Escuelas al campo: niños esclavos sin comida
01 de octubre de 2024
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ace apenas unos días atrás, la directora general de Educación
de La Habana, Karenia Marrero Arrechea, declaró en el programa televisivo Mesa Redonda la vuelta de las escuelas al campo. Esto, inmediatamente, desató recuerdos y preocupaciones por quienes vivieron sus anteriores versiones; hoy, padres y abuelos de los menores que se enfrentarán a este sistema de trabajo.
Unir estudio y trabajo ha sido la máxima bajo la cual, desde inicios de los años 60, la nueva dirigencia del país decidió educar a los estudiantes. De tal modo, los alumnos de las enseñanzas media y superior eran albergados en el campo, durante 45 días, para realizar labores agrícolas. Así, niños de 12 años eran mandados, por ejemplo, a las recogidas de café, a cientos de kilómetros de sus casas, muchas veces con condiciones precarias de alimentación y alojamiento. Según Dimas Castellanos, este método “estaba dirigido a convertir a los estudiantes en fuerza productiva y a continuar la formación del ‘hombre nuevo’, iniciada desde 1959 con la militarización de la enseñanza, propósito que Ernesto Guevara teorizó en El socialismo y el hombre en Cuba”.
Con el tiempo, los 45 días fueron reducidos a un mes y los cientos de kilómetros se acortaron; aunque las escuelas al campo siguieron tocando, la mayoría de las veces, fuera de la provincia de residencia. No obstante, las condiciones de albergue y alimentación nunca mejoraron.
Por lo general, la época de las escuelas al campo coincidía con la cosecha de invierno. O sea, los meses entre noviembre y febrero eran las fechas para esta movilización. Esto implicaba, por ejemplo, que los alumnos tenían que bañarse con agua helada, pues no había sistema de calentadores ni calefacción en los albergues y baños. De esta manera, corrían el riesgo de contraer enfermedades respiratorias; mientras los estudiantes que eran asmáticos eran azotados por crisis más recurrentes.
Para aquellos que no vivieron las escuelas al campo, vale la pena describir los campamentos. Con nombres alegóricos a fechas históricas, héroes o países del antiguo campo socialista, estos sitios estaban constituidos, casi siempre, por dos naves largas que ejercían la función de albergues: uno para los varones y otro para las hembras. En ellas, se disponían dos hileras enfrentadas de literas a todo su largo, sin ninguna división.
El comedor también era una nave grande, con unas mesas largas, cuyos asientos eran bancos de madera, sin espaldar. Aquí se servían los almuerzos y comidas, en bandejas de aluminio. Los cubiertos y vasos, de uso personal, debían llevarlos los alumnos.
Los baños, también separados por sexo, estaban divididos por una pared. En una parte se encontraban no más de seis duchas, muchas veces sin cortinas; y en la otra estaban las letrinas, apenas unos huecos en el piso donde hacer las necesidades fisiológicas, igualmente sin puertas u otros accesorios que permitieran privacidad. A veces, afuera de las duchas, había una hilera pequeña de lavaderos.
Más allá de lo que podía representar a nivel psicológico y emocional para estos estudiantes la falta de privacidad y la obligatoriedad a convivir durante varias semanas con cientos de otras personas, las condiciones de los campamentos violaban las reglas de salubridad y alimentación.
En casi todos estos lugares no había agua corriente las 24 horas al día. Asimismo, la que salía por las tuberías muchas veces estaba mezclada con tierra, teniendo un ligero color amarillo o carmelitoso. Esto significaba que los alumnos no tenían agua potable a su disposición, ni en la cantidad ni con la calidad requerida, pues los profesores u otros trabajadores que quedaban a cargo de la cocina no se tomaban el trabajo de hervirla o siquiera filtrarla. De tal modo, el consumo de agua por estudiante, por lo general, no llegaba a los 2 litros mínimos diarios. Asimismo, muchos regresaban a sus casas enfermos con parásitos, ya fuesen adquiridos por la ingesta de agua no potable o por la falta de esta para mantener una buena higiene.
Con respecto a la alimentación, las comidas eran procesadas casi siempre en los mismos campamentos, quedando a cargo de profesores y estudiantes. De igual manera, no se cumplían las reglas de higiene; pues, por ejemplo, las verduras que se servían eran, si acaso, lavadas con agua no potable. La comida era la misma para todos los integrantes del campamento. Por tanto, no se tenían en cuenta las posibles alergias alimentarias de los alumnos al pescado o incluso al huevo; mucho menos los hábitos o preferencias individuales.
