Crónica III de la Habana - la Isla sin pescado
17 de agosto de 2023
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or razones de seguridad, todos los nombres que aparecen
en esta columna han sido cambiados. Igualmente, dado el nivel de información, los pseudónimos, en algunos casos, representan a más de una persona.
Antonio* trabaja a medio tiempo en un hostal en la zona turística de La Habana. Actualmente, trabaja como barman en el formato 2 x 2 (dos días de trabajo por dos días de descanso). Nos recibe en la barra de una casa que funciona como hostal. Jaime tuvo la oportunidad de conocer todas las provincias de Cuba gracias al trabajo anterior. Interesados en lo que sucede en la Isla de la Juventud, uno de los lugares que otro tiempo fuera asociado a las vacaciones de la población cubana, nos pica la curiosidad y procedemos pues, a picarle la lengua.
Antonio nos cuenta que la Isla de Juventud tiene principalmente instalaciones de balnearios. Recalca, mientras nos cuenta que, si hemos de compararlo con las instalaciones turísticas de la capital, estos establecimientos están en un estado decadente lamentable y decadente. Cambia de tercio y nos informa que hay una práctica a la manera de “coto de caza” en el parte Nacional Marino de Punta Francés. En Cocodrilo, al sur de la isla, es posible conseguir una variedad de productos cárnicos derivados de la caza espontánea. No nos indica si esta práctica es lícita, simplemente señala que es posible conseguir carne de puerco y pescados.
Nos interesa saber mucho cómo funciona el esquema 2 x 2 y procedemos a preguntarle a Antonio, de manera indirecta, sobre su subsistencia. En primer lugar, por trabajar en el sector turístico, tiene acceso a las comisiones y propinas que su empleador le ofrece en moneda extranjera (en su mayoría euros, pero también en dólares), además de recibir una monto en pesos cubanos. En su caso particular, dedica los dos días de descanso a pescar en diferentes zonas aledañas a La Habana. Antonio relata que la pesca, ya sea con caña, arpón o red, la realiza en parte como una actividad de ocio, pero que su objetivo es alimentar a sus padres, pensionados, que tuvieron que abandonar sus labores profesionales, uno por edad y otra por problemas de salud. Este tipo de alimento sustenta principalmente a sus padres, es decir, la mayoría de los peces que atrapa van para la mesa de las personas mayores con las que convive. Esta manifestación de la vida informal que se relaciona con las restricciones de la cotidianidad es producto de las regulaciones draconianas que el régimen impone diariamente a la población cubana, y que la sujeta a una innecesaria precarización de su condición de vida.
Es común en el imaginario del extranjero que se asuma que, en un territorio costero, o insular, una de las fuentes más obvias de alimentación sea la pesca. Sin embargo, la historia en Cuba sobre el consumo de pescado es algo trágica. A partir de la implementación de la libreta, las personas tenían una asignación de 6 onzas (cerca de 170 gramos) de pescado. Pero este alimento fue sustituido por 6 onzas de pollo, a partir de 1990. Paulatinamente, esas 6 onzas de pollo también dejaron de aparecer y, como lo hemos registrado en Food Monitor Program, la frecuencia de la entrega del pollo ha sido cada vez más inconstante.
La Ley de Pesca, del año 2020, regula la pesca y la comercialización de productos marítimos. Superficialmente, la pesca pareciera estar permitida en los marcos que contempla la Ley: obtener un permiso, utilizar ciertos equipos, delimitar las zonas de pesca, proteger las especies en peligro. Sin embargo, en la práctica, la pesca queda restringida a aquellas personas que cuenten con el tiempo y los recursos para poder practicarla. Antonio nos cuenta que lo más difícil de conseguir es el equipo adecuado para la pesca. El traje, el arpón, las aletas y otros insumos, los consigue por medio de un amigo que le compra fuera del país este tipo de artículos. Por temas de comunicación y de ingresos, Antonio puede conseguir alguno de estos elementos cada 4 o 5 años. La situación de Antonio es “privilegiada”, cuenta con algunos recursos y el tiempo necesario para poder proveer a sus familiares de alimentos. Pero esta historia particular es una que pone de manifiesto, en el silencio, la situación de una mayoría que no cuenta con las capacidades físicas, económicas y temporales para ejercer este tipo de actividad.
Esta restricción real resulta en dos escenarios que confluyen. En primer lugar, las licencias de pesca recreativa suponen un límite a la posibilidad de la comercialización de productos de pesca que puede mejorar la situación de una mayor parte de la población por causa de la distribución de alimentos y la mejora de ingresos de los pescadores privados. En segundo lugar, fomenta todo el andamiaje de la pesca ilegal y el mercado negro que subsiste a pesar de estas restricciones. La realidad es que la práctica de pesca privada, para consumo propio o comercialización, sigue siendo una de las actividades que de alguna manera alivia la escasez de alimentos en la Isla, pero que a la vez, puede desembocar en crisis ambientales debido a la falta de regulaciones para la protección y sostenibilidad del ejercicio. En lugar de pensarse una restricción real al uso de los recursos naturales, cuya disponibilidad es prácticamente inmediata, el régimen debería establecer la posibilidad de que los pequeños productores, dentro de lo razonable, tuvieran acceso a la pesca de manera realmente libre y que, además, permitieran su comercialización. En su defecto, uno de los recientes problemas ambientales que se ha generado por ejemplo, es la caza ilegal de los tiburones y de la pesca indiscriminada de más 29 toneladas de peces, que fueron incautados por las autoridades. De seguir en esta situación, ni habrá la posibilidad de mejorar la calidad de vida de los cubanos, ni habrá un ecosistema sostenible que pueda ser una fuente de provisión de este tipo de alimentos.