad” no se expresa necesariamente en actos de violencia, vicios y comportamientos reprobables desde lo moral, sino en toda una serie de prácticas socioeconómicas al margen de la ley, las normas sociales convencionales y las estrictas regulaciones económicas estatales.

El aprovisionamiento alimentario constituye, en la mayoría de los casos, el eje alrededor del cual gira la mayoría de las actividades de las personas que habitan estos lugares. Están asentados de manera preferente en zonas costeras, riberas de ríos y cañadas, en las proximidades de industrias alimenticias (cárnicos, complejos lácteos, molinos de granos, centros de elaboración variados) y otros casos similares.

 

Alberto, por ejemplo, es un trabajador del Estado que vive con su familia en uno de estos asentamientos. Ha sido testigo de muchas de estas prácticas y prefiere no hablar de algunas por miedo a la represión. Hace unos años llegó al lugar donde vive actualmente, cerca de un importante complejo lácteo. Con sus propias manos, construyó su casita, que aún no ha podido terminar por falta de recursos y solvencia económica: “Todo está caro. Dependo de un sueldito, yo sí no tengo negocio, dependo de mi trabajo”.

Gracias a sus aclaraciones, comprendemos un poco cómo funciona esta economía sumergida suburbana de la que viven numerosas familias en el país; en crecimiento por la falta de ofertas asequibles y oportunas en la red de distribución del Estado:

Aquí todo el mundo sobrevive como puede. Es un lugar tranquilo, la gente está aquí para sobrevivir. Si tú ves, allí, en la cañada, se puede pescar, se cogen clarias y tilapias y lo que aparezca. Los animales comen lo que se les pueda conseguir; por ejemplo, los cerdos, sancocho y suero, aquí hay un centro lácteo cerca y se consigue. Todo ese monte por ahí atrás es pantanoso, pero se puede andar si sabes por dónde. El que vive de su trabajo necesita buscar vías para comer porque la comida está demasiado cara y todo está muy malo. El que puede sembrar, siembra; tienes que esperar tres meses, pero sabes que tienes algo seguro. Yo no tengo tierra; ojalá tuviera. Si tuviera tierra, la estuviera usando porque, mal que bien, un cordel de plátano, unos boniatos o cualquier cosa te resuelve la comida de algunos meses. La escasez de petróleo y de electricidad está chocando mucho al que siembra también porque, si no hay petróleo, la maquinaria no puede roturar la tierra y sin electricidad no puedes bombear agua. Así no se puede...

[En este asentamiento] se vende de todo. La gente viene aquí a comprar porque sabe que es más barato. Las cosas salen de donde mismo sale todo lo demás: del Estado. ¿Cómo las sacan? Eso no lo sé. Yo lo que sé es que las sacan: la leche, el suero, el queso, la mantequilla, el helado, el azúcar, los saborizantes.

No todo se vende. Hay cosas que se cambian por otras cosas, por comida o por ropa y por zapatos, o por alguna cosa que te haga falta en la casa porque no hay de otra. Hay que resolver con lo que tienes y no hay otra forma de hacerlo. Si tú dijeras que te pagan bien y que ahí en las tiendas hay comida toda la que tú quieras y aseo todo el que tú quieras y ropa toda la que tú quieras… ¿Pero cuánto cuesta una libra de queso en la shopping[1] o un pomo de aceite de cocinar...? Así no hay quien pueda. Tienes que resolver o no comes. Tienes que inventar o no comes.

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Esta red informal que se ha tejido por años alrededor de la industria alimenticia estatal existe en prácticamente todo el país. A través de testimonios, en ocasiones de primera mano, hemos comprobado cómo los productos destinados a ciertos programas estatales terminan en el mercado negro siendo vendidos por los propios trabajadores que laboran en estas fábricas. Tales productos, según nuestra propia experiencia, se encuentran con frecuencia en esos lugares a mejores precios y en mejores condiciones de calidad y presentación que en la propia red de distribución estatal. Algunos de los más comunes son: leche, yogurt, queso, carne de cerdo, carne de res, pollo, huevo, leche en polvo, azúcar, aceite, sal, confituras variadas, harina de pan, levadura, mantequilla y otros insumos necesarios para la elaboración de alimentos. También florecen en estos lugares la cría de animales como cerdos, pollos y, en menor medida, carneros; ya que la disponibilidad de recursos a bajo precio o de contrabando hace posible la difícil tarea de asegurar el alimento animal, lo cual es en estos momentos el principal reto de los criadores.

Las restricciones del Estado en lo tocante a la producción de alimentos y la importación por personas naturales y jurídicas juegan un papel fundamental en la existencia de estos comercios sumergidos. Lo que no se encuentra en la red de distribución autorizada debe buscarse en otros mercados. De estas prácticas sobrevive un gran número de familias y, en nuestra opinión, resultan imposibles de erradicar bajo el actual sistema sociopolítico y económico impuesto en el país por el Partido Comunista y sus seguidores. Las alternativas de supervivencia a la crisis estructural crecen y se diversifican mientras el hambre arrecia.

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