Comer fuera en Cuba: misión imposible
29 de agosto de 2023
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uando era niño, recuerdo que nunca salíamos a comer fuera
de casa. Los restaurantes, que en aquel entonces —inicios de los años 2000— eran todavía en su mayoría del Estado cubano, no eran lugares que nosotros, como familia humilde, pudiéramos visitar. Las únicas ocasiones en que lo hicimos, fue porque algún familiar o amistad venía de visita desde Estados Unidos y nos invitaba.
Yo, como niño nacido en la crisis de los años 90, tenía muy poca o nula experiencia en los formalismos de este tipo de lugares. Imagínense, acostumbrado a comer con el plato en la mano, viendo la televisión en la sala, con mi tenedor de toda la vida, encontrarme en un lugar con manteles, distintos tipos de cubiertos, platos y, sobre todo, un menú de comida a elegir. Recuerdo que esta era de las cosas que siempre me frustraban más. Yo, acostumbrado al muslo de pollo frito, la croqueta y la salchicha, no entendía que la carne de cerdo tuviera tantas maneras de hacerse, ni qué cosa era el pollo grillé, ni el cordon bleu y ni hablar del bistec uruguayo. Mi mamá siempre tenía que explicarme y yo siempre terminaba pidiendo cualquier carne que viniera empanizada con queso.
Los adultos no. Ellos sí sabían de formalismos culinarios y de variedades de comida; habían podido “disfrutar” de la bonanza soviética. Para cualquier cubano es familiar escuchar las anécdotas de los años previos a la debacle provocada por la desintegración de la URSS. Cuentan lo fácil que era encontrar cualquier tipo de alimentos, lo barato. En las escuelas se desayunaba con leche, pan con mantequilla; se merendaba con refrescos gaseados que los niños se tiraban los unos a los otros.
En ese mismo restaurante estatal donde íbamos a comer en esas ocasiones especiales —que ya no existe—, mi padre me contaba que, con 5 pesos cubanos, comían mi mamá, mi hermana mayor —nacida en los 80— y él. Debo reconocer que en aquel entonces creía que mi papá exageraba un poco. Hoy, cuando una croqueta cuesta 15 pesos, lo que me provoca es una tremenda sensación de tristeza y no puedo parar de pensar en lo que se ha convertido —o han convertido— Cuba.
Los años pasaron y las visitas a los restaurantes siguieron siendo bastante escasas. Siempre me he preguntado qué tipo de país es este en que, en un hogar donde vivían un ingeniero mecánico y una profesora de Español y Literatura, no se podía salir a comer fuera ni una vez al mes. Era un poco frustrante. Como niño curioso que era, me percataba que en todas las películas o dibujos animados que ponían en la televisión salir a comer fuera no era algo que se hiciera en ocasiones especiales, sino una actividad incorporada a la idiosincrasia de casi todas las culturas y países del mundo. Yo no entendía y mis padres, tan conciliadores y poco dados al debate político, me decían, quizás como una manera de ellos autocomplacerse también, que lo de las películas era ficción, que en realidad eso no era así y que en esos países también había pobres que no comían fuera.
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Ahora entiendo que tenían vergüenza de que dos profesionales, que toda su vida habían trabajado honradamente, sin robarle al Estado en sus escuelas y fábricas, apenas les daba para llegar a fin de mes. En Cuba, es muy frecuente que la honradez se pague con pobreza. La crisis de los 90 creó una nueva actividad económica que fue y es “la lucha”; o lo que es lo mismo: robar los recursos del Estado para venderlos en el mercado negro. Ya no se llamaba a este tipo de ladrón por su nombre, ahora “Pepe era un luchador, una fiera”. El consuelo es que quienes dirigen son muchísimo más ladrones que los que “luchan”.
En esa época, comenzaron también a surgir de manera oficial restaurantes completamente privados. Esto, sin embargo, no mejoró nuestra situación, ya que eran mucho más caros. Es cierto que la calidad del servicio, de la comida y de la infraestructura en general era incomparable con la de los restaurantes administrados por empresas estatales. Resulta paradójico porque, por una parte, había más restaurantes, más calidad, mejores ofertas, pero seguían siendo inalcanzables para el ciudadano común. A estos nuevos negocios iban sobre todo personas que venían de visita a Cuba o cubanos que tenían pequeños negocios que les permitía salir con su familia a comer.
