El "cartel" de la papa
28 de mayo de 2024
C
C
omo casi todos los productos alimenticios que tienen una alta
demanda entre la población cubana, la papa escasea durante todo el año, y en la época de cosecha solo se puede acceder a ella de manera formal a través de la cartilla de racionamiento, en pequeñas cantidades y con una calidad variable. Entre el sistema de distribución estatal, las Mipymes, los cuentapropistas y el mercado negro, solo un actor económico posee el demandado tubérculo de manera frecuente para vender a la población, casi siempre a precios abusivos impagables para el trabajador cubano.
En las redes del mercado negro es raro que falte la papa. En estos momentos la libra se cotiza entre 150 y 200 pesos depende de la calidad del producto. Hay varias formas de comprarla, para quienes pueden darse ese lujo. Una de ellas es por encargo (cuando es una cantidad importante) y se realiza a través de las redes sociales, incluyendo el servicio de domicilio en algunos casos por un precio extra. La otra forma es toparse con un “vendedor furtivo” en la calle, quienes la venden al detalle con mayor o menor grado de secretismo, siempre atentos a la policía y los inspectores que pudieran sorprender la transacción, trayendo consecuencias para el vendedor, generalmente multas de altas cuotas.
La pregunta entonces sería ¿De dónde sale la papa que se vende en el mercado negro, siendo el Estado el único actor económico autorizado a importarla, producirla y comercializarla en el país? La respuesta la articulamos en este trabajo.
La papa que se comercializa en el país tiene dos orígenes, una es la importación y otra la producción doméstica. Ambas acciones se llevan a cabo por el Estado y están sujetas a férreos controles burocráticos los cuales son casi imposibles de sortear para el productor o comerciante privado. Ninguna autoridad estatal ha hecho pública una buena explicación sobre el hecho de que la papa (tan demandada por la población) está sujeta a reglas especiales diferentes a otros cultivos como el boniato, el plátano y la malanga, por solo citar unos ejemplos.
Una vez que el tubérculo llega a la red de distribución nacional se activa una gigantesca red de corrupción administrativa y desvío de recursos que funciona prácticamente en todo el país. Esta red está compuesta por almaceneros, transportistas, operadores de agromercados estatales y ciudadanos comunes, asociados con estos primeros actores. La merma natural de la papa se emplea como coartada para justificar toneladas del producto, faltantes en la cadena distributiva lo cual es de difícil comprobación, en los casos en los que existe la voluntad para ello, por parte de inspectores y administradores. Desde los grandes almacenes mayoristas del Estado, hasta el agro comunitario, la red de distribución hace agua por todos lados.
A las llamadas “placitas” llega el producto procedente de los almacenes regionales, ya en el camino quedaron algunos sacos vendidos de contrabando a estibadores y choferes. Hay quienes son “expertos” en trasportar sacos de un camión en movimiento a otro, peligrosa y lucrativa tarea que se lleva a cabo en carreteras secundarias a velocidades moderadas (menos de 60 km. /hora) y en horarios de poco tránsito para evitar el escrutinio de la población o las autoridades (aquellas que no participan de la red).
Hay administradores de agros estatales que prefieren recibir el camión con la estiba de papas los sábados por la tarde, horario estrella para la corrupción puesto que los domingos no abren las placitas y el lunes, cuando empieza la venta a una multitud desesperada y molesta, se exponen de manera “casual” cerca del mostrador, algunas papas podridas o en mal estado, para luego justificar la merma que se traduce en algunas decenas de sacos, luego vendidos ilegalmente a revendedores o clientes privilegiados.
El último paso de este proceso oscuro son los revendedores al detalle. Personajes nacidos del folclor totalitario, entrenados en años de negocios ilegales con productos obtenidos de la red estatal de distribución, quienes poseen los contactos y los “socios” dentro del sistema alimentario para no carecer de suministros permanentes de aquellos productos demandados y escasos que la población quiere y necesita.
Estos traficantes se surten del tubérculo en los agromercados locales y algunos puntos estatales que procesan la papa de diversas formas, los más “audaces” alquilan camiones que llenan de sacos de contrabando, luego las venden en sus propias viviendas o a domicilio a través de las redes sociales. Los más poderosos poseen algunos distribuidores que la sacan a la calle en pequeñas cantidades a precios desorbitantes, justo como si de un cartel de la droga se tratara.
Obviamente quien sale perjudicado en toda esta madeja de acciones ilegales es el cubano de a pie. El que no puede comprar un saco de papa “por la izquierda” ni pagar los precios de los revendedores que venden una pequeña bolsa en 200 o 300 pesos con cuatro o cinco papas.
Más allá de la responsabilidad individual e institucional que se les puede impugnar a los participantes en esta red de corrupción, que deja cuantiosas ganancias económicas a sus “gestores”, habría que reflexionar sobre el problema de fondo que provoca esta situación.
Las políticas agroalimentarias colectivistas, sumadas a la crónica falta de incentivos y libertades para la producción de alimentos en el país, son el marco objetivo en el que aparecen estos fenómenos de corrupción sistémica. El sistema totalitario no tiene respuestas para estos problemas pues para realizar una apertura económica real, debería socavar primero sus propios fundamentos sociopolíticos. El problema de la alimentación en Cuba no se puede resolver dentro del marco restrictivo que impone el Partido Comunista y por tanto la escasez, la corrupción, el desvío de recursos y el desaliento seguirán campeando a su gusto dentro de los engranajes del caduco “sistema empresarial socialista”, que es absolutamente incapaz de satisfacer la demanda nacional, ni siquiera de los productos más elementales y necesarios para la población. Un cambio es imperativo. El hambre en Cuba se ha convertido en un fenómeno cotidiano, que sumado a otras calamidades, han hecho de esta antigua isla azucarera un páramo desierto del que sus hijos solo quieren escapar.