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Diplomacia alimentaria

21 de septiembre de 2023

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o hay problemas, no hay prohibiciones. Hay una vieja 

anécdota, de la rusia estalinista, en la que dos personas se encuentran hablando y una de ellas hace una crítica al régimen. La otra lo increpa y le advierte que no debe criticar al sistema, que eso está prohibido. ¿Por qué arrestan primero al que hace la advertencia? Slavoj Žižek dice que, a diferencia de los autoritarismos, el sistema totalitario parte del supuesto de una narrativa global, abarcadora, que busca evitar el simple hecho de la identificación del problema. Lo que no se menciona, no existe. En este sentido, a diferencia de los autoritarismos, el totalitarismo pretende prohibir el pensamiento. En un ademán propio de un paternalismo absorbente, con el ánimo de, por decirlo así, proteger a sus ciudadanos, el totalitarismo hace lo posible por acomodar la narrativa a la realidad material y, cuando las carencias materiales no se pueden —o no se quieren— arreglar, resulta más fácil ajustar la narrativa para que la realidad encaje. Es, con cinismo, aplicar la máxima del Tractatus de Wittgenstein: “Los límites de mi mundo son los límites de mi lenguaje”.

En Cuba, esta construcción narrativa, en términos alimentarios, se consolida y se resquebraja continuamente. A la manera de una composición musical, la tensión se resuelve con un acorde o una escala musical que sea compatible: no importa mucho si la realidad material es disonante, lo que importa es que la narrativa sea consecuente. El último cuatrimestre, en cuanto a la situación alimentaria, ha sido desastroso para los cubanos, sobre todo en materia de producción. El pasado mes de junio, una nota de Cubadebate indicaba que el ministro de la Industria Alimentaria de Cuba, Manuel Santiago Sobrino Martínez, había expresado su preocupación por la producción de lácteos y productos cárnicos en la Isla. El reconocimiento no está en que el problema, que existe, sea de parte solo de la producción, sino de “que la industria alimentaria no ha sabido aprovechar correctamente.” En este baile de tensiones y liberaciones, la culpa de la situación de crisis siempre es de otros, no del Estado, padre protector, que hace todo lo posible por cuidar a sus ciudadanos, pero que se ve incapacitado porque otros no desean cooperar con sus buenas intenciones. Si no es la industria alimentaria, son los navíos de otras naciones “que no aceptan venir a Cuba y tenemos que buscar barcos de otros orígenes y mandarlos a esos lugares y eso lógicamente tiene un costo”. Cuando no son las navieras, son los trabajadores de los molinos, pero “los bancos donde ellos trabajan no nos han aceptado el pago”. Y, por último, pueden ser a causa de las desorganizaciones de la cadena de distribución de la harina porque no cuentan con el suficiente control estatal. El problema está en la sociedad desorganizada y malagradecida.

En julio, el mismo medio publicó una nota sobre las deficiencias de la implementación de la ley SSAN. Según Jorge Luis Tapia Fonseca, viceprimer ministro, las deficiencias se dan a causa de las dificultades de implementación en los diferentes territorios del país. Una de las deficiencias está en la “poca comprensión de la Ley SSAN”, “falta del funcionamiento de las comisiones”, además de la baja producción de productos esenciales, como cárnicos. Uno de los problemas de esta situación radica en la falta de disciplina en los planes de agricultura. Es decir, las deficiencias en producción, que se traducen en deficiencias nutricionales, son responsabilidad de la ciudadanía a la larga. “Cada cubano debe comprender la necesidad de producir alimentos. Esto debe hacerse desde las mismas escuelas”. La problemática no es ya responsabilidad del Estado.

Pero no todo pinta mal, el diario Granma anunció en agosto la apertura de nuevas plantas de producción de polvo de moringa, que podrían generar productos vegetales para suplir entre 20 y 25% de las necesidades proteicas de la alimentación animal. Pero lo raro de esta nota es que inicia hablando del polvo de moringa “con fines medicinales” y al final retoma esta idea con los supuestos beneficios para la salud humana, como la regulación del colesterol y convertir las grasas en energía. ¿Es la moringa para consumo animal o para consumo humano? La construcción de este tipo de narrativas, deliberadamente confusas, busca generar la promesa de un bienestar futuro, amplio, difuso, nebuloso. El Estado está haciendo un buen trabajo, no se dice para quién o para qué, animales o humanos, alimentación o medicina, pero es un buen trabajo.

Mas la realidad material es otra. El diario independiente CiberCuba denunció la grave crisis alimentaria en materia de producción e importación de abastecimientos. Tomando los datos publicados por Pedro Monreal el pasado 14 de septiembre en su cuenta de X —antiguo Twitter—, se deriva un análisis desalentador de la situación macroeconómica que afecta tanto la producción como la importación de alimentos. Los índices de producción agropecuaria y del trabajo agrícola son los más afectados, teniendo la mayor baja en insumos para el consumo animal, en cuanto a la producción e importación de maíz y trigo.

Sin embargo, la narrativa externa sigue siendo la más eficaz. La semana pasada, en la reunión del G77 + China, el director general de la FAO, Qu Dongyu, se reunió con Ricardo Cabrisas, Jorge Luis Tapia e Ydael Pérez, ministros de Cuba. En lugar de reconocer la responsabilidad del Estado en la situación alimentaria, Dongyu dio razón de la difícil situación internacional y felicitó al Estado por las iniciativas de la granja de Vista Hermosa. La narrativa cala con más fuerza en el escenario internacional. Apenas unos días después, en la 78 reunión de alto nivel de la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas, hubo un llamado a acabar con el embargo impuesto por Estados Unidos, condenado en la pasada asamblea de 2022. Parece que la comunidad internacional se satisface con las buenas intenciones, no con los buenos resultados.

Mientras siga habiendo escasez, seguirá habiendo grandes discursos y promesas. En este punto de tensión, no se puede escapar del problema, pero sí se puede ajustar la realidad narrativa. “De lo que no se puede hablar, es mejor callar”.

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