A partir de 2010, sí frecuenté más los restaurantes privados. No porque ganáramos más dinero, sino porque mi hermana se había casado con un cubano-americano que venía cada pocos meses a visitarla. Eventualmente, mi hermana emigró y en sus venidas a Cuba hemos comido en los nuevos negocios que con los años han ido surgiendo en el lugar que vivimos.
Sin embargo, siempre da tristeza que, para que mis padres y yo pudiéramos comer fuera, como es normal en cualquier hogar del mundo con trabajos estables, mi hermana haya tenido que emigrar. Y no solo para comer fuera; incluso para poder conseguir tener agua en la casa después de más de diez años viviendo sin el líquido, pues, gracias al dinero aportado por mi hermana después de su emigración, se pudieron comprar tuberías, un tanque elevado y una turbina de agua. Es muy normal en Cuba que, para que una familia avance, tenga primero que romperse.
En pleno 2023, la situación no ha mejorado. Pudiéramos decir que va a peor. Las desigualdades sociales cada día son más visibles y las distancias entre quienes tienen familiares fuera o negocios van in crescendo. La devaluación del peso cubano y la estanflación de la economía afecta más duramente a los sectores vulnerables de la sociedad. La crisis alimentaria no tiene señales de estar cediendo. Sobre la disponibilidad de algunos alimentos de primer orden, como el pollo y el aceite vegetal, es cierto que se estaba notando la disminución de su costo al aumentar la oferta en el sector privado, ya que muchas mipymes los estaban vendiéndolos de manera legal. Sin embargo, las recientes medidas de las autoridades financieras para bancarizar la economía cubana de modo forzoso frente a la falta de efectivo, va a revertir esta tendencia de baja de los precios porque los negocios no van a poder disponer con libertad de su dinero en efectivo, que se verá limitado por el Banco Central de Cuba. Por tanto, no podrán comprar los contenedores de comida en el extranjero y la oferta volverá a escasear.
Si adquirir los alimentos básicos para el día a día es ya una tarea difícil, resulta evidente que comer fuera se vuelve casi imposible. Los altos precios en los restaurantes, junto a la devaluación del poder adquisitivo del salario promedio en el país, impiden que las familias de clase media y baja en Cuba tengan acceso a estos establecimientos. Recuérdese que el salario medio actual está sobre los 3 000 pesos cubanos, no más de 10-15 dólares al cambio.
Ahora que yo trabajo y percibo un salario por encima de la media nacional, me dispuse a llevar a mi novia a comer fuera por cumplir meses de noviazgo. Vamos a uno de los mejores restaurantes del pueblo, en un municipio a las afueras de La Habana. Téngase en cuenta que los precios aquí son un poco más baratos que en la capital. Permítanme hacer un pequeño recorrido por el menú.
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Entrantes:
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croquetas 200 cup;
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tostones rellenos 350 cup.
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Pastas:
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espaguetis napolitanos 450 cup;
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espaguetis de jamón 600 cup;
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espaguetis con camarón 950 cup.
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Pizzas:
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pizza napolitana 350 cup;
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pizza de jamón 500 cup;
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pizza de chorizo 550 cup;
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pizza hawaiana 600 cup.
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Comidas:
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Pollo:
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fajitas de pollo 750 cup;
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pollo grillé 800 cup;
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pollo gratinado 900 cup,
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pollo imperial 1 000 cup.
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Cerdo:
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fajitas de cerdo 750 cup;
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cerdo grillé 1 000 cup;
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lomo ahumado 850 cup;
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cerdo imperial 1 150 cup.
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En la parte de los productos del mar no nos sumergiremos. Solo diré que el plato más barato comenzaba en 1 000 cup.
Finalmente, gastamos 2 600 pesos en dos pizzas, un entrante, un refresco y un par de cervezas. Recordemos que esta fue una salida de solo dos personas. Ni pensar una familia de más integrantes cuánto pudieran gastar.
Entonces, me pregunto: ¿puede un cubano que gane el salario medio salir a comer fuera? ¿Acaso los cubanos no nos merecemos esta posibilidad?
Este es nuestro presente y el futuro no parece prometedor. Muchas veces, cuando analizamos las consecuencias de la inseguridad alimentaria en Cuba, nos detenemos en aspectos mucho más palpables como los productos de consumo básico. Sin embargo, el costo de una actividad social y recreativa tan común en cualquier parte del mundo también debe ser tomada en cuenta para futuros análisis.