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La inagotable crisis económica cubana

05 de diciembre de 2024

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     asi a finales de 2024, la cifra de inseguridad alimentaria 

en Cuba es alarmante. Según fuentes de la FAO, el Programa Mundial de Alimentos y diarios independientes, cerca de 40% de la población sufre de inseguridad alimentaria. La situación, inicialmente achacada al problema de la pandemia de covid-19, la baja en el turismo y los problemas del comercio internacional —además del nunca bien ponderado embargo económico—, supera la posibilidad macroeconómica del país; que, a pesar de haber sido impelido a hacer reformas en su sistema económico y político, se mantiene en un modelo anquilosado incluso para las autocracias más afines.

Sumado a esto, los países aliados del régimen no pueden sostener indefinidamente las relaciones comerciales. Las deudas con China, Rusia, Vietnam, México y España están sobrepasadas; solo con España, existe un débito de 40 millones de euros que han buscado convertir en inversión para mejorar la infraestructura económica cubana, sin obtener los resultados esperados. En octubre de este año, China rescindió sus acuerdos comerciales por falta de pago; si bien Claudia Sheinbaum, presidenta de México, mantiene sus envíos “humanitarios” de petróleo. Rusia es el único Estado que, a lo mejor por razones geopolíticas, mantiene sus relaciones con Cuba de manera amplia, a pesar de que las entregas de insumos en especie se han visto entorpecidas en el transcurso del conflicto en Ucrania. El mes pasado, el gobierno ruso otorgó un nuevo crédito de 65 millones de dólares para paliar la aguda crisis energética.

De nuevo, la crisis rebasa el sistema administrativo cubano. El régimen no ha querido, o no ha podido, ni siquiera vietnamizar el modelo productivo cubano; no han querido liberar algunas partes del sector productivo para mejorar las condiciones de producción. En comparación con Cuba —si bien no es un escenario ideal—, los datos de Freedom House reflejan que los vietnamitas tienen mayores libertades políticas y civiles gracias a las liberalizaciones que obtuvieron en la producción económica a raíz del Doi Moi.

Ambos países dependieron, durante muchos años, de los auxilios recibidos por el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME). Por tanto, Cuba y Vietnam tuvieron graves recesiones económicas con la disolución de la Unión Soviética. Sin embargo, el socialismo con políticas de mercado representó en Vietnam una mejora significativa en su bienestar económico y social que, de alguna manera, ha significado una pequeña ganancia en materia de derechos sociales y económicos.

En contraste, Cuba sigue atrapada en un modelo que no responde a las necesidades de su población. La resistencia económica obedece a una supuesta pérdida del poder político que tendría la familia Castro, las fuerzas militares y el Partido Comunista, en ese orden. Las reformas, encaminadas a “descentralizar” la producción de alimentos, a “localizar” los sistemas de autosostenimiento y abastecimiento de alimentos son, por un lado, impracticables y, por otro, insostenibles. Son impracticables porque el modelo de excesivo control y burocracia desincentiva a los pequeños productores y a los comercializadores, las mipymes cubanas, que a duras penas han logrado hacerse un pequeño espacio en la economía local, sufrieron el embate de nuevas regulaciones que quedan bajo la jurisdicción de las autoridades locales.

Una de las trabas impuestas incluye restricciones a los cubanos que tengan doble nacionalidad o a los extranjeros que no tengan permiso de residencia permanente. Otra talanquera que atenta contra el incentivo del desarrollo de producción local son los topes y las regulaciones de precios que, en la práctica, hacen muy difícil el sostenimiento y el crecimiento de empresas pequeñas. Súmese a esto las dificultades que tendrían las personas naturales de importar algunos insumos necesarios que deberán pasar, indefectiblemente, por el Estado.

Asimismo, la propuesta de la producción local, privada, cuasifamiliar, de productos agrícolas de primera mano resulta insostenible. Los productos de consumo local, “en jardines y macetas”, no dan para un autoabastecimiento a largo plazo. Según datos oficiales de la ONEI, la tendencia a la baja de la producción agrícola en todos los sectores importantes (azúcar, boniato, yuca, fríjol) viene desde 2019. Es impensable compensar la crisis productiva con las iniciativas locales colectivas, pues supone suplementar un mercado que produce cientos de miles de toneladas de alimentos con los esfuerzos de una población menguante y hambrienta.

La resistencia a la reforma económica no solo ha frenado el desarrollo, sino que ha condenado a millones a una crisis perpetua. La comparación con Vietnam no sugiere un ideal; pero sí evidencia que hay rutas menos dolorosas y más productivas que fomentan espacios de bienestar económico y social que, a su vez, redundan en una victoria pequeña, pero decisiva, en materia de promoción de los derechos humanos.

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