Las comidas se limitaban a tres: desayuno, almuerzo y cena. El desayuno, casi siempre un vaso de leche blanca, que podía o no estar acompañado por un pan, según la disponibilidad, era repartido antes de las 7 de la mañana. Luego, sobre el mediodía, cuando los alumnos llegaban al campamento tras la primera mitad de su jornada, se servía el almuerzo, constituido, por lo general, por arroz blanco o compuesto, algún caldo o sopa, alguna vianda hervida o ensalada de vegetales, y unos gramos de proteína animal. La cena, sobre las 7 de la noche, repetía el almuerzo o no variaba mucho el menú.
Para niños en plena edad de desarrollo, las cantidades y la calidad de los alimentos que recibían en estos campamentos no era nunca suficiente. Esto obligaba a los padres, la primera semana, a mandarlos desde sus casas con comida de refuerzo: pan tostado, alimentos enlatados, galletas, etc., para que sus hijos pudieran complementar su alimentación. Los domingos, que era el día permitido de visita familiar, los padres avituallaban de nuevo para la semana entrante; además de llevar un almuerzo y/o comida cocinados por ellos. Este régimen creaba diferencias entre los estudiantes, pues no todos los padres tenían las mismas posibilidades económicas o de movilidad para ir a ver a sus hijos los días de visita y llevarles alimentos por una semana entera. De tal modo, algunos productos, como la leche condensada, sobre todo cocinada como fanguito, quedaron en el imaginario de varias generaciones de cubanos asociados con las escuelas al campo.
Para la segunda mitad de los años 90, sin el apoyo del antiguo Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), las escuelas al campo comenzaron a ser desactivadas. Era evidente que estas movilizaciones masivas representaban más gastos que ganancias. El trabajo de estos alumnos, si bien era gratuito, no compensaba el combustible necesario para su transportación ni la alimentación, por mala que fuera en los campamentos. A los estudiantes, entre 12 y 18 años, se les imponían metas de trabajo en los campos que difícilmente podían cumplir, pues no tenían la fuerza ni la pericia para ello.
Además de las escuelas al campo, los alumnos, según el nivel de enseñanza, debían integrar las Fuerzas de Acción Pioneril (FAPI) en la primaria, las Brigadas Estudiantiles de Trabajo (BET) en la secundaria y preuniversitario o las Brigadas Universitarias de Trabajo Social (BUTS) en la universidad. Estas funcionaban durante las vacaciones estudiantiles o días señalados a lo largo del curso y los alumnos que firmaban su compromiso con ellas debían donar en esos períodos días de trabajo gratuitos que tributaran a la economía y otras áreas de interés social o comunitarias. Si bien para estas labores los alumnos casi nunca eran albergados, el principio que regía a estas organizaciones seguía siendo el mismo. De hecho, estaban supeditadas bajo el mando de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), la organización base del Partido Comunista de Cuba (PCC). Por tanto, aunque en teoría no era obligatorio participar en ellas, la implicación política subyacente en su integración influía en el componente educativo y el aval de los estudiantes a la hora de aplicar a centros de estudio superior o incluso a puestos laborales.
Este mismo significo político fue el que le dio Marrero Arrechea al hablar sobre el retorno de las escuelas al campo:
[…] venimos hablando de todo el trabajo político-ideológico. Hoy nosotros venimos organizando la estrategia específica que tiene que ver con el cambio que tenemos que lograr en el estudiante para el vínculo del estudio y el trabajo. […] Estamos retomando lo de nuestros tiempos de la escuela al campo; pero una escuela al campo diferente, donde el estudiante se sienta vinculado a tareas de impacto. Vamos a iniciar con 8vo, 11no y segundo año de la ETP [Educación Técnica y Profesional]. No en un período de 30 ni de 45 días como en épocas anteriores; pero sí en un período de 15 días donde los estudiantes, además de trabajar en los organopónicos del propio municipio, van a estar vinculado a tarjas, a monumentos, con diferentes actividades que, además, van a tener después una actividad formativa en su libreta, en su plan de estudio, en esa asamblea pioneril al cierre del mes, donde se van a evaluar […] Pueden ser tareas de higienización, pueden estar en un SAF [Sistema de Atención a la Familia] acompañando, estamos hablando de todo tipo de tareas de impacto que en el municipio puedan existir, vinculados siempre […] a todas las tareas que son prioridad del Gobierno, del Partido.
Si bien en esta nueva modalidad la escuela al campo durará menos días y será en su mismo municipio de residencia, las repercusiones negativas para los estudiantes y los padres siguen estando presentes.
