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Desafiando la trampa de la competencia por la miseria

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14 de marzo de 2024

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n medio de las sombras de la opresión y la violación sistemática

de los derechos humanos, una triste realidad se hace cada vez más evidente: mientras las dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela trabajan en colaboración para mantener su poder y legitimar sus acciones, la sociedad civil parece estar atrapada en una competencia lamentable. Una competencia por el título de quién está sumido en una mayor miseria, como si la defensa de los derechos humanos tuviera un cupo limitado. Mientras tanto, las dictaduras ganan terreno, aprovechándose de nuestra división.

La situación en cada uno de estos países es desoladora por derecho propio. En Cuba, décadas de régimen comunista han dejado a la población enfrentando escasez, represión y falta de libertades básicas. Nicaragua, bajo el régimen de Daniel Ortega, ha visto una erosión progresiva de los derechos civiles y políticos, con protestas ciudadanas brutalmente reprimidas. Mientras tanto, en Venezuela, una crisis económica sin precedentes ha sumido a la población en la pobreza extrema, en tanto Nicolás Maduro continúa socavando las instituciones democráticas y reprimiendo a la oposición.

En medio de este panorama desolador, la sociedad civil de estos países se encuentra dividida. En lugar de unirse en una causa común, parecemos estar en una trampa, en una competencia insensata por el título de quién está sufriendo más. Como si la defensa de los derechos humanos tuviera un límite, las organizaciones y activistas compiten por la atención y los recursos, mientras las dictaduras se fortalecen.

No podemos negar que los recursos son limitados y que el recrudecimiento de otros conflictos internacionales como la guerra han precarizado aquellos dirigidos para nuestras causas. Pero, es justamente en este momento que debemos generar algún tipo de sinergia transnacional, pues estos regímenes no subsisten por sí mismos. Es compartiendo experiencias y fórmulas exitosas que podemos encontrar la ruta hacia la libertad y no en la competencia por porciones reducidas de recursos.

Tal como desarrolló Carolina Jiménez Sandoval, presidenta de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA, por sus siglas en inglés), en su conferencia “El estado de la democracia y la sociedad civil, ante los nuevos autoritarios”, en el II Congreso de Democracia y Derechos Humanos, en Bogotá; una de las tareas que tenemos pendientes es identificar metas comunes y trabajar en ellas de manera mancomunada como sociedad civil transnacional. En eso los autoritarismos nos llevan un gran ventaja.

Es razonable que la desesperación nos lleve a buscar soluciones apresuradas. Pero, en este contexto, la competencia por la atención y los recursos solo sirve para debilitarnos. Nos enfrentamos unos a otros, comparando nuestras desgracias; mientras las verdaderas fuerzas opresoras comparten los mecanismos de represión que les resultan más exitosos y logran coordinar formas de legitimación internacional o de evadir cualquier tipo de presión externa.

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Esta competencia por la miseria es profundamente contraproducente. En lugar de debilitar a los regímenes opresivos, solo sirve para fortalecerlos. Mientras la sociedad civil está dividida y distraída, las dictaduras consolidan su control y amplían su influencia. La falta de solidaridad y coordinación dentro de la sociedad civil debilita nuestra capacidad de incidencia y permite que los regímenes autoritarios continúen violando impunemente los derechos humanos.

Un ejemplo de ello lo vivimos hace unos pocos días en el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, cuando el régimen de Maduro defendió a la dictadura de Eritrea con los argumentos con los que atacan a la Oficina del Alto Comisionado de Derechos Humanos. O basta con revisar las recomendaciones dadas por los Estados a Cuba en su más reciente Examen Periódico Universal. Son precisamente sus amigos políticos quienes le excusan las decadentes condiciones de vida de la población.

En este examen se pueden identificar aquellas recomendaciones a modo de elogio de sus amigos. Por ejemplo, Venezuela menciona que Cuba debe “continuar defendiendo el carácter democrático, popular y representativo del orden social, las instituciones del Estado y las leyes con el fin de seguir garantizando la justicia social para todos”. O Nicaragua, cuando resaltó que el régimen cubano debe “seguir participando de manera activa en los foros de derechos humanos de las Naciones Unidas, favoreciendo el diálogo y la cooperación, de conformidad con los principios de objetividad, imparcialidad y no selectividad”. Bien podríamos desarrollar un mapa sobre el tono de las recomendaciones e identificar rápidamente las redes de sostenimiento solidario de las dictaduras.

Es hora de cambiar el enfoque. Es hora de unir nuestras voces y nuestras fuerzas en una sola causa: la defensa de los derechos humanos y la lucha contra la opresión. En lugar de competir por quién está peor, debemos buscar puntos de encuentro en nuestra agenda común. La opresión no conoce fronteras ni distingue entre países. Es momento de avanzar en la conformación de una sociedad civil regional.

Se trata de fortalecer nuestra capacidad de acción conjunta para enfrentar a esos regímenes opresivos. Debemos dirigir nuestra energía hacia la construcción de alianzas, tanto a nivel nacional como internacional, que nos permitan hacer frente a estas amenazas de manera más efectiva. Una de las estrategias más exitosas y menos costosas de estos regímenes es, precisamente, generar división.

La lucha por los derechos humanos no es una competencia, es una colaboración. Aunque el camino con frecuencia es agotador y sentimos que los resultados no cumplen las expectativas, es necesario ganar espacios en los mecanismos de incidencia. Pese a que, para quienes hemos vividos estos embates sí resulta claro, para el mundo entero no es obvio que estos tres regímenes no actúan de manera aislada; es una tríada que se sostiene mutuamente, de lo cual se deriva una parte de su resistencia.

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