Contracción alimentaria en Cuba
25 de julio de 2024
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a contracción económica del 1.9% que sufrió Cuba en 2023
podría parecer, a simple vista, una cifra modesta. Sin embargo, esta disminución del PIB no es solo estadística, sino una alarma de una realidad mucho más sombría. El continuo declive económico en la Isla tiene implicaciones directas en la alimentación de millones de cubanos. Salarios que no alcanzan los 5 USD por persona mientras que un paquete de leche en polvo se cotiza por el valor de 8 USD, son el reflejo de una inflación del 31.4% solo para el 2023 (la inflación en el mercado informal fue mucho mayor).
La producción de alimentos en Cuba, ya de por sí frágil debido a la falta de insumos agrícolas como fertilizantes y semillas y el fallo de medidas más estratégicas en el sector agrario, se ha visto severamente comprometida. La disminución en la disponibilidad de divisas y la reducción de importaciones han debilitado la capacidad de producción local, incrementando la dependencia de Cuba a la importación de alimentos. A esto se suma la falta de infraestructura adecuada para el almacenamiento y distribución de alimentos que ha exacerbado el problema de disponibilidad y estabilidad.
Esta erosión económica no sólo se traduce en una verdadera “falta de” sino que tiene impactos inmediatos en la calidad de vida de los cubanos. La seria disminución en el poder adquisitivo de las familias, que ya enfrentaban dificultades económicas, ahora los sita en una situación aún más precaria, donde adquirir alimentos básicos como arroz, frijoles y aceite se ha convertido en un desafío diario. El incremento en los precios no solo refleja la contracción del PIB, sino también la falta de políticas eficaces que puedan amortiguar el impacto de la crisis. Este fenómeno ha llevado a una situación donde la subalimentación y la malnutrición se vuelven problemas cada vez más comunes, especialmente entre los grupos más vulnerables como los niños y los ancianos.
Las dificultades también se extienden al mercado informal donde la menguada oferta se traduce en precios exorbitantes. Los pocos cubanos que tienen acceso a divisas, mayormente por recibir remesas, son los únicos que tienen acceso a este tipo de mercado. La situación actual recuerda los peores momentos de los noventa: constantes cambios en la disponibilidad de productos y la sustitución de ciertos alimentos por alternativas menos nutritivas y, en algunos casos, no comer, aparecen como parte del repertorio cotidiano de la ciudadanía cubana. Las largas colas frente a los mercados y tiendas son una imagen frecuente que refleja el desespero y la lucha diaria por acceder a alimentos básicos.
Las historias de cubanos revelan la gravedad de la situación alimentaria en la isla. Muchos han compartido que, a pesar de haber trabajado toda su vida, no pueden permitirse comprar alimentos básicos como el pan. En una columna de Food Monitor Program , un residente de La Habana relata cómo las interminables colas y la escasez de productos en los mercados lo han obligado a depender de la ayuda de familiares en el extranjero para poder alimentar a su familia. En Ciego de Ávila, una madre cuenta que debe hacer malabares para alimentar a sus hijos con las raciones limitadas que recibe, muchas veces insuficientes para cubrir sus necesidades nutricionales básicas.
La afectación para las personas en condición de vulnerabilidad es mucho peor. La situación de los pacientes de VIH-SIDA en Cuba ilustra crudamente las consecuencias de la crisis alimentaria agravada por la contracción económica. Según un artículo de Food Monitor Program en Hypermedia Magazine, el número de pacientes con VIH-SIDA ha aumentado, y muchos de ellos enfrentan una severa falta de alimentos. Sin acceso adecuado a una nutrición básica, por no decir una dieta específica a sus requerimientos, su salud se deteriora rápidamente. La incapacidad del régimen por buscar soluciones efectivas para aliviar la situación económica y la escasez de alimentos agravan cada vez más esta situación.
Las políticas gubernamentales en Cuba han jugado un papel crucial en la configuración de la seguridad alimentaria, exacerbando las dificultades en lugar de aliviarlas. La centralización y control estatal de la economía, incluido el sector agroalimentario, ha generado ineficiencias y una dependencia perjudicial a las importaciones. Las decisiones económicas centralizadas no responden adecuadamente a las necesidades locales. El gobierno cubano, a pesar de estar ubicado en uno de los suelos más fértiles del Caribe, insiste en que las personas cultiven sus propios productos en macetas, jardines y patios. El sector agrícola, estancado desde hace ya muchos años, se debate entre trabajar para el Estado y participar en las MiPymes.
Los esfuerzos, si así se pueden llamar, del gobierno cubano han sido infructuosos. En los últimos años, la implementación de las reformas como la Tarea Ordenamiento, o el Plan de Estabilización Macroeconómica, o las llamadas 63 Medidas para Revitalizar la Agricultura han agravado la situación de asequibilidad y de acceso a los alimentos. Desde el deshielo, el alivio venía en parte gracias a la dualidad monetaria. La eliminación gradual de la dualidad monetaria en 2021: la unificación del peso cubano (CUP) y el peso convertible (CUC), tenía como objetivo simplificar las transacciones económicas y mejorar la transparencia financiera. Pero lo que esta medida también trajo, en lugar de las “facilidades” expuestas, fue una rampante inflación que afectó negativamente el poder adquisitivo de los ciudadanos y encareció los productos básicos. Las reformas que permitieron la creación de pequeñas y medianas empresas (MiPymes) han tenido un impacto limitado, con resultados mixtos, en el sector agrícola. Aunque estas reformas han fomentado cierta innovación y emprendimiento, la falta de acceso a capital y la continua intervención estatal siguen siendo barreras significativas. La creación de mercados en MLC que supuestamente sería temporal y diversificaría este acceso, no ha creado más que el redireccionamiento de los pocos productos alimenticios a un sector en desabasto y a los que pocos cubanos pueden acceder, profundizando la diferenciación social, ya en aumento.
El régimen, desde hace varias décadas, ha implementado sistemas de racionamiento para intentar asegurar una distribución equitativa de los alimentos. Si bien fue, en algún momento, un alivio para muchas familias, como lo rememora una ciudadana en esta nota de Associated Press, este enfoque ha sido insuficiente para satisfacer las necesidades nutricionales de la población. La distribución es a destiempo, algunos de los alimentos no se consiguen y el mercado informal, que no puede obtener sus insumos de otros lugares sino del mismo sistema de abastecimiento de alimentos, han afectado de manera significativa la consecución de productos básicos. Los productos racionados son insuficientes y de baja calidad. Por otra parte, la ineficiencia del sistema de racionamiento ha creado desigualdades en el acceso a alimentos, generando notables diferencias de frecuencias de distribución y calidad en diferentes regiones del país como Food Monitor Program pudo comprobar en su pesquisa sobre alimentación en zonas semirurales y periurbanas.
Los esfuerzos de las organizaciones internacionales en Cuba, como la FAO y el Programa Mundial de Alimentos, son fútiles y paliativos, derivando en mera ayuda humanitaria sin impacto en la asistencia para el desarrollo. La pretendida mitigación del hambre en Cuba y de la situación de inseguridad alimentaria no ha visto variaciones importantes en términos positivos. Si tomamos en cuenta los resultados de las Encuestas de Seguridad Alimentaria, conducidas por Food Monitor Program, el impacto de las OI y de diversas ONG, es mínimo, por no decir nulo. A pesar de lo que se dice, de los esfuerzos para el pequeño productor y de la asistencia directa, por tres años consecutivos, en el trabajo de campo desarrollado por FMP no se ve un aporte significativo a la situación de inseguridad alimentaria.