Lo primero a tener en cuenta es la profunda crisis alimentaria por la que atraviesa el país y las implicaciones negativas que tiene para la economía familiar. Hoy en día, muchas familias apenas tienen para desayunar, pues un kilogramo de leche en polvo cuesta promedio 1 600 pesos, casi un salario mínimo entero (2 100 CUP) y la libreta de abastecimiento, si acaso, garantiza solo un pan diario por persona. Otro tanto sucede con los alimentos básicos de los almuerzos y comidas, para los cuales no alcanza el salario devengado a nivel estatal. Por tanto, estos niños de 13 y 16 años serán obligados a realizar labores agrícolas y de saneamiento en condiciones de subalimentación, e incluso de desnutrición ligera.
Las informaciones dadas en la Mesa Redonda no profundizaron sobre cuánto durarían esas jornadas laborales. Aun así, es una preocupación extra para los padres; quienes, seguramente, deberán dedicar recursos adicionales para la alimentación de sus hijos durante esos días.
Más allá de lo que representa para la economía familiar y los estudiantes la reintroducción de las escuelas al campo, incluso con todas las nuevas variaciones que las acerca más al formato de las FAPI, las BET y las BUTS, es un signo del descalabro económico y social por el que atraviesa el país.
En la misma Mesa Redonda donde interviniera Marrero Arrechea, la conductora del programa, Arleen Rodríguez Derivet, explicitó que uno de los problemas más acuciantes que experimenta hoy en día la capital cubana es el de la basura y la falta de limpieza de los lugares públicos; aunque no aclaró cuáles eran sus causas. Por ello preguntó a la directora general de Educación de La Habana si los estudiantes serían asignados al saneamiento de las calles.
En este caso en particular, no hablar de la falta de personal que trabaje en comunales, el que los camiones de basura no tengan combustible ni piezas de repuesto para recoger a diario los desechos, la falta de latones de basura, la acumulación de aguas —incluso albañales— en las calles llenas de huecos, los salideros de agua, etc., debido al fracaso de la política gubernamental de las últimas seis décadas, y pretender que niños de 13 y 16 años resuelvan temporalmente esta situación es inaudito.
Lo mismo sucede con los trabajos agrícolas a los que serán destinados durante esos 15 días. Muchos de los organopónicos que surgieron en los años 90 como alternativa alimentaria a la crisis generada por la caída del antiguo campo socialista se encuentran actualmente desactivados. La falta de abono para los cultivos, así como de agua para los regadíos, al igual que la ausencia de personas que lleven a cabo las labores culturales, entre otros motivos, no han permitido que funcione de manera eficiente este tipo de agricultura urbana.
Resulta importante señalar que la falta de personal, así como el abandono de los puestos labores, en estos y muchos otros empleos estatales, tiene como causa fundamental una base económica, pues los salarios, con un mínimo de 2 100 CUP y un promedio de 4 000 CUP, no alcanzan para comprar los alimentos más básicos debido a la inflación galopante que sufre la Isla. Cuando el Gobierno no es capaz siquiera de garantizar el arroz, el aceite, los granos, el pan, la sal, el azúcar, los huevos y el pollo, racionados ya de por sí en la libreta de abastecimiento, la gente se ve obligada a adquirir estos productos en las mipymes o en la bolsa negra a precios exorbitantes. De tal modo, como promedio, un kilogramo de arroz puede costar 500 CUP; un kilogramo de pollo, 700 CUP; un litro de aceite, 850 CUP; un solo huevo, 100 CUP; un kilogramo de azúcar, 600 CUP; una libra de frijoles, 500 CUP; una unidad de pan de 80 gramos, 25 CUP. Precios que, en mucho, sobrepasan un salario estatal promedio.
Sin embargo, el Gobierno pretende que, como obligación política, los adolescentes en edad escolar asuman la responsabilidad económica y social que a este le toca. En octavo grado, existen a lo largo del país alrededor de 14 000 estudiantes tan solo en secundaria básica; sin contar las escuelas vocacionales que incluyen este nivel educativo. O sea, 14 000 trabajadores de 13 años de edad que el Gobierno empleará durante 15 días, de manera gratuita, en recoger basura y limpiar las calles, así como asistir a las labores culturales en los organopónicos cercanos a sus escuelas.
La mayoría de ellos sin un vaso de leche y un pan en el estómago, los cerca de 30 000 niños que obligarán a asistir a las nuevas escuelas al campo deberán convertirse en adultos ante la exigencia de un Estado y un Gobierno que ni siquiera son capaces de garantizarles las condiciones mínimas de agua y alimentos que requieren para un desarrollo sano.