De tripas, corazón: el drama de la industria cárnica en Cuba
02 de marzo de 2023
U
U
na nota de prensa del medio oficial Adelante ha puesto de
manifiesto la “falta de tripas” en la empresa cárnica de Camagüey como uno de los nuevos reveses de la industria alimentaria en Cuba. Este informe, que toma datos del 2022, sugiere que dicha falta de tripas ha afectado significativamente la producción de la empresa, generando rendimiento de solo el 30% el año vigente. Según el texto, la industria alimentaria en la isla cuenta con problemas que incluyen maquinaria rota, falta de suministros como harina y embutidoras, y escasez de tripas.
Desde el 2020, el régimen cubano ha venido a fomentar un aumento en el uso de tripas como una materia prima esencial en la producción de alimentos. La prensa oficial ha llegado a describir el consumo de tripas como una tradición en la cultura cubana donde afirma que las "morcillas criollas" forman una parte integral de la cocina local. Sin embargo, la lucha continua para asegurar suficiente tripa plantea serias preocupaciones sobre la capacidad con la que cuenta el régimen para abastecer las necesidades de proteína en la ciudadanía.
Además de la falta de insumos para la producción de cárnicos en Camagüey, hay un problema de inocuidad de estos alimentos. En septiembre de 2021, la emisora estatal Radio Rebelde publicó un artículo en el que se informaba que la empresa cárnica de la provincia de Pinar del Río había sido sancionada por la comercialización de embutidos de baja calidad. La inspección encontró que los embutidos no cumplían con los requisitos de calidad establecidos, que contenían químicos dañinos para la salud humana y que, en algunos casos, estaban en mal estado.
Y este no es un caso aislado, ya en 2019 un informe del Ministerio de Salud Pública había encontrado problemas de calidad en embutidos y otros productos cárnicos producidos por empresas estatales en varias provincias del país. Es decir, la calidad y cantidad de alimentos no son solamente problemas recientes a causa de la pandemia de COVID-19.
La ANIR (Asociación Nacional de Innovadores y Racionalizadores), movimiento creado en la década de los 80 en el seno de la Universidad de la Habana, suele recibir reconocimientos por sus labores para proporcionar soluciones a los problemas de la precaria industria en la isla; en este caso también a los de la empresa cárnica. Una de las “soluciones” que se han implementado de cara a la escasez de productos cárnicos, es el uso de pasta de soya. Si embargo, lo que esto demuestra es que la magnitud del problema es mucho mayor que una simple escasez de tripas, que se utilizam como extensoras de carne, y que incluye asuntos como los aportes nutricionales que se obtienen de estos productos. Este hecho reciente funciona a manera de recordatorio de que la industria alimentaria en Cuba enfrenta una grave crisis, debido a la falta de suministros esenciales, equipo e infraestructura. De continuar esta escasez de insumos, alimentarios y tecnológicos, la producción estatal de cárnicos se convertirá en insostenible.
Las reformas, de naturaleza legal, que ha venido implementando el régimen no son suficientes para resolver el problema de la industria alimentaria en Cuba. Si lo que el régimen pretende es trabajar hacia un enfoque más sostenible y moderno en la producción de alimentos, debería priorizar las necesidades de sus ciudadanos, dejar de lado el monopolio de sectores claves de la economía cubana. Por su parte, la apuesta por los métodos de producción tradicionales, que la ley SSAN fomenta de manera importante en regiones y localidades acaso pudiera tener un significado cultural, pero tiene dos problemas importantes. En primer lugar, no es un método que esté pensado para satisfacer las necesidades del mercado de alimentos en Cuba, sino que intenta movilizar una producción autónoma y local con miras al autoabastecimiento. En segundo lugar, de la mano con el primero, depende de insumos que actualmente no se consiguen en Cuba. Esto genera una serie de dificultades que se traducen en costos elevados de producción y, por lo tanto, del precio final al consumidor.
Slow Food, una organización internacional sin ánimo de lucro, favorecedora de este tipo de iniciativas a nivel mundial, incluye a Cuba como uno de sus más importantes referentes en cuanto a la producción de alimentos. En sus cuatro Convivia (singular, convivium) y sus trece Comunidades, Slow Food ofrece programas alternativos en Cuba para la producción de hortalizas y legumbres como una alternativa “buena, limpia y asequible”. Ahora bien, con la falta de insumos técnicos y tecnológicos, además de los insumos básicos, las condiciones de la industria alimentaria en Cuba no cumplen con ninguno de los principios fundamentales de esta visión alternativa de la alimentación, pero particularmente con el factor de la asequibilidad.
De nuevo, el problema viene desde el monopolio de la industria estatal de alimentos. Dado el modelo económico cubano, en el que el Estado tiene una gran injerencia en la producción de todo tipo de bienes, se genera una situación que induce a la baja calidad de producción de los alimentos, que va desde la producción de insumos primarios hasta la adquisición y mantenimiento de medios para la producción. Con pocas opciones disponibles para los consumidores, las empresas del régimen no sienten la necesidad de invertir en mejoras de calidad y, en algunos casos, de abastecimiento.
La mencionada “falta de tripas” en la empresa cárnica de Camagüey es solo uno de los muchos problemas que afectan a la industria alimentaria en Cuba. Si bien el régimen reconoce el problema y está intentando encontrar soluciones, está claro que, mientras haya un monopolio de los alimentos que regule la producción y la infraestructura, no será posible garantizar que la producción de alimentos en Cuba sea sostenible y pueda satisfacer las necesidades de sus ciudadanos. Es hora de que el régimen reconozca que el control de alimentos debe cederse si quiere ofrecer condiciones de dignidad y bienestar para su población.