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Efectos devastadores del nuevo plan de austeridad

09 de enero de 2024

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ue Marrero, no Díaz-Canel. La imagen pública de este último 

debe ser celosamente guardada por el aparato propagandístico y se supone que él no deba dar este tipo de malas noticias a la población. El perfil de patriarca benevolente, líder del partido y jefe austero es muy importante para mantener la lealtad del exiguo grupo que componen los revolucionarios en el país. Es una idea infantil pero eficaz. El paquetazo de ajustes que diseñó, elaboró y aprobó el Comité Central del Partido Comunista es un trago demasiado amargo y alguien debía escupirlo en público.

El timing fue perfecto. A solo diez días para acabar el año, esperando reencuentros familiares, celebraciones, viajes y dosis de alcohol, acompañados de un magro módulo alimenticio que el Estado vende en las bodegas locales, se suavizaría el efecto psicológico de este nuevo girón de tuerca que el régimen le propina a la población para mantener los privilegios de la casta dirigente y la cacareada continuidad de la Revolución.

Aunque las medidas han sido replicadas decenas de veces por los medios oficialistas e independientes, vale la pena mencionar algunas de las más importantes:

  • Aumento de los precios de varios servicios y productos indispensables o de alta demanda en la población como son: el agua, el cigarro, el tabaco, la transportación y el gas licuado.

  • Incremento de los precios del combustible para ventas minoristas y mayoristas.

  • Reevaluación de los valores referenciales de las viviendas de cara a las ventas entre ciudadanos naturales.

  • Recuperación del control sobre la importación y recaudación de divisas y remesas desde el exterior.

  • Incremento de la tarifa eléctrica para lo que el gobierno llama “altos consumidores”.

  • Regulación e incremento de los aranceles de los productos terminados importados por los actores económicos no estatales.

Independientemente de las probables implicaciones que tendrán estas medidas en un país ya de por sí bastante austero, entre balbuceos, falacias y justificaciones, se desprende de las palabras de Marrero Cruz la intención de coartar y establecer nuevos controles, aún más fuertes, sobre los actores económicos no estatales —en especial las mipymes—. Según el Gobierno, al parecer, estos no le están proporcionando a los organismos centrales del Estado los dividendos esperados y, por tanto, su gestión económica y comercial deben ser constreñidas.

Esta práctica no es nueva. El gobierno revolucionario la viene empleando sistemáticamente desde los años 90 al conferir algunas cuotas de libertad económica al emprendedor cubano para salir de los peores momentos de crisis y luego arremeter contra ellos hasta que lo vuelva a necesitar como salvavidas en tiempos difíciles. “Avanzar un paso y darse un tiro en el pie”, le llaman algunos cubanos veteranos en estos asuntos.

Una de las medidas recurrentes para amordazar la iniciativa privada es topar los precios e implantar severos controles al vendedor con los impopulares inspectores estatales, proclives a la corrupción y el abuso. Sin embargo, esto solo acelera el proceso de inmersión en el mercado negro de una serie de bienes y mercancías que se encarecen y comienzan a escasear de manera casi automática.

Es cierto que las mipymes y los cuentapropistas no solucionan del todo el crítico problema de abastecimiento que padece el mercado interno cubano y la falta de oferta de una serie de productos altamente demandados por la población. No obstante, esto no se debe a la falta de controles estatales, sino a la poca competencia, la falta de libertades económicas y al estancamiento de la iniciativa productiva nacional.

Al parecer, sobre este último aspecto, el PCC y el gobierno ignoran, o eso pretenden hacernos creer, que la iniciativa del emprendedor es el motor que mueve y hace crecer a las economías, sobre todo a las economías emergentes. Crear nuevos negocios, por pequeños que sean, generar empleos locales, aplicar la innovación, la creatividad y tomar riesgos con determinación y resiliencia son cosas que ningún aparato estatal ha logrado hacer de manera sostenida en comparación con el mercado y la iniciativa privada. Pero la iniciativa individual necesita de ciertas garantías jurídicas, económicas y políticas para lanzarse a tomar los inevitables riesgos que siempre entrañan los emprendimientos económicos, ya de por sí suficientemente disuasivos.

El gobierno autoritario cubano no le ha dado nunca un espacio verdadero al emprendedor nacional; por tanto, el tejido empresarial privado en Cuba es extremadamente débil y precario. Cada vez que este está tomando alguna fuerza, ocurre lo mismo que en los días pasados en la Asamblea Nacional. El “marrerazo” ha venido a bajarle las ínfulas de empresarios a los “mipymeros” del régimen, que ya se proyectaban como un poder económico incipiente en algunas localidades.

