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En la Cuba de 2025 hay que buscar leña para sobrevivir

17 de julio de 2025

 ada día es más común ver a personas arrastrando carretas 

cargadas de leña o recorriendo las orillas de ríos en busca de ramas secas. Esta escena, que podría parecer sacada de una pintura costumbrista del siglo XIX, es una realidad palpable en la Cuba de 2025. En este sentido, la leña, un recurso que en muchos países se asocia con fogatas recreativas o cocinas rústicas, se convirtió en la única fuente de energía para miles de hogares cubanos que enfrentan apagones prolongados debido a una crisis energética sin precedentes.

Para quienes no conocen la realidad cubana, es importante entender que la electricidad es más un lujo que una necesidad básica para cocinar, conservar alimentos o realizar tareas cotidianas. Los apagones pueden durar entre 12 hasta 20 horas diarias, especialmente fuera de La Habana, y en algunos casos han llegado a sobrepasar 30 horas continuas. La Unión Eléctrica de Cuba (UNE), entidad estatal encargada de la generación y distribución de electricidad, depende principalmente de plantas termoeléctricas obsoletas que funcionan con combustibles fósiles, cada vez más difíciles de conseguir por el Gobierno producto a la crisis económica.

En ese contexto, el gobierno cubano, que controla de manera centralizada la economía y los servicios públicos, no ha logrado modernizar la infraestructura eléctrica ni diversificar la matriz energética hacia fuentes renovables, como la solar o la eólica. En lugar de soluciones estructurales, las autoridades optan por medidas paliativas, como racionar la electricidad por circuitos poblacionales o apelar a la “resistencia creativa” —un término que ampara cualquier alternativa para la supervivencia—. Esta inacción ha obligado a los cubanos a buscar alternativas extremas que, hace una década, habrían sido impensables. Entre las más comunes en los campos cubanos, está el uso de leña o carbón. En los patios, portales o directamente en la calle, cientos de cocinas improvisadas donde se quema leña y carbón vegetal para preparar alimentos ocupan el espacio que alguna vez tuvieron las balitas de gas y cocinas eléctricas en los hogares. En función de ello, las familias recorren kilómetros para recolectar madera en ríos o bosques, una tarea que consume tiempo y esfuerzo físico.

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Un esfuerzo desesperado

La recolección de leña no es una actividad sencilla ni romántica. En zonas rurales, los cubanos se adentran en bosques o caminan por las riberas de los ríos en busca de ramas caídas o árboles que puedan talar, a menudo sin herramientas adecuadas. En las ciudades, la situación es aún más precaria: los habitantes compiten por desechos de madera en parques, solares abandonados o incluso en vertederos.

Este fenómeno se agudiza cuando, ante la escasez de este tipo de combustible vegetal, se optan por otras alternativas como la quema de cartón, plástico y hasta las hojas de las persianas de los hogares, postes de las cercas o patas de mesas y sillas. De ahí que no extrañe ver cómo, en algunos casos, surgen mercados informales donde la leña se vende a precios elevados, inaccesibles para los cubanos que dependen de un salario estatal promedio de unos 15 dólares mensuales.

Esta “solución” no es una oda al discurso de resistencia romántica que se pondera en medios estatales. Tal práctica tiene un costo humano significativo. Los ancianos y los niños fuera de su horario escolar suelen ser los encargados de recolectar leña, enfrentando riesgos como lesiones, agotamiento o exposición a condiciones climáticas adversas. Además, la competencia con otras familias que tienen el mismo objetivo hace que cada vez sean más largos los recorridos y menos la madera encontrada.

La deforestación como amenaza ambiental inminente

A partir de esa realidad, la dependencia masiva de la leña está dejando una huella devastadora en el medio ambiente cubano. En las zonas rurales, la tala indiscriminada de árboles está reduciendo la cobertura boscosa, un recurso vital en un país propenso a huracanes y sequías. En las ciudades, las zonas verdes y áreas abandonadas como casas antiguas sin moradores son despojadas de tablas, postes y otros elementos que puedan combustionar. Aunque no existen datos oficiales recientes sobre la deforestación en Cuba, la presión sobre los bosques es evidente en comunidades donde los árboles han desaparecido de las riberas de ríos o de colinas cercanas.

Al ver cómo se desarrolla este fenómeno, resulta difícil no asociar la actual situación cubana con lo sucedido en Haití; donde la deforestación masiva, impulsada por la dependencia de la leña y el carbón como fuentes de energía, ha reducido en las últimas décadas la cobertura forestal del país a menos de 2% de su territorio. Esto ha provocado erosión del suelo, pérdida de biodiversidad y desastres naturales más severos, como deslizamientos de tierra e inundaciones. Cuba, con una cobertura forestal estimada en 30%, aún está lejos de este extremo; pero la actual crisis energética invita a pensar un proceso similar en un futuro si no se actúa con urgencia.

Las fallas del Gobierno y la inequidad social

Es importante entender que la crisis energética no afecta a todos los cubanos por igual, lo que pone en evidencia las desigualdades sociales y regionales que el gobierno cubano niega por medio de la narrativa de equidad. En La Habana, los hogares sufren de menos horas de apagón que el resto del país, lo que da cierto margen de maniobra a las familias a la hora de cocinar. Sin embargo, en las lejanas provincias del oriente del país, la leña es casi la única alternativa, dado que los constantes retrasos en la distribución del gas licuado también contribuyen a esta sustitución. El impacto, además, va más allá, dado que la falta de electricidad paraliza pequeños negocios como cafeterías o talleres y limita el acceso a servicios esenciales como la refrigeración de medicamentos.

La imagen de carretas y bicicletas cargadas de leña recorriendo las calles cubanas no es un pintoresco retorno al pasado, es más bien una evidencia de la desesperación ante una crisis energética que ha desnudado las fisuras de un sistema que presume de equidad mientras abandona a su pueblo a la lumbre de fogatas improvisadas. La deforestación, la inequidad social y la inacción gubernamental amenazan con convertir a Cuba en un eco de la devastación de Haití y ridiculiza la narrativa de un país revolucionario que no puede garantizar algo tan básico como la electricidad.  

Mientras la vida de los cubanos se continúa precarizando, el Gobierno se aferra a su lema “Patria o Muerte”, dónde la única muerte que se presupone, es la del propio pueblo de Cuba.

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