El trabajo que nunca termina: la lucha de los jubilados cubanos por su alimentación
03 de septiembre de 2024
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a situación de un elevado número de personas mayores en
Cuba es un signo alarmante de la poca atención del Estado hacia uno de los sectores más vulnerables de la sociedad. Con una pensión mínima de 1 528 pesos —equivalente aproximadamente a casi 5 USD si se considera el tipo de cambio no oficial—, sus ingresos son insuficientes para cubrir las necesidades alimentarias. Dicho panorama ha generado un clima de extrema precariedad para muchos pensionados, viéndose obligados a recurrir a medidas desesperadas para subsistir, siendo la más común el trabajo informal.
Productos esenciales como el arroz, las carnes y el aceite son difíciles de conseguir y, cuando están disponibles, sus precios son inalcanzables con los cobros por jubilación. Solo por poner en contexto, la pensión mínima apenas alcanza para un pomo de aceite de un litro (1 100 pesos cubanos) y dos libras de arroz (440 pesos cubanos). Por tanto, este sector de la población con ingresos limitados se ve obligado a hacer largas filas y, en muchos casos, a prescindir de la adquisición de ciertos alimentos debido a su elevado costo.
El abandono estatal hacia los ancianos en Cuba, especialmente en el ámbito de la alimentación, deja en evidencia la fragilidad del sistema de apoyo social y las limitaciones económicas del Gobierno. Según estudios recientes, más de 20% de la población cubana sobrepasa los 60 años, con una tendencia al aumento, lo cual representa un desafío en términos de seguridad alimentaria.
Este segmento poblacional presenta una importante dependencia de las ayudas familiares y de los programas de asistencia social, como el Sistema de Atención a la Familia (SAF), pues, en su mayoría, les ha sido imposible acumular un capital suficiente para la jubilación a través de su propio trabajo. Desde una perspectiva técnica, los indicadores de malnutrición en los ancianos cubanos incluyen la prevalencia de bajo peso, la deficiencia de vitaminas y minerales, y la incidencia de enfermedades crónicas relacionadas con la dieta, como la diabetes y la hipertensión.
Igualmente, la decadencia en la distribución de alimentos normados ha acentuado la insostenibilidad de estándares nutritivos adecuados. La ausencia de productos subvencionados (embutidos, carnes, pastas, azúcar) a los que se accedía por la institucionalizada red de bodegas tras el colapso del bloque comunista y su conocido Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) ha dejado a este grupo etario a merced del mercado no estatal, donde los precios son menos accesibles, la disponibilidad irregular y la legalidad muchas veces brilla por su ausencia.
Ante tales problemáticas, la única opción para muchos ancianos es buscar trabajo en el sector informal, con tal de poder costear lo que necesitan a diario. Algunos venden productos en la calle, otros trabajan en pequeñas tiendas o realizan labores manuales. Sin embargo, estos trabajos suelen ser mal remunerados y físicamente exigentes, lo que pone en riesgo su salud y bienestar. La necesidad de trabajar a una edad avanzada es una clara señal de la insuficiencia del sistema de pensiones y de la falta de apoyo social para los ancianos en Cuba.
Según un estudio realizado por Food Monitor Program, la desigualdad en el acceso a los alimentos en las personas de la tercera edad se visibiliza más en las zonas rurales y semirurales.
En una inseguridad alimentaria más marcada se encuentran los adultos mayores que viven solos o acompañados por otros adultos mayores, quienes dependen de familiares y/o vecinos para la compra de alimentos en estos caseríos. Aunque la mayoría de las personas respondieron tener sus puntos de venta y bodegas “relativamente cerca”, a no menos de 2 km del hogar, otros casos llegaron hasta 14 km. En esta última situación se encuentra un adulto mayor, de 74 años, residente en El Mijial:
Mis hijos siembran los productos y lo demás que necesito lo obtengo por trueques entre los vecinos; la bodega se encuentra a 14 kilómetros, en el pueblo. Aquí casi todos somos vulnerables, este lugar está bastante abandonado. Entre los vecinos nos ayudamos con lo que podemos. Uno aquí come lo que siembra y si eres como yo, que no puedo ya sembrar, pues no comes.
La tarea de conseguir alimentos se torna especialmente compleja a edades avanzadas. Por eso, cualquier ingreso extra representa la diferencia entre hacer o no alguna de las comidas del día. Un ejemplo es Ramona Jiménez, quien, jubilada tras ejercer el magisterio por más de cuarenta años, ahora debe vender paletas y caramelos para subsistir:
Después de dedicar mi vida a la enseñanza, nunca imaginé que en mi jubilación tendría que buscar maneras de sobrevivir. Yo con mi pequeño negocio es como único consigo alimentos para llevar a la mesa, porque con la pensión no te da para comprar nada. Es triste ver cómo muchos de mis colegas y amigos están en la misma condición.
La venta de paletas y confituras, como en el caso de Ramona, es solo una de las muchas formas en que los jubilados intentan complementar sus ingresos. Sin embargo, estas actividades no siempre garantizan una vida digna y segura. De igual modo, la crisis alimentaria se agrava por la escasez de productos básicos y el alto costo de los alimentos, lo que hace que incluso aquellos con ingresos adicionales solo luchen por satisfacer sus necesidades básicas.
Por otro lado, quienes limitan su ingesta para racionar sus alimentos constituyen la cara más triste de esta moneda. Por ejemplo, para el matrimonio sexagenario de Luis y Marta, ya no existen desayunos ni meriendas, y el arroz se ha transformado en un lujo: “En esta casa ya no se desayuna, ni merienda y el arroz solo se come en la cena porque no alcanza para todo el mes. Al medio día solo se come viandas y potaje cuando hay”, dice Luis, mientras muestra un recipiente con viandas hervidas, su almuerzo de turno. Ante la pregunta de si él o su esposa trabajan luego de haberse jubilado, este denotó otra cruel realidad: “Yo quisiera trabajar, pero la salud no me alcanza, mi mujer tampoco está fuerte como antes, así que ahora dependemos de la ayuda de la familia”.
Testimonios como estos corroboran que la crisis alimentaria en Cuba afecta de manera desproporcionada a los adultos mayores, quienes en muchos casos se ven obligados a trabajar debido a la insuficiencia de sus pensiones. La incapacidad del Gobierno para hacer frente a este fenómeno ha erosionado la confianza y la salud de un sector cada vez más grande en el país.
Además, en tiempos recientes, un factor extra que ha cobrado auge es el aumento de ancianos que viven solos, sin ningún familiar que se ocupe de ellos, bien sea porque no pueden asumir su carga económica, porque no quieren hacerlo o porque abandonaron el país de manera definitiva.
En resumen, todos estos aspectos han creado las condiciones para que la jubilación sea una lucha constante por la supervivencia en vez de una etapa de descanso. Cuba presenta una población cada vez más envejecida, con una baja natalidad y un acuciante problema de emigración que reduce, día tras día, su población económicamente activa. Son síntomas de los problemas estructurales que enfrenta el país y que los adultos mayores padecen de manera muy cruda.
Más allá de un profundo y radical cambio en la manera en que hoy funcionan las cosas, la situación continuará empeorando como mismo, pues es el resultado de la decadencia arrastrada de años y años perdidos en ensoñaciones ideológicas. Quizás hoy algunos ancianos puedan encontrar solución en el trabajo informal; pero, ¿y el resto? Para todos esos que no pueden por edad, salud o falta de medios, ¿qué solución queda?