Sin embargo, mientras Marrero Cruz les reclama que deben importar más materias primas y menos productos terminados —lo cual parecería una medida lógica en otros contextos, pues le añadiría valor a la cadena de suministros en Cuba y crearía nuevos puestos de trabajo—, olvida dos cosas muy importantes: 

Cuba es un país prácticamente sin infraestructura, sin industrias eficientes, sin la necesaria generación eléctrica para la producción masiva de bienes, sin navegación fluvial ni marítima interna, con pocas carreteras y menos vías férreas aún. Nuestra insignificante matriz industrial es obsoleta, ineficiente y está en manos de las improductivas y corruptas empresas estatales. Los actores no estatales de la economía no tienen acceso efectivo a maquinarias, herramientas, partes y piezas y tecnología productiva competitiva. 

Por otra parte, desde un plano subjetivo, deformado por años de propaganda totalitaria y manipulación mediática, podría afirmarse que en Cuba ya no existe una cultura del trabajo y el emprendimiento como en tiempos republicanos. La Revolución, en su intento por anular la iniciativa económica privada, terminó liquidando toda la iniciativa laboral, profesional y colectiva al arremeter, desde muy temprano, contra el pequeño y mediano emprendedor hasta estigmatizarlo, denigrarlo y condenarlo públicamente. En este sentido, resulta muy elocuente el siguiente fragmento del discurso de Fidel Castro:

Y, sin embargo, nosotros hemos podido ver numerosos jóvenes de esta generación realizando, con el mayor entusiasmo y con la mayor productividad y con el mayor espíritu revolucionario, esas tareas [APLAUSOS]. Y hemos visto numerosísimos ejemplos de este tipo. Pero también al lado de estos ejemplos vemos, en muchos pueblos, al vago que no produce nada [GRITOS]; vemos en muchos pueblos a hombres fuertes que se dedican a fabricar pirulíes [GRITOS]; y, claro, cualquiera que fabrique pirulíes aquí, cuando la gente tiene dinero, puede ganar todo el dinero que quiera fabricando y vendiendo pirulíes [GRITOS]. [...] ¿Y por qué? Porque vendiendo pirulíes o vendiendo refrescos, o vendiendo frituras, va a ganar diez veces lo que está ganando aquel que está bajo el sol abrasador. [...] Y no se trata ya de la explotación de los capitalistas, sino de la explotación del pueblo trabajador por los parásitos, por los que no aspiran a crear riquezas, sino a inventar la forma de cómo reciben de esa riqueza la mayor proporción posible con el menor esfuerzo. [...] Y queremos decir con esto que no se asusten los que tienen timbiriches; que se asusten en cambio los que abran, nuevos timbiriches, que se asusten los que estén pensando vivir de esas actividades parasitarias al margen de la producción de bienes materiales, porque esa juventud y ese pueblo no están trabajando y no están sacrificándose para alimentar parásitos de ninguna clase [APLAUSOS]. Y algo más: algún día las actividades industriales privadas y las actividades comerciales privadas de cualquier tipo, serán prohibidas terminantemente por la ley revolucionaria [APLAUSOS].[1]

Esta forma de entender al pequeño emprendedor aún subsiste en el imaginario colectivo de la ciudadanía, quien ha sido víctima y victimario dentro de este esquema de país que propugnó la Revolución desde sus comienzos. De igual manera existe en las mentalidades de la casta dirigente en Cuba, que se autodefine como continuidad del castrismo y sus absurdos ideales políticos, económicos y sociales.

Una cosa es segura, no habrá crecimiento económico ni prosperidad sin emprendedores, sin mercados desregulados y libertades económicas garantizadas jurídicamente. El 2024 se perfila ya como otro año negro para la población cubana. Más hambre, más miseria, más escasez, más represión se vislumbran en un horizonte sin luz. La ciudadanía, amordazada y cómplice baja la cabeza una vez más ante los desmanes del poder absoluto. Sin embargo, este paquetazo añade presión a la olla. ¿Será suficiente esa energía potencial para romper las cadenas de una vez? Tal vez sí.

 

[1] https://obtienearchivo.bcn.cl/obtienearchivo?id=documentos/10221.1/66569/1/184726.pdf.

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