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Cuba: un país colapsado

03 de diciembre de 2024

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a propaganda comunista lo niega. Los medios de prensa oficial,

poleas de transmisión del Partido Comunista de Cuba (PCC), regurgitan la vieja narrativa de la fe en la “victoria” y de la resistencia necesaria. Sin embargo, hacia dentro de la Isla, no hay cómo esconder la realidad.

No obstante, aunque el país se encuentra al borde del colapso, la sociedad cubana sigue marchando en medio de semejante crisis terminal. Esto no debería resultar extraño si se conoce la historia del control totalitario en Cuba.

Es cierto que algunos centros laborales siguen funcionando, los hospitales están abiertos al público, en las aulas escolares hay niños y un nivel muy básico de alimentos imprescindibles para vivir son vendidos en las redes de distribución estatal. Sin embargo, detrás del telón de las apariencias se esconde una realidad terrible. Ya en Cuba no se vive, se sobrevive.

Los hospitales están abiertos, pero no tienen medicinas. Una menguada plantilla de médicos hace lo mejor que puede con los pocos recursos disponibles, pero eso no es suficiente para asegurar la calidad de vida y la salud de la población en general. Los medicamentos hay que comprarlos en grupos del mercado negro, a precios exorbitantes; falta una gran cantidad de especialistas en todas las áreas y la espera para atenderse con uno puede ser de meses.

En las escuelas cubanas, niños sin merienda, jóvenes maestros con muy poca preparación y padres desesperados intentan mantener un ambiente de “normalidad” cotidiana que es insostenible en el tiempo. El deterioro de la infraestructura educativa y la falta de base material para la enseñanza son alarmantes. La suspensión de clases durante varios días por los cortes prolongados de electricidad es muy frecuente en la provincia.

En algunos municipios y consejos populares, los cortes son casi permanentes: solo dos o tres horas de electricidad en un lapso de 24 horas, y así en los días siguientes, sin tregua ni descanso. La política de “circuitos priorizados” está trasladando las cargas del déficit a menos lugares; por tanto, en estos desafortunados circuitos, el apagón es total y permanente. Una vez más, la emigración sale en defensa de los suyos y hace de salvavidas temporal para algunas familias, enviando cantidades importantes de plantas generadoras que se mueven diariamente en los circuitos de distribución de paquetería local, ante los ojos anhelantes de quienes no poseen tal tipo de ayuda, que son la mayoría.

En los repartos oscuros y llenos de mosquitos, miles de ciudadanos se mantienen inertes dentro de sus casas luchando contra el hambre y el desasosiego. Justo en estos lugares es donde cae el martillo de la vigilancia revolucionaria con más fuerza y la represión se ha articulado a un nivel tal, que un simple “toque de calderos” resulta en una inmediata detención antes de que la protesta pueda crecer y expandirse. El régimen se protege a base del terror.

La carencia de agua potable ya es crónica. Se vive con unos pocos litros diarios, precio que paga la higiene personal. La falta de electricidad para el bombeo mantiene secos los depósitos y tanques.

Los basureros comunitarios rebosan en desechos sólidos sin que el Estado se preocupe por recogerlos y disponer de ellos. En estos basureros desbordados, un ejército de adultos mayores, indigentes y hasta niños buscan comida y recursos para la supervivencia. Hay cada vez más cubanos viviendo de las sobras. En las comunidades se camina entre montones de basura llenos de vectores, aguas albañales y casas apagadas semiderruidas. Hay niños recolectando caracoles y pescando en zonas insalubres de la bahía, donde desembocan las aguas negras y grises de varias comunidades.

La cocción de los alimentos se ha convertido, tal vez, en el mayor reto cotidiano de las personas, junto con el abasto de agua. El saco de carbón de leña suave —la cual tiene menor potencial calórico y se gasta más rápido— cuesta 1 500 pesos actualmente, de solo 600 que costaba hace menos de seis meses. Muy pocas personas pueden darse el “lujo” de cocinar sus alimentos con carbón. Hay una gran cantidad de familias haciéndolo con leña, pomos plásticos, aserrín y otros productos combustibles.

En las llamadas “ferias agropecuarias” de los sábados, la oferta ha disminuido en variedad considerablemente. Ahora se comercializan unos pocos productos consistentes en col, plátano, boniato, calabaza y alguna otra cosa. Los jubilados hacen largas colas en los agros estatales para comprarse una mísera mano de plátanos burro. De igual manera, acechan en los cárnicos estatales vacíos, en espera de la llegada de un poco de picadillo de soya o algún embutido de pésima calidad. 

 

Cuando “la cosa se calienta” en un barrio que lleva demasiados días sin electricidad, aparece de vez en cuando algún camioncito vendiendo cajas de pollo o aceite a un precio ligeramente menor que el del mercado local. Nadie sabe quiénes son, de dónde vienen o quién los envía. Algunos actos de protesta velada, como arrojar pintura roja sobre rostros de Castro y Ernesto Guevara o de la aparición de carteles “sugerentes” son los únicos actos de rebeldía que han quedado disponibles para una sociedad amordazada.

No existe recreación en la ciudad. No hay ofertas culturales ni deportivas. El hambre, la desesperación, la falta de agua potable y de combustible para cocinar se combinan con la crónica falta de medicamentos y de alimentos para crear un escenario de colapso inminente.

La respuesta del régimen despótico es la misma: “¡Resistan!”. Nadie sabe hasta cuándo, nadie sabe cómo hacer los próximos meses. La incertidumbre y el miedo mantienen a las personas en un estado de somnolencia civil. La guardia revolucionaria redobla sus esfuerzos y el futuro se ve muy oscuro.  

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